11 de mayo 2020
Otra vez, en su última alocución del 29 de abril, Ortega, como dice la expresión campesina sumamente gráfica, orina fuera del guacal. La camisa le queda muy grande para gobernar. Se muestra poco listo para captar la realidad en situaciones críticas, porque en una crisis la realidad revela síntomas de auto transformación, ya que experimenta una metamorfosis social interna, un cambio activo, estructural, mientras externamente, similar a la crisálida, aparenta inmovilidad, encapsulándose.
Ortega en la cuerda floja
Esta grave amenaza sanitaria pone al descubierto, trágicamente para el país, las enormes limitaciones de Ortega. Pone en evidencia su incapacidad estratégica para conducir la nación en situación de emergencia. Y su incapacidad para consultar al pueblo.
Ortega, debilitado por su derrota estratégica de 2018, se ve obligado a justificar su falta de política sanitaria, la falta de recursos destinados a aplanar la curva de contagios, la falta de dirección profesional para combatir la epidemia. Y esa justificación injustificable lo deja al descubierto y lo debilita más, al ritmo exponencial del contagio epidemiológico. La realidad marcha en un sentido y Ortega en otro, en fuga hacia el vacío, como un caballo que desbocado salta hacia el barranco.
¿La mayor tasa de letalidad en el mundo?
Dice la propaganda orteguista: Se han destinado para atender a pacientes de COVID-19, 18 hospitales; 11,732 camas de hospitalización general; 562 camas de cuidados intensivos; 449 ventiladores; 954 monitores de signos vitales; 574 succionadores; 36,649 trabajadores de salud. ¿Es creíble? Me temo que no.
Supongamos, hipotéticamente, que así sea. ¿Por qué la tasa de mortalidad es la más alta del mundo (36 %, 5 muertos entre 14 infectados reconocidos)? Ortega debió intentar una explicación estadística de su realidad extraordinaria. La realidad incierta tiene un comportamiento estadístico coherente que desmiente a Ortega. Los datos de Ortega contradicen las leyes de la transmisión epidemiológica.
Una cosa grave es tomar medidas irracionales que afectan a la población, otra, más grave aún, es justificarlas irracionalmente.
¿Cómo explica Ortega su estrategia desatinada, para enfrentar la epidemia?
“Debemos mantener las actividades normales –dice Ortega- guardando las normas. Sin caer en medidas extremas, radicales, que lo que harían sería matar al país, matarían al país, matarían al pueblo”.
¿Cuáles serían esas medidas extremas que matarían al país?
Entonces, agrega Ortega: “Si nosotros le decimos a la gente, ¡quédense en casa!, ¿quién va a fumigar? Si decimos ¡quédate en casa!, ¿qué enfermera va a trabajar?”.
_¡Ideay!, si te quedás vos, me quedo yo también.
“Tiene derecho también –aprueba Ortega-. ¿Qué médico va a trabajar? ¿Qué policía va a trabajar? ¿Qué soldado va a trabajar? Por eso les digo, ¡se destruye el país!, por esa vía se destruye el país.”.
Es la miseria moral, el egoísmo personal, lo que invalidaría –según Ortega- la estrategia de reducir la velocidad de contagio, atacando los brotes epidemiológicos mientras la población no esencial se queda en casa.
Es simple, en una estrategia sanitaria hay trabajos esenciales que deben continuar, no todo mundo debe quedarse en casa. Hay, en estas circunstancias, una profunda relación ética con las decisiones políticas.
De pronto, vemos, que cuando la ética pesa en las decisiones nacionales, la dictadura, sin estrategia alguna, deja de existir (y ella misma no se percata de su fuga). Incluso los comunicados surrealistas del MINSA sobre el contagio (sin elaboración racional) desaparecen, por falta de coherencia.
El orteguismo, como sector privilegiado en el poder, está incapacitado para pensar estratégicamente como nación. Su problema, más que de autoritarismo, es de parcialidad inmoral.
Heroísmo cívico que Ortega da muestras que no entiende
La estrategia del quédate en casa se complementa, en todo el mundo, con el heroísmo cívico de quienes deben atender a los enfermos, a nombre de la nación (a propio riesgo de contagio) como un patriota ungido éticamente por la comunidad. Se trata de un combate planificado, tomando en cuenta que se requieren los trabajadores esenciales en estas circunstancias.
