5 de agosto 2020
Eleazar Blandón Herrera, de 42 años, dejó Nicaragua en octubre de 2019 para viajar a España en busca de trabajo. Criaba a cuatro hijos de su matrimonio anterior y su actual esposa tenía cinco meses de embarazo. Su plan era trabajar y regresar para instalar un negocio en su natal Jinotega, pero el viaje no fue lo que esperaba: vivió en condiciones precarias, y cuando la pandemia puso en jaque su proceso de asilo, tuvo que aceptar un trabajo en una plantación de sandías, con jornadas de once horas, bajo altas temperaturas y sin agua. El primero de agosto sufrió un golpe de calor y murió horas más tarde, tras ser abandonado a las puertas de un centro de salud en Murcia.
En Nicaragua, sus familiares aún no pueden creerlo. Su esposa Karen, con el hijo recién nacido que no logró conocer a su padre, dijo al diario El País: “Solo quiero que me hable y me diga que está bien”. Sus hermanos, en conversación con CONFIDENCIAL evocan dos hechos que hoy son un par de tristes coincidencias: hace 19 años, el padre de Eleazar, también migrante, murió por un golpe de calor en Texas y, recién hace una semana, la madre de Eleazar reunió dinero para comprarle un boleto de avión y que regresara a casa. Volvería en octubre, pero se fue a trabajar a la plantación para poder costearse lo que le hacía falta: sobrevivir un par de meses más y pagar una prueba de covid-19 para poder ingresar a Nicaragua. Dos días después murió.
El trabajo de Eleazar le causaba mucho dolor. Él tenía problemas de espalda como consecuencia de una operación que tuvo a los 28 años, y había relatado que los encargados de la plantación maltrataban a los jornaleros.
“Aquí a uno le humillan, me llaman burro, me gritan”
Ana Blandón, su hermana y también migrante en España, relató al diario El País que Eleazar un día la llamó llorando. “‘Aquí a uno le humillan’, me dijo. ‘Me llaman burro, me gritan, me dicen que soy lento. Te tiran el polvo en la cara cuando estás agachado. No estoy acostumbrado a que me traten así’”.
A veces, Eleazar se arrodillaba sobre el campo por su dolor en la espalda, pero lo regañaban porque debía estar solo agachado, para hacer el trabajo más rápido.
Cuando se desmayó, a Eleazar no lo llevaron a un centro de salud de inmediato, afirmó Ana a CONFIDENCIAL. Según los testimonios que recogió entre los compañeros de trabajo, cuando Eleazar se desmayó lo dejaron esperando hasta que regresara el único vehículo de transporte. Luego, cuando el vehículo llegó, decidieron esperar a que concluyera la jornada para aprovechar el viaje, y al salir fueron a dejar a todos los demás a sus casas y a él lo llevaron de último al centro de salud, donde, según supo Ana, lo dejaron tirado en la puerta, sin avisar ni llamar a una ambulancia.
Hasta el lunes tres de agosto, Ana todavía no había visto el cuerpo de Eleazar. Solo sabe de él porque los policías españoles le mostraron su pasaporte, y le confirmaron que llevaba puesta la misma ropa de la última fotografía que él le había enviado a Ana dos días antes.
Ana recuerda que el día de aquella fotografía, Eleazar llevaba un par de días sin comunicarse con su madre en Nicaragua, y ella pidió que lo buscaran. Ana le envió un mensaje de Whatsapp y él contestó con dos fotografías en la finca de sandías. “Dios te cuide”, recuerda Ana que le dijo, “porque nunca lo había visto tan hecho mierda. Con esa ropa, con esa misma ropa de la foto murió”.
El drama de la familia Blandón
Eleazar es el mayor de cinco hermanos, y su familia ya había experimentado una pérdida grande, en 2016, cuando el padre de ellos murió también por un golpe de calor seguido de un infarto en Texas, donde había emigrado.
En Nicaragua, Eleazar se había quedado sin trabajo y su hermana Ana fue quien le ayudó para que se fuera a España a buscar trabajo. Su solicitud de refugio estaba tardando por la larga lista de espera y con la llegada de la pandemia de covid-19 fue imposible que completara su trámite.
El jinotegano había conseguido un trabajo como repartidor de agua en un camión que compartía con otro compañero de trabajo, pero las normas en España cambiaron con la pandemia y estaba prohibido que dos personas estuvieran en el mismo vehículo.
Eleazar fue despedido, y sus problemas de espalda regresaron. Ana relata que hubo días en que no podía moverse de la cama y ya le habían negado la atención médica una vez. Por eso se quedó en el apartamento donde vivía con otras personas que le ayudaban a ponerse de pie.
