22 de julio 2020
El sandinismo es una etiqueta en disputa que fragmenta al país desde hace más de medio siglo. Hay sandinistas dentro y fuera del FSLN, tibios no sandinistas y feroces antisandinistas, y más de un par de facciones en cada una de estas categorías. Para añadir más revoltijo a la ensalada, hay dos corrientes de remozamiento del sandinismo fuera del FSLN, ambas enfrentadas a muerte con el partido dentro del cual nacieron y, por ratos, también entre sí: los renovadores y los rescatadores, nombres que podrían dar título a cada vez más intensas precuelas de una megaserie. Algunos no entendemos por qué se ponen tantos empeños en posesionarse de esa etiqueta, a veces en exclusiva, a veces con un apellido que le imprime un matiz. Acaso la culpable de este laberinto y de las trampas que se encuentran en cada uno de sus recodos sea la polisemia de la palabra “sandinista”. Sin pretender haber desentrañado el misterio ni agotado los posibles significados, encuentro tres acepciones del término: el Sandinismo en tanto que ideología de Sandino, el sandinismo rojinegro, es decir, el partido político, y el que llamaré sandinismo revolucionario porque abarca a quienes encontraron en el Sandinismo y en el sandinismo rojinegro unas plataformas ideológicas e institucionales para protagonizar un proceso revolucionario.
El Sandinismo con “S” mayúscula es el legado de Augusto César Sandino: sus palabras y su práctica. No falta quien haga un paralelismo entre sandinismo y liberalismo, y tampoco quienes –sobre la base de esa comparación- le auguren a la ideología sandinista una longevidad semejante a la que ha tenido el liberalismo. Pero la serie de proclamas, manifiestos, cartas e incluso telegramas en los que consiste “el pensamiento vivo” de Sandino están muy lejos de constituir un cuerpo ideológico de la riqueza, complejas elaboraciones teóricas y capacidad de adaptación a diversos contextos que tiene el liberalismo.
El núcleo en torno al cual se construyó la ideología sandinista --su ideario, como rezan los manuales-- es su antiimperialismo, en torno al cual se acuñaron consignas enardecedoras y propuestas sociales interesantes como las cooperativas agropecuarias en la ribera del río Coco, proyectos sin mayores alcances ni pretensiones, pero que lo distinguieron de –y le daban un polo a tierra que no tenían- otras corrientes antiimperialistas, como el “espíritu antiburgués” y antiestadounidense que el historiador estadounidense Michel Gobat identificó entre la oligarquía granadina.
La recolección de los textos de Sandino que hizo Sergio Ramírez cumplió un papel histórico monumental. Fue el punto de arranque para “inventar una tradición”, como diría el historiador británico Eric Hobsbawm. Esa tradición fungió como respaldo que daba la historia al FSLN y como su principal fuente de inspiración. Las canciones de los hermanos Mejía Godoy mitificaron una figura hasta elevarla a la estatura de una leyenda y así lograron la popularidad que una tradición digna de tal título necesita. Sin sus canciones, Sandino hubiera podido quedar confinado en las escuelas de cuadros y alguna que otra aula de clase.
Por supuesto, muchos otros contribuyeron a inventar esa tradición. Sandino era un material idóneo porque fue víctima de la traición del fundador de la dinastía a la que el FSLN estaba desafiando y porque luchó contra los invasores cuyos sucesivos gobiernos apoyaron a todos los Somoza. Con ese material, historiadores, narradores, pintores, poetas y otros trovadores hicieron tan magnífico trabajo que para algunos la tradición derivó en religión. Sin embargo, su aporte no se redujo a prestarle un invaluable servicio al FSLN como organización. Toda nación necesita héroes y una narrativa aceptada por el colectivo como argamasa. En nuestro caso, ha sido una narrativa de oposición a las ambiciones imperiales de los Estados Unidos, un interés que se presume común. Pero el FSLN la manejó de tal forma que desde 1979 no fue una narrativa constructora de cohesión, sino de polarización y sectarismo.
Hoy tenemos que revisar si esa narrativa tiene sentido y vitalidad. En primer lugar, habría que revisar si la tiene para quienes explícitamente se presentan como herederos de Sandino. ¿Quiénes –institucionalmente- reclaman esa herencia? Un FSLN que vende el país a un multimillonario chino para que construya un quimérico canal o, más probablemente, para que ese canal sea la coartada de expropiaciones. Bajo el mandato de ese FSLN las compañías mineras extranjeras han incrementado la explotación de nuestros recursos a niveles nunca antes vistos. La Policía Nacional, que nació como Policía Sandinista y conserva los mismos altos mandos de su origen, ha recibido fondos, entrenamiento y asesoría permanente de la agencia antinarcóticos y la cooperación estadounidense. La herencia de Sandino es reclamada también por un Ejército que nació como Ejército Popular Sandinista y que, pese a que su General ahora abomine del injerencismo yanqui, ha sido por años el niño bonito del Comando Sur y, para más Inri, tiene los fondos de sus pensiones en la bolsa de New York, el corazón financiero del imperio. Sandinista también se dice un partido político de oposición que no vacila en recurrir al Departamento de Estado y a congresistas estadounidenses para que intervengan, con todos los instrumentos a su alcance, para democratizarnos y recuperar la institucionalidad.
Habría que ver si ese antiimperialismo nacionalista de Sandino es viable en un mundo globalizado, donde ningún gobierno puede darse el lujo de rechazar per se a las multinacionales. Habría que ver si es rechazable per se ese tocar las puertas de los congresistas estadounidenses y de otros poderes, habida cuenta de la heterogeneidad del aparato estatal estadounidense y la enorme variedad de posiciones entre sus políticos. Eso no significa que se deba renunciar a defender los intereses nacionales de poderes extranjeros. Pero sí que difícilmente el antiimperialismo puede plantearse hoy en los mismos términos de Sandino. Y esa imposibilidad emerge en parte porque las ciencias sociales nos han llevado a conocer que las líneas de poder imperial no se captan a plenitud con un marco analítico nacionalista y en parte porque a las alturas de 2020 sería anómalo y de muy mal augurio para Nicaragua que el pensamiento de Sandino siguiera igual de vivo que en 1926 o en 1979.
Además de este Sandinismo ideológico y primigenio, hay otros dos cuyo significado debe ser escrutado y cuyos signos vitales urge medir.
Lea la segunda parte de este artículo:
El partido FSLN rojinegro, y el sandinismo revolucionario que no fue