28 de julio 2020
Durante 90 años, más algunos meses y días extras respirando, he conocido de burocratismo, incurable enfermedad reumática de la administración pública.
En el somocismo lo conocí de cuerpo presente en una versión de su vulgaridad: una anciana llegó a “la aguadora” a reclamar por un cobro abusivo. Para justificar su reclamo la anciana dijo con toda humildad: “En mi casa, señor, ni siquiera tengo inodoro para gastar esa cantidad de agua que me cobran”. Un burócrata, al oírla, gritó: “Esta señora… ¡es de las que van a cagar al monte!”
El burocratismo lo volví a ver reumático, tal cual no puede dejar de serlo. Después de fallecer mi esposa, y antes de ir a la Alcaldía de Managua a registrar su defunción, primero tuvimos que ir al centro de salud del barrio, en donde pidieron a dos vecinos que atestiguaran sobre el deceso (lo digo en plural, porque ya no ando solo, por “si acaso”). Pidieron el epicrisis del hospital, y otros dos testigos. Los llevamos. Uno fue rechazado, porque cuando sacó su cédula vivía en otro barrio, por ende… era un extranjero en la república de San Judas. Pasó otro día para conseguir el nuevo testigo. Cumplida la exigencia de llevar testigos nacionales de San Judas, dieron la constancia, y fuimos a la Alcaldía, en donde nos dijeron darían una copia de la partida de defunción 24 horas después.
Con la constancia, fuimos el 26 de junio a “mi” delegación del INSS a informar del fallecimiento de mi beneficiaria, para que hicieran la baja correspondiente, y de paso a gestionar parte del gasto por los servicios fúnebres. La compañera adonde nos mandaron los tres compañeros recepcionistas, tomó nota, pero no pudo seguir el trámite, porque la factura solo tenía el número de cédula de la difunta. Faltaba la mía.
Volvimos a la funeraria, bien prevenidos por la compañera de que la factura debía registrar el número de mi cédula con el mismo color de tinta y con la letra del mismo empleado de la funeraria, pues de lo contrario no tendría ningún valor. No estaba el mismo empleado. Regresamos varios días después por la factura, y para suerte nuestra… el lapicero no se había perdido ni el empleado se había muerto.
El 13 de julio, regresamos a la delegación del INSS a las 10: 30 de la mañana: entregamos la factura. La compañera consultó a la vecina, tardaron un poco, y luego ambas consultaron con otra, y otra más, y ya eran cuatro en la colectiva consulta… y consultado el reloj, ya eran más de las 11: a.m.
Por fin salió el humo blanco del cónclave, “e hubo” resolución: me dieron dos opciones: devolver el dinero adelantado a la beneficiaria, correspondiente al mes posterior a su deceso (el INSS paga un mes adelantado) en cuotas, o de una sola vez. Para salir lo más rápido posible de esa deuda involuntaria, opté por lo segundo. Pero me salió la virgen.
Unos minutos extras más, y la compañera se fue en consulta a otra oficina. Volvió a las 11: 20. Tecleó un rato, se levantó y se dirigió en consulta hacia el mismo lugar… de donde ya no la vimos regresar. Esperamos un rato, y apareció una quinta compañera a pedirnos la acompañáramos a la Asesoría Legal… a unos cinco metros de distancia de donde estábamos. Son tres juristas, pero solo estaba una.
Ella haría el recibo por el dinero que iba a devolver al INSS. En un santiamén, de cobrador pasé a deudor. Esperando el documento de pago, contemplaba paseos entre oficinas: ellos con sus corbatas negras, y ellas con sus apretadas faldas. Cuatro chimbombas rojinegras colgando de cada uno de los 20 cubículos, distribuidos en dos filas, pero uno estaba sin su compañero. Estos 19 compañeros, tres recepcionistas, cuatro sin cubículos y una asesora jurídica, hacían en total… 27 compañeros contra 5 extraños, más nuestros respectivos acompañantes.