Ana recuerda que cuando las restricciones por la pandemia se “suavizaron”, ella lo llamó y le dijo que llegara a buscar comida, pero entrando al edificio la Policía lo detuvo “porque era prohibido andar en la calle”.
“Tuve que mostrarle la comida que le iba a dar para que no se lo llevaran preso”, recuerda Ana con una voz llena de impotencia.
A finales de junio Eleazar consiguió un trabajo recogiendo sandías y tenía que mudarse a otra ciudad. Ana le había advertido que, si estaba muy lejos, para ella sería muy difícil darle apoyo. Sin embargo, él le respondió “tengo que trabajar”.
En la plantación, además de que no le permitían trabajar de rodillas, para aliviar el dolor, tampoco le daban agua para refrescarse a pesar de las altas temperaturas, al punto que, según relata El País, su casera una vez lo vio lavando una botella de aceite para poder llevar agua helada al trabajo. Con todos estos sacrificios, Eleazar ganaba 30 euros al día, pero eso dependía de cuántos camiones de sandía pudiera llenar.
Los compañeros de trabajo de Eleazar le contaron a Ana que, el día de su muerte, habían cargado ocho camiones de sandías a 44 grados de temperatura. Fue cuando Eleazar se desplomó.
“Coyol quebrado, coyol comido”
Kamil Blandón, uno de los hermanos de Eleazar que trabaja como taxista en Jinotega, recuerda en entrevista con CONFIDENCIAL que Eleazar decidió irse a España después de quedarse sin trabajo en tiendas comerciales. Vivía “coyol quebrado coyol comido”, afirma usando una expresión popular que se usa para describir que apenas le daba para vivir.
En Jinotega “no pasaba hambre”, dice Kamil, pero las limitaciones que tenían lo obligaron a viajar para poder ayudar a sus hijos, incluyendo al más pequeño que ahora tiene siete meses de edad y nació mientras él se encontraba en España.
De sus cuatro hijos del matrimonio anterior, los dos mayores vivían solos en una casa, después de que, relata Kamil, los abandonó su madre. Los otros dos más pequeños quedaron a cuidado de su abuela.
Kamil también recuerda que, a pesar de la distancia, Eleazar a veces le escribía y le pedía que le grabara un audio en WhatsApp con las canciones que le gustaban, para escuchar la voz de sus familiares.
Una persona detenida
En España, las investigaciones del caso siguen abiertas. Según el diario español, un hombre ecuatoriano de 50 años fue detenido. Él fue quien supuestamente le ofreció el trabajo a Eleazar, pero no el dueño de la finca.
Según Ana, el hombre fue liberado, aunque en el juzgado no le dieron información alguna. Tampoco le informaron en la Policía.
Ana también reclama que la noche en que Eleazar murió, se enteró por medio de un compañero de trabajo y no por las mismas autoridades. Cuando llegó al hospital tampoco le permitieron ver el cuerpo y dice que solo le entregaron “un papelito con el nombre del forense”.
Desde el Gobierno de España, la ministra del Trabajo Yolanda Díaz, dijo que se estaba investigando el caso, según reportó el medio digital Despacho 505. “La seguridad laboral y las condiciones de trabajo dignas son prioridades del Ministerio del Trabajo. La Inspección de Trabajo está investigando lo ocurrido en Murcia. Todo mi apoyo a la familia y allegados de este trabajador en estos duros momentos”, dijo la funcionaria.
La larga espera de la repatriación de Eleazar Blandón
Entre llantos, Ana Blandón cuenta a CONFIDENCIAL que hasta este lunes seguía sin poder ver el cuerpo de su hermano, y que un oficial de la Policía le advirtió que sería muy difícil que cualquier país del mundo recibiera un cuerpo de España.
“Me dijeron que si antes era difícil, ahora con lo del covid ningún país va a querer agarrar un cuerpo de España y menos muerto”, lamenta.
La única oferta que tiene es la de una funeraria que mantendrá congelado el cuerpo hasta que los vuelos entre Nicaragua y España sean retomados, pero esa es una espera sin fecha.
Ana está sola en España y afirma que, la mayor parte del tiempo, se da cuenta de lo que ocurre sobre el caso de su hermano por las noticias, pero que a ella, ninguna autoridad le ha informado nada. En Jinotega, la familia está devastada.
La madre de Eleazar intenta anular el boleto que compró con lo que logró recaudar y la familia hace lo posible para reunir dinero para repatriarlo. Ana Blandón abrió la cuenta ES9700815455880002520461 para recibir donaciones. Sin embargo, hasta el lunes, más allá de las muestras de solidaridad y promesas de apoyo, solo había logrado reunir 85 euros.