A un año de su exilio forzado, el obispo auxiliar de Managua, Silvio José Báez, echa de menos su patria y afirma que el Gobierno de Daniel Ortega ha cerrado toda salida democrática a su régimen. Sin embargo, muestra su esperanza de que se pueda construir una “nueva Nicaragua” sin autoritarismo ni intereses.
En una entrevista con los periodistas Israel González Espinoza y José Calderero de Aldecoa, de la Revista Alfa y Omega, monseñor Báez manifiesta su sentir sobre el segundo aniversario del inicio de la crisis sociopolítica nicaragüense y el primero de su salida del país.
Tras cumplirse un año fuera de Nicaragua, usted se ha convertido en una especie de embajador itinerante de la causa de su pueblo. ¿Cuál ha sido el mayor aprendizaje y la mayor dificultad que está atravesando en este momento de su ministerio episcopal?
Lo más difícil en estos meses fuera de Nicaragua ha sido no estar físicamente al lado del pueblo. He echado de menos escuchar a la gente, poder abrazar a las personas dando consuelo y esperanza, predicar el Evangelio y celebrar la fe con los fieles. Lo que este tiempo me ha enseñado es que la distancia física no es necesariamente ausencia, sino otro modo de estar presente. Mi ministerio como obispo en Nicaragua ha adquirido una nueva modalidad, que se ejerce a través de los medios de comunicación y las redes sociales y sobre todo por medio del cariño pastoral y la oración, que crean una extraordinaria comunión entre los creyentes, superando distancias y tiempos.
Su situación personal se ha enquistado, después de un año. ¿Espera realmente poder volver a Nicaragua en un futuro próximo? ¿Qué le ha podido decir el Papa al respecto?
Yo no diría “enquistado”. Mi ministerio episcopal ha madurado mucho en este tiempo, a través del dinamismo espiritual que imprime la fe, la obediencia y la comunión apostólica. Ha pasado casi un año, pero no he estado inmóvil, ni pasivo. Mis horizontes pastorales se han ampliado, las experiencias vividas me han afianzado en mi vocación y en mi estilo pastoral, mi fidelidad a la Iglesia y mi amor por el pueblo de Nicaragua han aumentado. El Papa Francisco ha sido extremadamente afectuoso y cercano. En los últimos meses me he entrevistado con él tres veces en privado y hemos hablado en un ambiente muy hermoso de calidez y cercanía fraterna. Ha ido discerniendo conmigo, haciéndome partícipe activo del discernimiento. Por el momento, dadas las condiciones del país, el Papa me ha recomendado esperar un tiempo todavía para un eventual retorno a Nicaragua. En este tiempo he aprendido a vivir sin prisas y sin inquietud, con infinita confianza en Dios, consciente de que, como dice el Evangelio ‘el mañana se preocupará de sí mismo, pues cada día tiene bastante ya con su propio afán’.
Han pasado ya dos años desde el estallido social y la situación parece haberse llegado a estancarse en Nicaragua. ¿Se han acabado los recursos para que se establezca la libertad democrática en el país? ¿Qué más se puede hacer? ¿Qué otros pasos se pueden dar?
