15 de julio 2020
Durante mis últimos años como estudiante universitario de Ciencias Políticas y Economía en Washington DC, entre 2006 y 2008, me enfrenté a un dilema desencadenado por una gran decepción hacia mis opciones como profesional. Empecé a sentir que las oportunidades predominantes en las ferias laborales —como la banca de inversión, el cabildeo para grandes corporaciones y la consultoría— eran muy diferentes a la vocación de servicio público que a temprana edad nos inculcó mi mamá a mis hermanas y a mí.
Desde que tengo memoria ella nos repitió que le haría feliz que nos dedicáramos a hacer cosas de valor para las demás personas. Pero el verdadero problema fue que en ese momento también empecé a perder la fe en la que hasta entonces había considerado la única opción: la posibilidad de contribuir a cambiar la sociedad estructuralmente desde el sector de organismos internacionales y multilaterales como la Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo. Comencé a sospechar que el campo del desarrollo económico era poco más que una válvula de escape para condiciones estructurales insostenibles.
Ese momento me impulsó decididamente en dirección del emprendimiento y, específicamente, del emprendimiento con propósito social. En esa década se fundaron Facebook, Twitter y YouTube. Mis colegas, quienes estudiaban Negocios, empezaban a hacer suyo el famoso mantra “intentar de nuevo, fracasar de nuevo, fracasar mejor” de Samuel Beckett. Así me di cuenta de que quería abordar los problemas económicos, políticos y sociales que tanto me molestaban con esa misma energía, sin pedir permisos ni espacios a las instituciones o autoridades establecidas.
Fue entonces que el profesor Faruk Tabak, antes de fallecer repentinamente durante mi último semestre, me empezó a enseñar que los mundos sociales y contextuales que nos rodean—sus palabras, ideas, culturas, leyes, disciplinas, mitos, estructuras e instituciones—son realmente producto de nuestras mentes, individuales y colectivas. Con eso, me retó a usar la mente para ayudar a identificar y construir alternativas para todo, desde la forma de ver y hacer negocios hasta la forma de ver y hacer política o de crear y entregar servicios públicos. Esta visión fue luego reforzada por el profesor Roberto Mangabeira Unger cuando volví a estudiar más de una década después.
En 2016 estaba trabajando con una ONG holandesa en proyectos de derechos humanos y empoderamiento económico en Centroamérica. En ese contexto tuve la oportunidad de empezar a conocer de cerca el trabajo de medios de comunicación independientes de la región, como por ejemplo, El Faro, de El Salvador —el primer periódico digital de Latinoamérica, fundado en 1999— y Nómada de Guatemala. Gracias al apoyo incondicional de mis colegas en roles de dirección y coordinación, así como de una segunda ONG holandesa aliada, logramos diseñar e implementar un proyecto piloto con estos dos medios y Confidencial, de Nicaragua.
Conformamos un equipo de periodistas-gerentes con experiencia dirigiendo medios grandes y exitosos en la región, coordinado por el Centro Latinoamericano de Competitividad y Desarrollo Sostenible del INCAE, de Costa Rica. Diagnosticamos sus modelos de negocio, estudiamos sus mercados y realizamos una serie de recomendaciones para fortalecer su sostenibilidad e impacto. Para mí, la conclusión más importante fue que los medios de comunicación independientes, dedicados a hacer periodismo de calidad y con vocación de servicio público, son emprendimientos sociales por naturaleza y tienen el potencial para ayudar a generar cambios estructurales en la sociedad.
A partir de entonces me sentí inescapablemente atraído por la misión de los medios de comunicación independientes y el periodismo de calidad con vocación de servicio público. No lo pensé dos veces cuando se presentó la oportunidad de trabajar de lleno con Confidencial y Nómada a partir de finales del 2017. Al estallar la Rebelión de Abril en 2018, me enfoqué a tiempo completo de forma exclusiva en Confidencial. Desde entonces, nuestro medio ha estado en constante evolución, adaptándose para continuar fiscalizando al poder, documentando el primer borrador de la historia y alcanzando a más nicaragüenses vía nuestras plataformas digitales.
Durante más de un año, hemos intentado constantemente regresar a la televisión abierta porque entendemos que es la forma de alcanzar a la mayor parte de la ciudadanía, pero ahí, en ese espacio crucial, la censura de Ortega Murillo sigue asfixiando nuestro propósito. A la crisis económica, política y social desencadenada por la violencia del régimen, se suman ahora la pandemia global y la negligencia criminal del Estado nicaragüense en su respuesta. Absolutamente todos los aspectos de nuestro medio, desde lo organizativo hasta lo financiero, lo tecnológico y las medidas de seguridad, se han visto impactadas por esta crisis al cuadrado.
Exceptuando la edición de nuestra revista impresa que se hubiese publicado el domingo 16 de diciembre de 2018, días después de que la Policía asaltara nuestra redacción y luego la confiscara por la fuerza de las armas, el régimen nunca ha interrumpido nuestro trabajo. Rápido aprendimos que nuestra resiliencia y capacidad de adaptación yacen en la solidaridad de las audiencias, de colegas medios y periodistas, de aliados comerciales e institucionales; también en el compromiso inquebrantable de nuestro equipo con nuestra misión y de las fuentes que confían en nuestra labor periodística.
Fue así como encontramos espacios inusuales pero seguros para trabajar, como nos llegaron computadoras donadas, como nos acogieron en el extranjero cuando fue inevitable que parte del equipo tuviese que instalarse fuera de Nicaragua para poder seguir trabajando, como otros medios independientes nos tendieron la mano para retransmitir nuestro contenido, como nuestras audiencias digitales se sumaron a nuestra campaña de apoyo al periodismo independiente y como se atrevieron policías u otras personas dentro del estado a compartirnos sus historias, entre tantos otros detalles que con el tiempo irán formando parte de nuestra historia.
Ahora nos proponemos fortalecer nuestra capacidad de cumplir sosteniblemente nuestra misión y nos reconocemos como un emprendimiento social. Nuestro trabajo contribuye a la libertad de expresión, la libertad de prensa y el acceso a la información, derechos fundamentales que además catalizan el ejercicio pleno de otros derechos inseparables del florecimiento humano. Entendemos que para contribuir al empoderamiento de la ciudadanía y estimular el debate público no es suficiente hacer periodismo de calidad.
Nos atreveremos a experimentar cada vez más y mejor con nuestros modelos de periodismo, de sostenibilidad, de relaciones con las audiencias, de tecnología, de organización, de gobernanza interna, de colaboración con otros medios. A la vez que dejamos tanto abierto al proceso colectivo y creativo de construcción, destrucción e iteración —la innovación— concretamos decisiones trascendentales que definen nuestra esencia. Somos un medio abierto y gratuito para el público porque consideramos que todas las personas deben tener acceso a la información confiable y el análisis de calidad. Somos un medio que evolucionará constantemente de la mano de su comunidad. El lanzamiento de nuestro Programa de Membresía es un paso en esa dirección y confiamos que nuestras audiencias caminarán a nuestro lado.
*El autor es Gerente General de Confidencial.