En ningún país prevalece la miseria moral en el personal médico, de decir: ¡Ideay!, si te quedás vos, me quedo yo también, como aplaude Ortega. Este fenómeno de deserción del personal médico ante la epidemia –que Ortega ve normal- no ha ocurrido en ninguna parte. El ser humano casi siempre escoge el riesgo de morir por su patria a la afrenta del desertor.
En Italia, cuando al 24 de marzo habían muerto, heroicamente, 80 médicos al frente de la atención hospitalaria a la epidemia, se ofrecieron 3,500 voluntarios para incorporarse a los puestos de atención médica (casi todos ellos jubilados del sistema de salud). Los voluntarios italianos se ofrecían a ocupar los puestos de mayor peligro de contagio. Esa es la reserva ética de un pueblo noble, que trabaja con eficiencia por el bien común: homo homini sacra res.
Al 5 de mayo han muerto 154 médicos en Italia atendiendo a los enfermos del contagio. El 10 % de los contagiados corresponde al personal hospitalario.
Obviamente, para que los trabajadores esenciales se ofrezcan voluntariamente al peligro se requiere, en lugar de promover la miseria moral, una inspiración nacional ética elemental por un destino superior para la población. No el cinismo egoísta. Sino ese sentido de dignidad humana por salvaguardar la salud del pueblo, esa conciencia cívica por el bien colectivo de la nación, que se revierte, naturalmente, contra la existencia de una tiranía opresora.
Muertes por causas comunes
“Aquí en Nicaragua –dice Ortega-, como en todo el mundo, fallecen ya por otras enfermedades muchas personas, hasta hoy, por la pandemia tenemos 4 fallecidos, pero por todos los otros problemas que afectan a nuestro país tenemos 2,829 fallecidos”.
¿Qué tipo de fallecidos?
“Fallecieron –insiste Ortega- por infartos, por diabetes, por problemas de los riñones, por tumores, por asesinato, ahogamiento, suicidio…”.
Ortega ocupa el puesto de un estratega, y no puede analizar, siquiera, las características concretas del problema de la epidemia. Entonces, levanta arena con la mano y la tira en los ojos.
¿Qué es lo prioritario? A eso responde la estrategia.
Todas las muertes enunciadas por Ortega no se transmiten de una persona a otra, de modo que no tensionan improvisamente la capacidad del sistema de salud, y muy pocas inciden en las unidades de cuidados intensivos. Una enfermedad de transmisión exponencial, en cambio, sí tensiona en poquísimo tiempo la capacidad del sistema de salud. Cada enfermo contagia cuatro personas (aún antes de presentar síntomas), de modo que los enfermos pueden duplicarse cada dos o tres días, y en un chasquido de dedos pueden saturar el sistema de salud e incrementar las muertes sin atención médica. ¡Ese es el problema! No una contabilización de muertes en general. Lo prioritario es que no colapse el sistema de salud, y que no vaya a morir gente por falta de atención médica.
¿Qué debió comunicar un estratega?
Un estratega debió hablar de tres cosas:
- Qué se hace para incrementar la capacidad de atención cualificada en cuidados Intensivos de los hospitales.
- Qué se hace para detectar casos positivos de infección (cómo, en qué cantidad y con qué resultados se aplican las pruebas diariamente), cada cuánto se duplican los casos, para atenderlos en cuarentena apropiadamente, y cómo se ayuda a la población (para reducir la velocidad de propagación) a fin que pueda resistir económicamente las medidas de ¡quédate en casa!. Salvo del personal esencial necesario para el abastecimiento alimentario seguro, para la atención hospitalaria, y para el resguardo de la seguridad ciudadana.
- Qué se hace para que este personal esencial pueda trabajar con efectivas normas, y con equipos de seguridad apropiado, que impidan el contagio al que se exponen heroicamente.
Concluimos que Ortega no tiene un solo asesor especializado en alguna materia. De manera, que le inducen a mostrarse incapaz de raciocinio en momentos críticos para la población. Decía Maquiavelo: El primer método para estimar la inteligencia de un gobernador es mirar los hombres que tiene a su alrededor.
Ortega es el peor comunicador del planeta y, puesto a embaucar, resulta el peor embaucador.
Si Ortega calla, la gente piensa que ha muerto, si habla, la gente piensa que debió callar. Ha caído en su propia trampa de embustes irracionales. Llegó a pensar que está por encima del raciocinio, y va distorsionando la realidad groseramente por las mismas razones de aquel rey que iba desnudo por la calle ya que los cortesanos alababan su traje invisible como el más hermoso del mundo (distorsiones que los ciudadanos pueden ver –como el niño del cuento de Andersen- en la transmisión del monarca en cadena de televisión).