29 de agosto 2020
Amo a Nicaragua, pero pertenezco a una gran nación que se llama Literatura.
Todos los entuertos, pasiones y dolores, la nobleza épica y la miseria que vivimos existen desde el principio de los tiempos en la literatura.
No hay ideas nuevas, sólo formas nuevas, dijo Sócrates. Y la literatura es el río donde van a parar las aguas mansas o turbias que las generaciones van dejando tras ellas. De allí mi conclusión de que los escritores no nacemos para hacer la historia; nacemos para imprecarla y para guardar sus huellas.
Cuando el Dr. Carlos Tunnermann me pidió que fuera su suplente en la Alianza Cívica, me fue difícil rechazarlo por el aprecio que le tengo. Hacía muchos años, sin embargo, que yo había hecho la opción de ser independiente de todo grupo o partido político. Prefería participar en la política nacional u opinar sobre temas internacionales a través de ensayos, artículos y con una presencia activa en las redes sociales, con el respaldo únicamente de mi identidad profesional.
Mi integración a la Alianza Cívica, a pesar del bajo perfil que guardé, significó darme cuenta de que cuanto escribía en los medios o redes podía atribuirse o interpretarse como posiciones de esa organización. Era una limitación que afectaba mi manera de ser y de opinar; una limitación que coartaba la contribución más efectiva que siento puedo darle a mi país, la contribución de mi independencia de criterio y de mis palabras.
A casi tres años de la rebelión de abril, considero que seguimos traspasando día tras día las fronteras de lo inimaginable. Crecen las mentiras y atropellos como espinosas enredaderas alrededor de nuestras leyes, de nuestros derechos, nuestra seguridad y nuestras vidas. El Ejército y la Policía de la dictadura, disciplinados y organizados, sostienen la crueldad y alzan el muro detrás del cual, débiles y solos, pero aferrados al poder, se mantienen los gobernantes.
En la oposición, la espontaneidad, la dispersión, la ausencia de una dirección común que funcionó para los autoconvocados en abril, sigue privando y generando una inercia que se resiste a encontrar los mecanismos adecuados para enfrentar, por la vía electoral u otros medios, el compacto, obediente, y organizado proceder armado y despiadado de un enemigo atrincherado y cegado por la soberbia.
Varias veces en mi vida he tenido grandes sueños. Uno de ellos fue la malograda Revolución de 79. Otro fue el que irrumpió en abril de 2018, la posibilidad de que una Patria para todos, surgiera de tanta prueba y error, de tanto arrojo y sacrificio.
No voy a dejar de soñar, hasta el final de mi vida, con una Nicaragua tan hermosa como la que surgirá algún día y dejará atrás tanta queja, confrontación y asesinatos morales y físicos. Si la soñamos es porque existe. Todo lo que el ser humano imagina, puede ser construido. Mientras tanto, siento que mi obligación, mi militancia verdadera, es recuperar mi independencia política y dedicarme a mi vocación que son las palabras y la literatura.