Después de la rebelión cívica de 2018 en Nicaragua, y de la despiadada ola represiva que dejó centenares de muertos, heridos, encarcelados y exiliados, Nicaragua no ha vuelto a ser la misma de antes. La gente descubrió por primera vez, después de mucho tiempo, su responsabilidad para conseguir la democratización del país y, al mismo tiempo, se puso al descubierto el rostro criminal del régimen. El problema se ha agravado porque, después de dos años, la dictadura se ha encerrado cada vez más en sí misma, negándose a toda apertura democrática. Con su narrativa de una “normalidad” forzada, nos quiere llevar a aceptar como normal vivir en un país secuestrado y sin libertad. Lo que actualmente toca hacer es no perder de vista el modelo de sociedad que se quiere conseguir: una sociedad en donde se respeten la dignidad y los derechos de toda persona, en donde se renuncie a intereses particulares para compartir bienes e intereses en paz y justicia y en donde disentir del poder no sea un delito. Hay que alimentar la esperanza de que esta sociedad distinta es posible y hay que ir poniendo ya los fundamentos para lograrlo. Por otro lado, creo que no hay que olvidar las exigencias de la justicia. En Nicaragua se han cometido gravísimos crímenes de lesa humanidad de parte de la dictadura, y los culpables, tarde o temprano, deben comparecer ante tribunales de justicia para ser juzgados. No se puede construir la nueva Nicaragua sobre la impunidad. No se puede simplemente pasar página e ir adelante. Hay que fortalecer los vínculos de unidad entre el pueblo que no acepta a la dictadura y mantener la crítica y la presión social para lograr el cambio. Les toca a los políticos decidir el modo concreto de hacerlo y el llevarlo adelante.
¿El diálogo auspiciado por la Iglesia entre el Gobierno y la oposición es una vía muerta?
En este momento un diálogo como los anteriores, no sólo es imposible, sino que sería inútil. Creo que ahora no se trata de dialogar, mucho menos con el formato usado anteriormente. Estos dos años han mostrado claramente la ausencia total de voluntad de este régimen para dialogar. Ahora se trata de forzar políticamente el cambio social, sin arreglos debajo de la mesa y sin buscar en modo egoísta los propios intereses. Se requiere firmeza, valentía y creatividad. No es imposible.
En mayo de 2014, los obispos entregaron el documento “En búsqueda de nuevos horizontes para una Nicaragua mejor” dónde le pedían al gobierno de Ortega un proceso democratizador para las elecciones generales de 2016. En esa justa electoral hubo denuncias de fraude por la oposición. Teniendo en cuenta estos antecedentes, ¿cómo mira la Iglesia de Nicaragua las elecciones presidenciales de 2021? ¿Cree que las elecciones se van a celebra de forma justa? ¿Son las elecciones la mejor vía para solucionar la crisis del país?
En las condiciones actuales del país, en donde hay todavía muchos presos políticos, continúa la represión violenta y no se respetan las libertades ciudadanas, es imposible pensar en elecciones. Si llegamos en estas condiciones al 2021 las elecciones no tendrían sentido. Los Obispos hemos dicho siempre que las elecciones son la mejor vía para salir de la crisis, en modo pacífico y democrático, pero esto exige ante todo la liberación de todos los presos políticos y la restitución de las libertades y los derechos ciudadanos. Solo así se debería proceder luego a la renovación total del Consejo Supremo Electoral, que posibilite elecciones libres, observadas y honestas. Lo ideal sería que la resistencia nacional y la presión internacional, forzaran al régimen a aceptar estos cambios. Yo todavía creo en una salida política no violenta. No es el camino más fácil, pero es el que puede garantizar que los cambios sociopolíticos sean durables.
¿Qué opinión le merece la gran coalición que ha conformado la oposición de Nicaragua?
La conformación de esta coalición es algo muy significativo y esperanzador, sobre todo después de vivir largos años con una oposición política fraccionada y prácticamente inexistente. Creo que los intentos de unidad siempre hay que valorarlos, pero también hay que reconocer que, en el contexto sociopolítico de Nicaragua, la unidad lograda es muy frágil. Hay mucho camino que hacer. Lo positivo es que la existencia de una unidad opositora al régimen garantiza la pluralidad democrática; el riesgo es que esta coalición se institucionalice y burocratice tanto que pierda arraigo popular y fuerza carismática. Esta coalición tendrá significatividad política real si logra mantener vivo el espíritu de abril del 2018, cuando los nicaragüenses protestaron sin pensar en intereses partidarios, solo movidos por el deseo de terminar con un poder despótico y criminal, clamando por una nueva sociedad fundada en la justicia, la libertad y la participación de todos los ciudadanos. El reto más grande de la Coalición es obtener cada vez más legitimidad popular, actuar con transparencia frente al pueblo y no perder de vista el objetivo que estuvo a la raíz de la insurrección de abril: la democratización del país y las exigencias de justicia en relación con los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen.
