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Panel de pandemia y tiranos

Un policía desalmado, que creyó la ley y el orden a imagen y semejanza de Donald Trump, nos dio esta imagen que hoy estremece las conciencias

Con sanciones de Estados Unidos "a Daniel Ortega le está diciendo que no ha desaparecido del radar"

Luis Rocha Urtecho

6 de junio 2020

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Donald Trump es igual a los tiranos de “Ninguna Parte”, en esta parte del mundo también llamada “Pandemónium”, por ser ajena a coronavirus, pandemia o covid-19, según dicen. Porque Donald Trump es el mismísimo coronavirus y ha “madurado” lo suficiente para ser como Nicolás, y reclamar mano dura, como lo hacen sus colegas ya citados, contra sus pueblos. Con una biblia en la mano, paseándose por los atrios de iglesias episcopales y católicas, se proclama un nuevo Abraham Lincoln -quien terminó con la esclavitud- pero sin la demencia de quien, como Donald, pide “ley y orden” cuando los pueblos, como en “Ninguna Parte” claman que les “duele respirar”, en la boca de un niño moribundo por las balas de la “ley”, o que “no puede respirar” dicho entre los estertores de un verdadero hijo de Lincoln.

Así la imagen de estos dos seres tan diferentes, se viralizó en el mundo. La del fariseo con la biblia en la mano como si fuera un arma llena de virus y pandemias, y la del “judío”. Pero George Floyd estaba muy lejos de ser judío, no porque le importara serlo o no, sino porque se sabía negro, y negro liberto, por sus propios valores de ser humano, y gracias a un verdadero e insustituible Abraham Lincoln. El asunto se transforma inolvidable para la historia contemporánea, porque la imagen de George Floyd es como una tragedia griega. Porque la sufrida humanidad de George Floyd logra heredarnos un épico poema de su tragedia personal, mientras agoniza “sin poder respirar” porque un policía lo asfixia con su rodilla sobre el cuello (¿la ley?) hasta que muere ( ¿El orden?). Entonces vino el caos, -que augura más caos para el futuro- provocado por un “gobernante” inconsecuente, que sólo aspira a reelegirse, y comenzó a aplicar su mano dura, a moros y cristianos, siendo estos últimos los representantes de las protestas pacíficas. Resulta que no distingue el carnaval macabro que hizo de lo que pudo ser una nueva lección de humanismo para los EE. UU., si supiera gobernar con cordura. Barak Obama se lo dijo en estos días: “EE. UU. está perdiendo la oportunidad de poner en práctica sus principios más puros, y compartir entre todos sus valores más sagrados”.

Un policía desalmado, que creyó la ley y el orden a imagen y semejanza de Donald Trump, nos dio esta otra imagen que hoy estremece las conciencias del mundo, porque es la de un hombre desarmado y torturado en plena calle hasta la muerte. Por eso habla por sí misma de un héroe y mártir que no estaba preparado para serlo, ni siquiera por el color de su piel, pero que desde ahora en adelante será la imagen que condena todo tipo de violencia, venga de saqueadores en las calles, o de un saqueador en la presidencia de los EE. UU.

Las desgarradoras palabras que vamos a leer, son el testimonio de la agonía de un mártir.  Lo que hace unos días, la alta comisionada de la ONU, Michelle Bachelet, calificó de “racismo estructural”. Comparto este concepto para todo lo que está ocurriendo. Igual al “genocidio virósico” de que nos habló el papa. Las que a continuación reproduciremos son las últimas palabras  (recogidas por el equipo de AVAAZ) de un negro de 46 años, que creyó que era libre, y murió cuando el oficial de policía del que ya hablamos, presionó con su rodilla su cuello durante casi nueve minutos. Este es el último testimonio de George Floyd, suplicando por su vida al policía:


“Es mi cara hombre/ No he hecho nada grave, señor/ por favor/ por favor/ por favor, no puedo respirar/ por favor, hombre/ No puedo respirar/ No puedo respirar/ por favor/ inaudible/ hombre, no puedo respirar/ mi cara/ solo levántate/ No puedo respirar/ por favor, una rodilla en mi cuello/ No puedo respirar/ mi’eda/ Voy a/No me puedo mover/ mamá/ mamá/ No aguanto más/No puedo/ mi rodilla/ mi cuello/ No aguanto más/ Soy claustrofóbico/ me duele el estómago/ me duele el cuello/ todo me duele/ dame agua o algo/ por favor/ por favor/ No puedo respirar, oficial, no me mate/ me va a matar, hombre/ dale, hombre/ No puedo respirar/No puedo respirar/ me va a matar/ me va a matar/ No puedo respirar/ por favor/ por favor/ por favor, no puedo respirar.”

Luego sus ojos se cerraron y las súplicas se detuvieron. George Floyd fue declarado muerto poco tiempo después. Debo decir que cuando vi el video en donde policías se arrodillaban en la calle junto con manifestantes, y estos últimos los saludaban y hasta abrazaban, sentí que aquello era un homenaje a Floyd y a la no violencia. Y también a Alvarito Conrado, a quien en “Ninguna Parte” asesinaron a sus quince años, y a quien un joven poeta, Carlos Alemán Rivas, dedicó su libro con el título de su última frase antes de morir: “Me duele respirar”.  Y desde entonces en este país todos aprendimos a respirar aún con dolor. Y yo concluyo sobre “Ninguna Parte”:

En un país llamado “Ninguna Parte”

Aquí, como diría la pareja,

“todo está normal”.

No existe el coronavirus

y quienes deben morir

lo hacen apaciblemente

de “neumonía atípica”

o de una “típica muerte súbita”.

Aquellos que agonizan están

“delicados pero estables”

y los muertos, según dicen,

para evitar desvelos prefieren

los “entierros nocturnos”.


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Luis Rocha Urtecho

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