Guillermo Rothschuh Villanueva
31 de mayo 2020
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No importa si nuevamente tendrá que hacer uso de las fake news
“La escalada de la violencia creo es muy mala, no debería suceder… Tampoco
creo que sea terriblemente sorprendente, en parte porque ha habido una
acumulación de furia en torno al trato policial contra los afrodescendientes”.
Jennifer Hochschild—Profesora de Gobierno y de Estudios Afroestadounidenses.
Universidad de Harvard
El presidente Donald Trump no quiere que sus mentiras sean puestas al desnudo, pretende tener vía libre en un año electoral para seguir difundiendo bulos que inclinen la balanza a su favor. Desea tener el camino despejado. Nada debe interponerse en sus deseos por reelegirse. No importa si nuevamente tendría que hacer uso de las fake news. ¡Clama por la libertad de expresión! Él que se ha declarado principal adversario de los medios de comunicación, piensa que esta libertad le habilita para decir lo que se le venga en gana. Enemigo de balances y contrapesos ha pretendido someter a los distintos poderes del Estado. Quien disiente se ve atropellado. No solo en el plano político, jurídico y económico, también contra científicos por sostener posiciones contrarias a las suyas como ha ocurrido durante la presente pandemia.
La última bravata de Trump se debe que Twitter ocultó por vez primera detrás de una advertencia, un tuit que violaba sus reglas al glorificar la violencia. El presidente afirmó: “Cuando comienzan los saqueos empiezan los balazos”, aludiendo las protestas escenificadas por la muerte del afrodescendiente, George Floyd, bajo custodia de un policía blanco en Minneapolis. La frase de Trump había sido expresada en 1960 por un policía blanco. La decisión del CEO de Twitter escaló las contradicciones de Trump con las grandes tecnológicas. "Este tuit infringió las reglas de Twitter sobre glorificación de la violencia. Sin embargo, Twitter ha concluido que puede ser de interés público que el tuit siga estando accesible", adujo Jack Dorsey. Trump estaba indispuesto. Twitter había calificado antes que sus tuits contenían información dudosa.
Las pasadas elecciones fueron el detonante, agencias de gobierno y las mismas redes sociales —especialmente Facebook— se vieron compelidas a investigar y eliminar millares de fake news. El FBI fue la instancia encargada de convalidar la injerencia rusa en el cotejo electoral. Fue el momento preciso para que académicos de diferentes universidades estadounidenses terminaran por admitir que las redes sociales funcionan como medios de comunicación y no como simples plataformas virtuales. En un país que tiene como credo la libertad de expresión, las gigantes tecnológicas se encuentran protegidas por una norma federal emitida en 1996. La disposición resguarda Internet. Para aquel entonces Google no había hecho aparición. La orden 230 protege a las tecnológicas por los contenidos de sus usuarios. Trump deseaba anularla.
La resolución federal permite a las compañías tecnológicas buscar contenidos que les parezcan abusivos. No corren ningún riesgo por los mensajes difundidos por los usuarios: discursos de odio, falsedades o de carácter peligroso. La reacción del presidente fue ordenar la revisión de la sección 230 de la Ley de Decencia de las Comunicaciones. Nadie mejor que Trump sabe que no puede interferir su alcance. Esta disposición solo puede ser modificada por el órgano legislativo. Tenía la certeza que su reacción a través de Twitter tendría repercusiones adversas de carácter económico para la red social. Durante todos estos años la política de Trump ha sido una política vociferante y de amedrentamiento para quienes contradicen sus infundios. Su autoritarismo no admite réplicas ni contra-réplicas.
Las redes se han convertido en aliadas generosas de los políticos, las utilizan a destajo. No hay filtros que contengan sus balandronadas. Son tierra fértil para abonar odio, rencores y animadversión contra todas aquellas personas que no se pliegan a sus intereses. El abuso constante de publicación de mentiras, en algún momento tendría que ser contenido. La dualidad en la conducta de Trump es que mientras las cámaras legislativas estadounidenses tienen en la mira a las grandes tecnológicas por no proceder con celeridad en dar de baja a los bulos, hoy que Jack Dorsey actuó en consecuencia con este propósito, se rasga las vestiduras. Los abusos reiterados han pervertido el uso de las redes. Como ocurriría en cualquier Estado de Derecho, ninguna instancia o persona puede operar sin normas que rijan su conducta.
No deja de ser sospechoso que sea Trump quien aliente el discurso de la libertad de expresión. Su disgusto obedece a que Twitter empezó a poner en marcha una decisión tomada hace ya varios meses, poniendo cortapisas al desenfreno verbal de un presidente que ha elevado la mentira a norma de gobierno. Como también es de esperar que las mastodontes mediáticas revisen los supuestos con que operan. Diversos de análisis certifican que alientan la polarización y exacerban las emociones. Contrario a la posición de Dorsey, el magnate de Facebook, Marc Zuckerberg, adujo que ninguna institución debería intervenir en los contenidos publicados en las plataformas digitales. Se muestra partidario de un liberalismo decimonónico, rancio y pasado de moda, que desprende un tufillo irrespirable.
Estudiosos de los fenómenos sociales, políticos y sicológicos que surgen con la utilización de las redes, concluyen que estas inciden más de lo que creemos en la conducta de sus usuarios. Zuckerberg clama para que nadie gradúe sus contenidos, sigue deseando que nadie se entrometa en lo que Facebook difunda por muy enrevesado que sea. Las redes no pueden gozar de privilegios que las coloquen por encima del común de los mortales. Durante todos estos años ha quedado demostrada su incapacidad para ordenar la casa. Siguen renuentes a atemperar el afán desbocado que por sus circuitos circulen todo cuanto se antoje a quienes hacen de la mentira un apostolado. Trump comparte iguales deseos. Su mayor aspiración en relación a las redes, es que ninguna de baja a sus mentiras.
Uno de los grandes valores enarbolados por los medios de comunicación ha sido situar como núcleo de sus informaciones la verdad. La credibilidad que reciben de parte de lectores, radioescuchas y televidentes, obedece a su compromiso con la verdad. La experiencia indica hasta ahora las redes no han sido suficientemente consecuentes. Todavía no actúan con premura y firmeza. Nadie está habilitado a mentir, mucho menos el presidente de la primera potencia mundial. La confianza en las elecciones de Estados Unidos ha venido deteriorándose de manera progresiva. En primer término, por la cantidad de dinero que se requiere para aspirar a la presidencia, a la cámara de representantes y al senado. En segundo lugar, debido al incremento de las mentiras sostenidas por los candidatos con tal de hacerse del poder.
El presidente Trump ordenó a las instancias federales de abstenerse de invertir fondos públicos en medios y redes —según su entender, discriminan al sector conservador. Algo así como si no atienden mis caprichos sus bolsillos no recibirán ningún centavo del erario público. La actitud de Dorsey es comprensible. “Seguiremos señalando la información incorrecta o cuestionada sobre las elecciones globalmente. Y reconoceremos y asumiremos la responsabilidad de cualquier error que cometamos”. En contraste con esta posición, el dueño de Facebook sostiene sin sonrojos, que los mastodontes electrónicos, “no deberían ser el árbitro de la verdad de todo lo que la gente dice en Internet”. Nadie quiere interferir en la verdad Mr. Zuckerberg. Todo lo contario. Deseamos que entren de lleno a dar de baja a las mentiras de las que están infestadas.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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