21 de julio 2020
Los conflictos intergeneracionales no los provocan tanto las diferencias de edades y de hábitos, como una mala formación cultural de jóvenes y viejos. Y, más que todo, por ese aspecto disociador de la cultura política que a todos nos afecta: a los viejos por pretender “saberlas de todas, todas”, y a los jóvenes porque piensan que el futuro les pertenece por solo el hecho de ser jóvenes.
Estoy generalizando. Pero en verdad, habrá futuro para los jóvenes a condición de que tomen consciencia del presente como un período de aprendizaje, porque si no se aprende de los aciertos y los errores de los viejos, no se puede adquirir experiencias.
Y los viejos deberíamos estar conscientes de que nuestra poca o mucha experiencia no será útil para nadie, si en el presente no sabemos cómo transmitírsela a los jóvenes, sin pretenciosas rivalidades. Además, para nada valdría ninguna experiencia, sino calzara bien con las necesidades del presente.
Es de suponer también, que la experiencia, reflejo de nuestra cultura política acumulada, no se manifestará de mejor manera en lo individual, sino en social, porque la política no se ejerce realmente si no es por medio de la práctica, y no por pensarla “genialmente” en aislamiento cuasi monástico. A menos que se trate de idealizar la política, lo cual no pasaría de ser una labor intelectual que solo le interesaría al individuo, pero no a la sociedad, que es como decir, que no serviría para nada.
En todo caso, la actividad de los viejos no cuenta ni con la mitad del porcentaje de vitalidad que la de los jóvenes, motivo suficiente para no ponerse a disputar posiciones, sino para compartirlas según las posibilidades de cada quién. El resultado de una competición intergeneracional, solo causaría el distanciamiento inútil, la infructuosa rivalidad y, lo peor, es concederle ventajas a la dictadura. Las diferencias entre viejos y jóvenes tienen causas naturales, pero las rivalidades y los celos son artificiales, atizadas con un poderoso fuelle de construcción dictatorial.
Estas consideraciones en torno al conflicto intergeneracional, las hago pensando en los líos internos de la Coalición Nacional acerca de cuántos delegados merecen, o no merecen, las organizaciones juveniles en sus órganos de dirección. Las inconveniencias de esa polémica serían graves para la unidad opositora, si no encontraran un pronto entendimiento. De lo contrario, vendría el posible colapso de la Coalición Nacional, algo que los adversarios desean y estimulan.
No pretendo darles consejos a los viejos ni a los jóvenes, simplemente opino sobre un hecho que, además de ser de dominio público, tiene un gran interés para la la lucha por los derechos democráticos, y para la conquista de las libertades, que la dictadura ha cercenado a todas las generaciones. Y este mi interés, quiero fijarlo en los casos que enturbian la unidad intergeneracional.
El espacio de los jóvenes
El espacio político de los jóvenes nadie se los ha regalado, pero tampoco tiene dueños particulares. La rebelión de abril del 2018 tuvo, fundamentalmente, un protagonismo juvenil, y su carácter espontáneo no le quita ni se puede desligar de la convicción colectiva que la juventud ya tenía acerca de la nocividad de la dictadura y de la necesidad de liberarse de la misma.
Esa rebelión, comprobó también que estaba latente el rechazo de los jóvenes hacia los partidos políticos tradicionales, por saberlos cómplices de los gobiernos que son responsables del atraso del país, y de las injusticias sociales con que han castigado a la población las clases dominantes, patrocinadoras de esos partidos.
La dispersión orgánica juvenil
Esa dispersión es la parte débil del movimiento juvenil y, por ende, influye en el conflicto de la distribución de los cargos para los jóvenes en la Coalición Nacional. La polémica en torno a si es un delegado para todo el movimiento juvenil, o un delegado por cada organización es un hecho artificial, porque, si sus cuatro o cinco organizaciones se fortalecieran en una unidad total, no habría conflicto, porque todos se sentirían representados.
Pero sabemos que la total unidad es solo un ideal, algo imposible. Así parecen reconocerlo los jóvenes, y saben que la solución está explicada y confirmada con la existencia de la Coalición Nacional: a sus integrantes los separan la diversidad de criterios políticos e ideológicos, pero los une la necesidad de liberarse y de liberar a la sociedad de la dictadura.
Por su lado, si en la Coalición Nacional se piensa que la unidad total de los jóvenes es la única vía para tener un delegado por cada una de sus organizaciones, entonces… ¿por qué a los partidos políticos no les exigen esa misma unidad total entre ellos, como requisito para tener derecho a estar dentro del liderazgo de la Coalición? Si a los jóvenes los “castigan”, porque no se unen en solo movimiento, ¿por qué no “castigan” a los partidos, igual que a los jóvenes, por no estar juntos en un solo partido?
Como se acostumbra decir, “lo que es bueno para el ganso, es bueno para la gansa”. Pero estamos dentro de una realidad política en donde no privan las buenas razones, sino los intereses de todos los nicaragüenses.
Sin embargo, en medio de todo, debe prevalecer un fundamental interés con alternativa única para todos, frente a la dictadura: luchar juntos y unidos en un solo movimiento para conquistar la libertad de todos, por encima de las diferencias, o prevalecer en el capricho de la dispersión para sucumbir todos, aferrados a nuestros bellos ideales.
Esa horrible posibilidad, invita a pensar sin sectarismos políticos ideológicos, en una solución conveniente para todos. Si no pensamos en que se necesita una solución política inteligente, entonces, estaríamos contradiciendo y negando la existencia de la Coalición Nacional, en la que los jóvenes merecen participar en su conducción, y es la misma que los viejos han proyectado como vía hacia un futuro libre, lo cual solo se logrará con la participación plena de los jóvenes.
Las juventudes partidarias
La sugerencia de nombrar un delegado por cada organización juvenil de los partidos políticos en la Coalición Nacional, es algo innecesario y perjudicial para la oposición, y con una sencilla razón para rechazarla: ¡las organizaciones juveniles partidarias no tienen autonomía!
Son organismos dependientes de las líneas políticas del partido al que pertenecen, y si la sugerencia fuera admitida, duplicaría la presencia y el voto de los partidos dentro del liderazgo de la Coalición Nacional. Sería una desnaturalización de esta alianza política, un acto de politiquería burocrática, que haría más lenta su actividad política, o solo lograría la inutilidad de la Coalición Nacional.
De hecho, y quizás con un poco de mala intención, se estaría saboteando desde adentro la unidad, con la consecuente traición a la sangre de los caídos y a los prisioneros que aún están en las garras de los dictadores.
Confiemos en la racionalidad, la honestidad y el patriotismo de los viejos y de los jóvenes, para estimular una solución de ese conflicto artificial en el menor tiempo posible y con derechos iguales para ambos. De lo contrario, que los oportunistas alisten su cepillo para pulir el hierro de sus cadenas, y así sobrevivirán felices bajo la dictadura.
Y, ¿cuál será el futuro de los jóvenes y de los viejos que soñaron con la unidad frente a la dictadura?
Solo los integrantes de la Coalición Nacional tienen la respuesta.