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La implosión política del régimen

La implosión puede conducir a la caída de Ortega, y no resolver la crisis. Por el contrario, la situación social podría agravarse, como Estado fallido

La implosión del régimen puede conducir a la caída de Daniel Ortega

Fernando Bárcenas

27 de mayo 2020

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Hablar de implosión política como el elemento más probable y decisivo en la actual coyuntura es una forma de eludir los problemas de una revolución.

Hay una confusión terrible, no solo en los conceptos, sino, en la dinámica de los conflictos sociales y políticos. Leamos la siguiente expresión:

“Se ha fomentado la explosión social con la esperanza que esas diversas movilizaciones podían provocar una implosión al interior de la dictadura que facilitaría su caída. A partir de la crisis sanitaria del coronavirus, es la implosión la que puede provocar la explosión social”.

Ni una implosión política ni una explosión social se fomentan, y una no provoca la otra. Cada una procede de causas distintas, aunque puedan sucederse en el tiempo, porque a la base de ambas se encuentran crisis que interactúan aleatoriamente.


Está profundamente arraigada la idea voluntariosa que las transformaciones en la sociedad sean obra de decisiones subjetivas. Una implosión política puede contribuir a que concurran algunas condiciones objetivas para una situación revolucionaria, no para una explosión social (que por sí sola no nos permite valorar cuál sería su efecto estratégico en los cambios que requiere la sociedad).

Ni toda alternativa de poder pasa necesariamente por una explosión social, ni toda explosión social deviene necesariamente en alternativa de poder. Lo esencial, en fin, es comprender qué alternativa de poder existe en la sociedad con mayor probabilidad de éxito cuando ocurre una implosión del poder político. O si, con la implosión, lo más probable es que prevalezca el desorden anárquico.

¿Implosión o revolución?

Es una falsa disyuntiva. Entre ambas puede existir una interrelación dialéctica, no de causalidad y tampoco de exclusión. ¿Qué lleva a que la presión al interior de un régimen político sea menor que la presión externa, de modo que el régimen colapse internamente?

Preguntémonos antes, ¿qué tipo de sociedad implosiona? ¿Qué estructura de poder conduce a una implosión? ¿Qué diferencia una implosión de una crisis social y de una revolución?

La implosión ocurre en una sociedad estancada, anacrónica, una sociedad incapaz de innovación, con un enorme peso de la burocracia que se impone negligentemente a las clases sociales. Una sociedad fracasada, en la que todas las clases sociales coinciden, pasivamente, en tomar un rumbo distinto al que lleva el país. Por lo menos hay consenso que el rumbo actual perjudica a todos.

A diferencia de una crisis social, que se deriva del agravarse de las contradicciones entre las clases sociales en momentos de recesión o de depresión de la economía, una implosión ocurre cuando el poder no cumple una función racional, no reproduce un sistema productivo, sino, que mantiene una situación insostenible, en permanente deterioro, ajustando el Estado parasitariamente, deformándolo a la medida, para garantizar los privilegios del aparato burocrático que se ha situado por encima de la sociedad, y que entra en contradicción con la sociedad entera, a veces como expresión de una dominación extranjera.

Somoza, en alguna medida, implosionó, fue decisivo que Carter le quitara su apoyo, y que lo amenazara con entregarlo a los rebeldes si no renunciaba (la dictadura de Somoza era una creatura norteamericana). El FSLN no derrotó militarmente a la guardia (la guardia se desbandó con la huida de Somoza), fue una derrota política que se expresó inevitablemente en el terreno militar, pero, lo esencial es que la guerrilla construyó una alternativa de poder, aunque, por supuesto, extraordinariamente burocrática y retrógrada, de carácter antinacional, inscrita torpemente en la guerra fría. La posible revolución social fue abortada violentamente muy cerca del parto, en 1979.

El sandinismo de los ochenta implosionó, a su vez, cuando el bloque soviético le quitó silenciosamente su apoyo. Se percataron entonces que su paso era más largo que su pierna, y debieron cambiar de andadura (dio la impresión que la UNO –que se fragmentó casi de inmediato y que no pudo impedir que Ortega gobernara desde abajo- fuera capaz de derrotarlo). El FSLN llegó forzadamente a las elecciones, internamente erosionado, sus propios partidarios votaron en su contra porque se encontraban al final de un túnel sin salida.

La oposición no logró construir, entonces, una alternativa de poder, pensó (como ahora) que la democracia consiste –no en conquistas nacionales contra el atraso productivo, o en avanzar hacia la modernidad, cortando privilegios- sino, en la rivalidad de intereses miserables entre cúpulas.

