27 de abril 2020
Eminentes especialistas en coronavirus no han tenido más remedio que discrepar del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, hoy por hoy el más sabihondo de quienes dominan los temas y curas inesperadas del covid-19. La farmacia del presidente –Donald Trump’s drugstore- es una bodega de recetas increíbles. El “remedio” de especialistas y asesores del presidente, ha sido el silencio, o un “¡Oh, my God!”, salido de la incredulidad más absoluta desde ese otro mundo paralelo al coronavirus, que es el mundo del absurdo. La imagen del poder, que es lo mismo. La imagen, para no perderla jamás, es la de cualquier día de estos teniendo a los especialistas empecinados en explicar la mejor manera existente y hasta ahora válida, de combatir al coronavirus. Por el micrófono de la Casa Blanca se rotaban uno a uno los asesores de la nada, y al lado, un Trump imperturbable parecía escucharlos, aunque ahora estoy seguro que escuchándolos hilvanaba mejores ideas que las que aquellos “charlatanes” exteriorizaban. Entonces, para poner el orden, decidió colocarse tras su podio de “Presidente de los Estados Unidos de América”.
A su real saber y entender había llegado el momento de resumir todo aquello y darle un carácter práctico. Donald Trump tomó el micrófono y paseó su mirada de iluminado por todos los presentes y por todo el mundo (con excepción del mundo de los migrantes), sorprendidos en una ignorancia para todos hasta ahora conocida. Así nos encontramos que las recomendaciones de desinfección se simplificaban no aplicándola tópicamente, sino más directamente: tragada o inyectada. Al primer síntoma de tos seca, hacer gárgaras de ácido acético en estado puro. Para mayor rapidez y efectividad, inyecciones intravenosas de cloro. Si para niños, Lysol diluido en coca cola. A los síntomas de fiebre, paños de hielo bajo los gorros y dentro de las mascarillas. Si el problema de la respiración entrecortada acusa males pulmonares, para ello es recomendable radiaciones ultravioletas. Es mejor tragarse las bujías, porque así la radiación provendrá dese el propio cuerpo humano, y se extenderá a los órganos más dañados, lo cual permitirá, en aquella oscuridad del interior del cuerpo, sorprenderlos cuando menos se lo esperen.
Cuando en Nicaragua tuvieron noticias de estos descubrimientos, las áreas responsables de salud comenzaron a despedir personal innecesario, es decir, de otros partidos. De esta manera, calificados profesionales pasaron inexplicablemente, en plena pandemia, al más terrible ostracismo, y los no calificados asumieron, en nombre del cristianismo, el socialismo y la solidaridad, el papel de los calificados, partidariamente. Pronto le solicitaron a Donald, hojas de ruta médicas, que él con gusto enviaba, y a cambio de su cumplimiento, insinuaba suspender las sanciones a los sancionados, que ya brincaban de alegría. Recordemos que en invierno saltan los batracios. Además, se supo que debido a los nuevos y constantes descubrimientos de Donald Trump, en el Minsa perdió su trabajo José Cerviño Pérez, quien aparece en el libro de Álvaro Cunqueiro :”Tertulia de boticas y escuelas de curanderos”, y quien siendo conocido por Cerviño de Moldes, pasó unos cuarenta años en Cuba. ¿Qué hace por allá?, preguntaban sus sobrinos nietos en Nicaragua. ¡Nada!, contestaban todos: ¡Anda por el campo opinando de la medicina! Y ya para dos opinadores de medicina, el mundo se hacía más pequeño que una pelotita de alcanfor.
Mientras tanto en Estados Unidos el Dr. Antony Fauci, una eminencia en la materia, no podía rivalizar con el nuevo genio de la medicina moderna, quien además era su jefe, y rumiaba sus conocimientos, que significaban años y años de estudio, a manera de antídotos secretos contra las “geniales” improvisaciones de Trump. Se conformó entonces con trasmitir, en clave morse, que todavía no se tenían los datos suficientes para correr los riesgos que podría haber en la irrebatible doctrina del dueño del mundo y del cuerpo humano. Y prevenía que lo que Trump erróneamente estaba urgiendo, lo hacía por amor a la humanidad, como era el alentar a los pacientes del Coronavirus, a tomar medicamentos sin resultados contundentemente positivos, por ejemplo la hydroxicloroquina, o la cloroquina a secas, como la tos seca. Ya antes la Dra. Deborah Birx, coordinadora del covid-19 en la Casa Blanca, había recomendado no ir a las farmacias que ofrecieran productos no prescritos, y en cambio hacer todo lo posible para conservar a salvo a la familia y amigos. Estas recomendaciones del Dr. Fauci y de la Dra. Birx las interpreto como un llamado urgente para conservarse a salvo de Donald Trump. Incluso, a ciencia cierta sabemos que James Bond murió de coronavirus, al ingerir un Martini medicinal con receta de Donald.
En este mundo de lo insólito, que espero no sea el otro mundo del que tanto se habla, hay una amenaza latente. Algo así como dormirnos en el mundo de la Pandemia y despertarnos con el Dr. Trump de médico de cabecera. Decía insólito, y es poco. Se trata de la más siniestra de una de las últimas recetas salida de la farmacia del Dr. Trump, como lo es inyectar, también de forma intravenosa, luz solar al paciente de coronavirus. No tenemos idea del procedimiento, pero se han filtrado informaciones en el Minsa de Nicaragua, que se trata de colocar paneles solares a manera de gorros, en la cabeza de pacientes que deberán estar expuestos a esta radiación de manera continua. Caminarán bajo el sol y todo lo harán bajo el sol. Serán unos suculentos pollos rostizados cuando marchen en concentraciones partidarias. Una vez cargadas las neuronas de luz solar, se succionará la luz en jeringas especiales que, puestas al rojo vivo, servirán para hacer transfusiones a pacientes alérgicos al sol.
Eso es todo lo que sabemos. Lo que vendrá, si es otro mundo, ya no es un enigma. Pero sí es un misterio la certeza de que todo esto tendrá buen resultado. De todas maneras, otro mundo nos espera. ¿Habrá en éste algún antídoto contra los inventos del Dr. Trump?