29 de julio 2020
El 23 de julio que recién pasó, conmemoramos una vez más el día del estudiante, fecha que en nuestro país ha tenido un gran significado, especialmente de 2018 a la fecha, aun cuando su razón de ser, no tiene nada que ver con los sucesos de hace dos años, sin embargo, es inevitable hacer cierta asociación entre la naturaleza de esta efeméride y la de los recientes hechos, que actualmente llevan como fecha simbólica “abril”.
Ambas conmemoraciones poseen elementos en común, que sin duda son los enlaces que aun con 59 años de diferencia entre una y la otra, unifican un mismo sentir, y estos son: estudiantes, dictadura, lucha y masacre, lo cual dejó como resultado dolor y tristeza tanto en familias, como a la mayor parte de la sociedad nicaragüense, que carga con heridas que a pesar del tiempo no han curado.
Como lógicamente podemos entender, el Día del Estudiante no es un día de festejo, así como no lo es el 19 de abril y tampoco el 13 de julio, esta última en memoria del brutal desalojo armado de la UNAN Managua en 2018, donde dos estudiantes más fueron asesinados; sino más bien fechas de conmemoración y para rendir tributo a las vidas que fueron arrebatadas de los cuerpos de varios universitarios, mientras mantenían una lucha justa contra despiadados y malévolos dictadores empoderados por las armas y la fidelidad de sus esbirros, no por la aceptación popular. Incluso podemos mencionar también a la Revolución Popular Sandinista, en la cual murieron miles de jóvenes y entre ellos estudiantes.
Pero el sentido a transmitir en este texto, no es precisamente un recordatorio de fechas, sino más bien, una opinión sobre el problema de fondo de los hechos, el porqué de la repetición de estos actos en nuestro país, a fin de cuentas, creo que es lo más importante y preocupante que nos hace preguntarnos: ¿qué clase de Nicaragua se ha construido en prácticamente sesenta años?, refiriéndonos a partir de la fecha oficial del 23 de julio.
Y es que eso debemos cuestionarlo, justamente porque seis décadas después, volvimos a vivir masacres estudiantiles, pero esta vez con una carga de víctimas superior en cuanto a número; siendo prácticos podríamos simplemente decir que esta ocasión fue mucho peor, pero esto solo como una forma de manifestarlo siendo simplistas, pues la realidad es que ambos eventos deben tener el mismo nivel de gravedad, ya que no debía en cualquier caso morir ninguno.
Abordando entonces el problema en cuestión, lo que las repeticiones de las masacres estudiantiles demuestran, es que, en todo ese tiempo, esta sociedad no ha cambiado tanto, que, en ese prolongado intervalo cronológico, no se ha construido un país acorde a las necesidades de su pueblo, y en referencia a este tema, adecuado a las necesidades de la juventud. Sigue retoñando la maleza política, interrumpiendo el florecer de las nuevas generaciones, y debemos admitir que es una culpa social de nuestros predecesores.
Lo preocupante es que, de seguir así, continuaremos coleccionando fechas conmemorativas por las muertes de nuestra juventud, ¿cuántos días de los estudiantes vamos a tener en nuestro calendario? todos con fechas diferentes.
Por lo tanto, ya es hora de podar la maleza y dar lugar a que las semillas de los jóvenes eclosionen y den un panorama distinto a nuestro país, ya lo que el adultismo y tradicionalismo político no ha podido hacer en seis décadas, no lo podrá venir a hacer en un periodo más de seis años, en un futuro Gobierno, y el fundamento más practico que podemos usar como referencia, es que en más de medio siglo, no se han dado cambios sustanciales en la cultura política, y de seguro que esto se ha debido al bloqueo del acceso de la juventud a formar parte del motor que mueve esta nación.
Ya este patrón arcaico y disfuncional que ha estancado a nuestra sociedad y ha costado tanto a nuestra juventud, debe dejarse de repetir, las características de nuestra historia deben conducirse de forma lineal, no más en ciclos, que por mucho que tarden, vuelven a caer en lo mismo.
La historia nos demuestra, que los jóvenes que están en el camino de la formación académica, siguiendo la línea de la educación como guía para el cumplimiento de sus metas e incluso sueños, siendo ciudadanos en potencia con la capacidad de hacer cambios significativos en nuestros país, son enemigos temidos por los regímenes corruptos, (como en estos casos sería la entonces dictadura somocista y la actual dictadura orteguista, sin dejar de lado a otros políticos oportunistas) razones por las cuales se busca corromperlos y adoctrinarlos, o bien, a los que se opongan, masacrarlos.
No debe olvidarse que para aquel régimen asesino de 1959, para el actual y para cualquiera que buscase gestarse en el futuro, siempre serán los estudiantes y por ende los centros de educación, un objetivo por conquistar, para buscar su dominio y manipulación, es por eso que, toda la nación debe velar por la autonomía de la educación superior, que salgan de las aulas los tentáculos político-partidarios de cualquier ideología, que se detenga el manoseo partidista y abusivo de la educación en todos sus niveles.
Un verdadero cambio político y social, será posible si se acompaña de dos grandes consignas: ¡A la libertad por la universidad! Y ¡Qué vivan los estudiantes!