3 de mayo 2020
Contagiarse de coronavirus, justo cuando tu hija de diez años recibe su tratamiento de quimioterapia para combatir la leucemia, es una experiencia atemorizante, una pesadilla, asegura Hazel Cuadra, destacada chef nicaragüense que padeció la enfermedad en su casa en Boston, Estados Unidos.
La chef Hazel Cuadra pausó su carrera, el ajetreo de las grabaciones de televisión y la producción de su programa gastronómico Simple y Gourmet para mudarse hace un año a Massachusetts, junto a su esposo y dos niñas para que Sofía, la hija mayor de diez años, recibiera tratamiento de quimioterapia contra el cáncer.
El constante lavado de manos, uso de gel antibacterial y otras medidas que el mundo entero adoptó por la pandemia, ya eran prácticas cotidianas en la vida de Cuadra y su familia, por la enfermedad de Sofía, que requiere de extrema higiene para disminuir los riesgos de contraer cualquier mal que afecte el delicado estado de salud de la niña.
Bastó una salida para contagiarse
Con la llegada de la COVID-19, en Boston, las autoridades decretaron el confinamiento total en la ciudad desde el 15 de marzo. Tras casi diez mil casos positivos y 340 muertes, las medidas de distanciamiento físico siguen en pie y operan únicamente servicios esenciales.
“Yo no salía a ningún lado. Cuando empezaron los rumores de la pandemia, en la casa nos encuarentenamos para evitar cualquier cosa con Sofía. Tuve una salida de emergencia con mi hija menor Sabrina que se enfermó y la tuvimos que llevar al doctor”, cuenta Hazel Cuadra.
Una hora en exteriores bastó para que Cuadra se contagiara, a pesar de haber tomado precauciones como uso de mascarillas y guantes.
Los síntomas empezaron siete días después. Durante una semana, Hazel Cuadra hizo su vida normal en casa, conviviendo con los suyos. “Dormí con Sofía un día sin saber que ya lo tenía”, recuerda.
El día a día de los primeros síntomas de covid-19
De pronto, llegó la fiebre. Día uno: altas temperaturas que no bajaban de 38.5 grados. Decidió entonces aislarse en un cuarto de la casa por prevención. Día dos, tres y cuatro, la calentura persistió, pero al quinto día desapareció y empezó a sentirse mejor. “A mucha gente le ha pasado igual que a mí, comienza suave, se va, a mí se me fue completamente, pero seguí aislada”.
Al día 6, la fiebre volvió, pero además, llegaron síntomas que comúnmente no se asocian con el coronavirus: dolores fuertes de estómago, náuseas, diarrea que empeoraba día a día, no podía comer ni tomar agua, dolores de cabeza.
“Comencé a sentir olores fuertes, como ácido, como vinagre. Recordé que mucha gente pierde el sentido del olfato, a mí me pasó lo contrario”, apunta. El cansancio y la deshidratación eran extremos. Decidió llamar y reportar su situación a la línea telefónica oficial de la ciudad para casos de COVID-19, pero al no presentar los síntomas más comunes como tos, dolor en el pecho o dificultad para respirar, le dijeron que no le realizarían la prueba.
A llegar al día nueve, comenzó a escupir sangre y se dirigió al hospital. Finalmente, le practicaron el examen de coronavirus y salió positivo. “Ahí me dijeron que entre el 30% y 40% de los casos le da síntomas gastrointestinales y es algo de lo que quizá no se habla mucho”, enfatiza. Las indicaciones médicas fueron aislamiento completo por 14 días y le recetaron acetaminofén, antibióticos, pastillas para las náuseas y mucho suero.
La reclusión fue total durante 21 días. Sus hijas no podían ni acercarse a la habitación, su esposo solo entraba a asistirle cuando se sentía muy mal y lo hacía portando un tapabocas y por corto tiempo. Los alimentos se los dejaban en una mesa afuera del cuarto, en platos y vasos desechables.
El pánico de Hazel Cuadra
Ninguna medida podía considerarse demasiado extrema. El temor de contagiar a su familia era muy grande, sobre todo por la condición de salud de Sofía. “Pánico, pánico. Las defensas de ella son súper bajas, y como pasé siete días sin síntomas, estaba segura que (durante ese tiempo) se lo había pasado. El nivel de estrés y de pánico era impresionante”. Hasta la fecha ni su esposo ni las niñas han tenido síntomas, “realmente fue un milagro”, cuenta.
Tras varios días de convalecencia, sigue muy cansada, sin poder realizar actividades sencillas. Desde el cuarto en que se recluye, comparte un mensaje sobre el coronavirus: “El distanciamiento social es lo único que se ha comprobado (que funciona) para bajar el nivel de contagio. Sé que mucha gente no puede quedarse en casa, especialmente en Nicaragua, pero los que sí pueden tienen que hacerlo, por todos, por ellos mismos, sus familiares”.
La preocupación por Nicaragua
A Cuadra le preocupa el manejo de la pandemia en su país, especialmente por la falta de capacidad del sistema sanitario: “Me preocupa, mi familia está allá, mis amistades, no me puedo imaginar. Estoy en Boston, el hospital al que fui es el segundo mejor del mundo, la situación es muy distinta. Cuando hablo con mi familia, les digo que tomen medidas extremas porque aquí hay escasez de camas en el hospital, no me puedo imaginar qué va a pasar en Nicaragua, realmente preocupa que el virus llegara a pegar de la misma manera”.
Cuadra decidió compartir su historia porque quiere que la gente sepa que el coronavirus es altamente contagioso. “Los síntomas son diferentes para cada quién, no son solo respiratorios, no (hay que) subestimar cualquier gripe o fiebre. Yo fui un caso considerado leve porque no necesité respirador, no necesité hospitalización y aún en casos leves como el mío, es una pesadilla. No es una gripe, es de tomarlo muy en serio. Los que puedan quedarse en casa, es la única manera de combatir esto”, recalca.
“Creía que los casos eran como una fuerte gripe y nada que ver. Sentís en tu cuerpo algo diferente. Hubo un momento que pensé que me estaba muriendo porque sentía algo que nunca había sentido. Me abre los ojos para compartirlo, que todo mundo tome conciencia”, concluye.
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