Señales de implosión del régimen orteguista

Actualmente, el modelo orteguista experimenta el aislamiento, la impotencia, la generación de crisis múltiples, el incremento de la contradicción entre el poder y la nación, la acción desde el poder contraria al propio poder, debilitándose sin remedio, sin poder evitarlo para no abrir otra grieta mayor en un elemento central de su dominación, sufre la carencia creciente de recursos estratégicos, la productividad que disminuye, la función social que se reduce, la incapacidad de tomar decisiones, la negación de la realidad o, al menos, su valoración ínfima frente a la arrogancia de la represión policial como soporte decisivo. Y este poder inútil es percibido por la población en general como una carga parasitaria insoportable.

El poder orteguista se ve desconcertado. Sin embargo, lo improbable no es que un régimen policíaco se agote y caiga por sí mismo (ocurrió en Argentina, en Chile, en Uruguay, en Brasil), aunque su caída sea impredecible en los detalles concretos. Lo improbable, realmente, es la revolución, la conjunción de factores objetivos y subjetivos, que podría tomar la implosión como un elemento más de una situación revolucionaria, pero, que no es necesario para que podamos prever una revolución.

El peligro de la anarquía

La impresión es que el régimen orteguista se debilita y se derrota a sí mismo, como un puente estructuralmente corroído, en el cual se rompe el equilibrio de las tensiones a las que está expuesto por lo que sufre desplazamientos críticos ante cargas móviles. Esta descomposición, por simple implosión, puede llevar a la anarquía.

La implosión puede conducir a la caída de Ortega, y no resolver la crisis. Por el contrario, al compactarse bruscamente el Estado policial la situación social podría agravarse, como un Estado fallido, incontrolado, donde el crimen menos sofisticado y fragmentado se regodea en la impunidad del caos. Todas las clases sociales se encuentran en la ladera al momento de este deslizamiento de arena.

Algunos sectores oligárquicos, al borde del abismo, guiados por la ceguera inveterada que emana del INCAE, piensan que Ortega podría convenir en convertir su caída inminente en un aterrizaje suave.

Sin embargo, para Ortega, después de abril, su sobrevivencia radica más que nunca en el poder absoluto. Y lo aprieta en el puño para que no se le escurra entre los dedos. La caída de Ortega significa el derrumbe del Estado, profundamente deformado, convertido en una fuerza de tarea. Ortega no solo encabezó un poder dictatorial, sino, que redujo el Estado a un aparato corrupto e ineficiente al margen de la ley, de modo, que ha involucrado a los empleados públicos en la comisión de algún delito y en el estrangulamiento burocrático de la población (aunque de ello no obtengan beneficio personal alguno).

El objetivo nacional no es la implosión del régimen, aunque dicha implosión es un elemento que se debe tomar en cuenta en la estrategia de lucha por el poder. El énfasis debe radicar en revelar, cuando se presente, la existencia de una situación revolucionaria (y en ayudar a madurar en la conciencia y en la voluntad de las masas la búsqueda de una salida que transforme radicalmente el orden existente).

La Rebelión de Abril fue el cisne negro

La rebelión de abril fue lo que Nassim Taleb llama un cisne negro. Un cambo decisivo inesperado. Tanto así, que su impacto histórico nos es todavía desconocido. Fue un acontecimiento trascendente, pero casual, sin dirección alguna, como una sacudida tectónica cuyas ondas se difundieron por el tejido de la sociedad. Algunas cosas quedaron tiradas boca abajo. Pero, nada torcido fue enderezado. En realidad, Ortega contribuyó a generar la crisis. Tomó impulso y saltó sobre una cáscara, rompiéndose la columna vertebral. Ahora la dictadura se desplaza en una silla de ruedas. Ha pasado a la defensiva estratégica (tan torpemente que, en apariencia, no se da cuenta). Cada vez el régimen luce más desconcertado ante la realidad que le es adversa.

Pero, el movimiento de abril no pretendió construir nada. Puso simplemente a luz las características enfermizas del poder orteguista. Abrió un proceso de crisis del poder. Una crisis autodestructiva, que se conoce como implosión.

Si a la Rebelión de Abril se le quiere llamar insurrección habrá que precisar que nunca vislumbró como objetivo la toma del poder. Sin embargo, lo verdaderamente importante no es la caída de Ortega, sino, la revolución, el cambio progresivo de la sociedad. En tal sentido, abril, como rebelión espontánea, agotó rápidamente su capacidad creativa.

El autor es ingeniero eléctrico

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Fernando Bárcenas

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