Casi la una de la tarde, y de aburrido me levanté a ver el mural “sandinista” (a donde nadie se había acercado). Un montón de fotos y consignas gastadas por años de uso, y una papeleta impresa en el centro como su editorial, adornado fúnebremente. Lo leí, y llenó mis expectativas, pues nada bueno esperaba y nada bueno hallé: no están todos los “fundadores” y de los que están algunos nada fundaron. La dictadura somocista la derrocó el Frente en solitario. No hubo Junta de Gobierno ni Estatuto Fundamental previo ni elecciones 1984 ni la Constitución de 1987, y tampoco hay Constitución, porque en ese año, dice el mural… “fue el año de las reformas electorales” (¿?)
Antes de continuar desaprendiendo la historia, llamó mi asesora legal. Supuse que me daría a firmar el “documento” que, por el tiempo que llevaba redactándolo, le calculé unas doce páginas. Pero no había terminado. Era para decirme que ella, en la escuela… había sido novia de mi hijo menor, Omar Danilo. Viendo a mi recién estrenada exnuera, me fue fácil hacerme la imagen que ahora tendría mi difunto hijo, de cuando estaba en la escuela, unos 43 años atrás, a 33 años de haber fallecido… y a los 61 años de su nacimiento. Le agradecí por el recuerdo.
Pasó otro rato, después de que mi exnuera había hecho como tres consultas con uno de los asesores, recién llegado, me leyó el “documento de pago”: error en la fecha del deceso de mí difunta esposa (lo corrigió). Un 0 (cero) menos en mi cédula (ni lo mencioné). Faltó un acento, sin ninguna importancia. Y en el texto: yo, que iba a pagar, quedaba… “obligado y comprometido a devolver al INSS el monto cobrado.” Solo faltó que pusieran: “monto cobrado indebidamente”. Pedí lo cambiaran, pero así se quedó, por una buena razón: esa era la redacción “acostumbrada para estos casos”. Suficiente, firmé…
Más de la una de la tarde: nos condujeron a una tercera oficina en donde firmaría la directora, a quien tuvimos el gusto de conocer hasta que… “volvió de donde andaba”. Firmó previa consulta con la asesora, y pagamos en la caja. El compañero cajero invitó a sentarnos. Bien sentados estábamos, hasta que, buen rato después, mi hija se levantó a ver si el cajero se había dormido, pero no, solo estaba esperando a quien… andaba cambiando un billete.
Pero todo tiene su final: a la 1:30, el cajero nos dio el recibo y el vuelto, o la vuelta. Una más. Volvimos adonde comenzamos, pero no estaba la compañera. Nos atendió su vecina para decirnos cortésmente, que nos avisarían cuando estuviera listo el cheque…
¡Pero el final no había llegado! Al día siguiente, recibimos la visita de un mensajero del INSS, para que firmara de nuevo el “documento”, porque habían olvidado que estamos en 2020 y… ¡utilizaron la papelería de 2018! Firmé otra vez, pero nada se había perdido (aparte del tiempo), porque ambos papeles son iguales: la caricatura del escudo nacional; seis consignas en letras preciosamente dibujadas; “Ye amo Nicaragua” (amo, presente del veo amar) sustituido por un dibujo dizque de un corazón. Y… tres P: “¡Patria!”, “¡Paz!”, “¡Porvenir!” (la O con rayitos dibujados, imitando al Sol). Imposible no recordar las tres P de Somoza García: “Plata para los amigos, Palo para los indiferentes y Plomo para los enemigos”.
Al fin llegó el final: a los diez días me llamaron avisándome que el cheque ya había salido. Por ahora, el INSS y yo, estamos en paz y jugando, mientras me llega el turno para hacer de difunto. Entonces, a otro de la estirpe le tocará iniciar el inevitable proceso burocrático… pero con otros cuerpos presentes.