Guillermo Rothschuh Villanueva
24 de mayo 2020
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Debido a que el fallecimiento de Otto era falso —no se trataba de fake news— eliminé el post de inmediato. Incurrí en varias pifias. Todas lamentables.
Otto de la Rocha. // Foto: Gobierno
“Todas las artes producen maravillas: el arte
de gobernar solo ha producido monstruos”.
Saint Just
Después de leer al menos una docena de posts en Facebook dando por muerto al compositor Otto de la Rocha, entré en contradicción con reglas elementales del periodismo. Me subí al carro y rendí homenaje a quien considero —igual que muchos— como uno de los grandes artistas nicaragüenses. Mi tributo lo pergeñé a eso de las diez de la noche del jueves 21 de mayo. Mi post se viralizó, como me dijo Iris Hidalgo, al momento de pedirme que aclarara que este no había fallecido. Servía como intermediara de sus sobrinos, Xavier y Gema de la Rocha, ambos hijos del hijo dilecto de Jinotega. Minutos antes había recibido una llamada del periodista Pedro David González, en iguales términos. Me aclaró que Otto estaba vivo.
Antes de dormirme creí oportuno dejar constancia de mi admiración por Otto, señalando algunas de sus grandes cualidades. Una admiración que fue creciendo a lo largo de los años. En Otto se conjugan aspectos que le han permitido formar parte del imaginario nacional. Lencho Catarrán y La Palomita Mensajera, han colmado el apetito de distintas generaciones. El primero una derivación de Pancho Madrigal, la creación imperecedera de Fabio Gadea Mantilla y el segundo un parto original, el humor hace presencia a través de las ambigüedades y dobles sentidos del habla popular. Miles de estudiantes de todos los niveles despertaban escuchando las interpelaciones de Otto de lunes a viernes muy de mañana. Una forma jubilosa de salir de la cama.
Lencho Catarrán y el Indio Filomeno, son personajes diferentes encarnados por un solo actor radial: el magistral Otto de la Rocha. Su sonrisa pícara todavía resuena en mis oídos. En el ámbito rural Otto gozaba de una audiencia envidiable. También alcanzó niveles inigualables en el sector urbano. La radio sigue siendo compañera inseparable de campesinos y obreros. Otto fue colándose a través de los años hasta convertirse en un personaje familiar a quienes miles de nicaragüenses dispensan un cariño especial, como pude comprobarlo con la publicación de mi post. El denominador común de todos los comentarios fue una muestra de aprecio hacia un artista que ha sabido calar en sus corazones. Se quiere a quien nos hace reír. Nos pone de su lado.
El carácter multifacético de la personalidad artística de Otto de la Rocha salta a la vista. Managua, linda Managua, seguirá siendo cantada por miles de capitalinos. Compuso una canción que suena en radios y roconolas. La producción musical es solo una de las facetas de Otto de la Rocha. La Pelo’e Maíz, nostalgia hecha canción, llanto y sufrimiento, gusto especial por las rubias, añoranza por la mujer que se fue y abandonó el nido. No podía dejar de cantar a su tierra. Brumas se llama la composición, en alusión a la manera que los jinoteganos llaman a su cabecera departamental. Se vino para Managua siendo adolescente. Tenía trece años. Traía a cuestas su vocación de cantante y compositor. La radio le atraía como un imán.
Partidario de rendir homenaje en vida a quienes lo merecen, Otto de la Rocha fue una de las tantas personalidades distinguidas por la extinta Facultad de Comunicación de la UCA. Como recordó Aura María Torres en uno de los comentarios a mi post, Otto fue invitado a comparecer en la Cátedra Abierta. Ante centenares de estudiantes de comunicación, ese jueves —mi jueves del Santísimo, como solía decir— su humor envolvió el campus universitario de la UCA. Decenas de estudiantes de otras carreras llegaron al Aula Magna César Jerez, para apreciar personalmente a uno de sus artistas más queridos. Otto gozaba de sus simpatías. Enervó sus ánimos. Juntos rieron y gozaron de las ocurrencias de uno de los artistas más renombrados del país.
Debido a que el fallecimiento de Otto era falso —no se trataba de fake news— eliminé el post de inmediato. Incurrí en varias pifias. Todas lamentables. La más importante de todas es no haber corroborado en fuentes confiables su fallecimiento, como hice con Berta, en el caso de Dionisio Marenco. El otro error fue pasar por alto una recomendación que formulo cada vez que puedo: “La mejor noticia no es la que se da primero, sino la que se sirve mejor”, como reza la sentencia de Gabo. Me confié demasiado como me lo hizo saber Sergio Danilo Castillo Soto. “Querido profesor no se deje llevar por los chismes en las redes sociales”. Al enmendar la plana planteo de una manera más amplia mi reconocimiento a la importancia del legado de Otto.
Otto de la Rocha pertenece a la última generación de los dinosaurios de la radiodifusión nicaragüense. Apenas hace un poco más de dos meses partió hacia la posteridad Jesús Miguel Blandón, mejor conocido como Chuno. Ambos hicieron de la radio el epicentro de sus vidas. Chuno, como Otto fue multifacético. Fundó varias radioemisoras —Futura, Juvenil, La Tigre. Desde sus años de estudiante universitario en León, Chuno destacaba como humorista, agriándole el día a los políticos. Miento, Chuno empezó a labrarse su camino como humorista en Matagalpa en la revista Segovia, fundada por Carlos Fonseca Amador. Otto y Chuno son jinoteganos. Chuno fue también historiador y novelista. Los dos vinieron a Managua y triunfaron.
A mí siempre se me ha antojado que el artista más cercano a Otto, en el doble sentido de la palabra, sigue siendo Mario Montenegro, quien siempre se ha proclamado como su discípulo. Un discípulo aventajado. Otto y Mario son cantautores. Nada más que Mario compone y canta música para la niñez. Mario también es pintor. Mario destaca más como escritor de cuentos para niños, un campo donde espigan con éxito, Alberto Sánchez Arguello, Gabriela Selser, Pedro Alfonso Morales y Sergio Ramírez Mercado, todavía muy pocos. Es la condición multifacética la que hermana a Otto con Mario. Son esas rara avis que destacan como estrellas en un país donde pocos han logrado descollar en los diversos campos artísticos por los que transitan.
En mi post resumía en breves palabras la grandeza artística de Otto de la Rocha. Soy de los que piensan que un hombre de su talante, quien ganó a puro pulso un lugar en la historia de la radiodifusión y con sus canciones escaló el pentagrama musical nicaragüense, no morirá jamás. El recuerdo de Otto vivirá para siempre entre nosotros. En las redes sociales las expresiones de afecto son clara manifestación de la forma que logró labrarse un sitio en la historia nacional. El rostro de un país lo esculpen mejor sus artistas (cuentistas, novelistas, poetas, cantantes, pintores, libretistas, actrices y actores). Su sensibilidad nos conmueve, saben moldear nuestras emociones. Por su valía, ¡todos estamos atentos a su estado de salud!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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