¿Cómo es el estado actual de las relaciones entre el régimen y la Iglesia? ¿Siguen cortadas? ¿Sigue habiendo conflictividad, asedio a templos y manipulación de símbolos religiosos por parte del Estado?
Las relaciones entre la Iglesia, pastores y resto del pueblo de Dios, y el régimen, están dañadas desde el 2018, cuando este último, sin ningún fundamento, acusó a la Iglesia de haber organizado un golpe de estado y a obispos y sacerdotes de ser terroristas. A partir de este momento los templos han sido continuamente asediados por la policía y fanáticos de la dictadura; al mismo tiempo, muchos líderes católicos, incluidos algunos obispos, hemos sufrido persecución y hemos sido víctimas de calumnias y ataques denigrantes. Esto ha sido consecuencia de la cercanía y solidaridad de la Iglesia con los sufrimientos del pueblo, en modo particular, con las víctimas la injusticia y represión. A esto habría que añadir otro tipo de persecución más sutil que se remonta a mucho tiempo antes del 2018, la que se realiza a través de la manipulación de símbolo religiosos, lenguaje y fiestas propias de la Iglesia Católica, como un intento de dar soporte ideológico religioso a un régimen totalitario y poder ganar aceptación frente a un pueblo profundamente religioso. La Iglesia tiene que seguir siendo cada vez menos diplomática y más profética. Como fue Jesús, siempre al lado de las víctimas, de los últimos y olvidados de la sociedad, defendiendo su vida y sus derechos y promoviendo su dignidad, en nombre de Dios.
A pesar de la crisis mundial del coronavirus, el régimen de Ortega-Murillo ha convocado manifestaciones multitudinarias. ¿Qué le parece esta actitud del Gobierno?
Esta actuación del régimen en Nicaragua resulta incomprensible. Propiciar conductas y formas de convivencia que favorecen un eventual contagio del virus es algo irracional y que denota un gran irrespeto al pueblo nicaragüense. En modo ejemplar es el mismo pueblo el que ha decidido cuidarse, auto decidiendo la práctica de una sana cuarentena para evitar el contagio. Hay que reconocer también los esfuerzos del mundo empresarial y de la sociedad civil por la publicidad que han hecho de las normas de higiene y por la creación de un fondo común para afrontar la crisis. El pueblo de Nicaragua corre un riesgo muy grande en este momento, pues somos un país muy pobre y con recursos médicos muy limitados. Una diócesis del país presentó un proyecto de clínicas médicas de prevención para ayudar a la población y fue impedida por Ministerio de Salud. No se entienden estas decisiones, como tampoco las constantes invitaciones del régimen a participar en fiestas, maratones, estadios, viajes a la playa, etc., comprometiendo de este modo seriamente la salud de los más pobres. Ante un régimen que se comporta en modo tan irresponsable y que maneja con absoluto secretismo los casos de contagio y el número de pruebas hechas, la Iglesia y las fuerzas democráticas está insistiendo en invitar a la población a que por sí misma tome medidas de higiene y distanciamiento social para mitigar las consecuencias de la pandemia.
¿Cuál sería su mensaje de pastor para los nicaragüenses que están en su patria y aquellos que han salido a la diáspora a dos años del inicio de la crisis sociopolítica?
A dos años de la rebelión cívica de abril de 2018, invito a los nicaragüenses, dentro del país y en el extranjero, a no perder la esperanza de poder construir una sociedad nueva, en donde prevalezca la racionalidad, la bondad y la justicia social. No olvidemos, como ha dicho el Papa Francisco, que ‘el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes (…). Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción los procesos de cambio’. Para transformar Nicaragua hay que eliminar de la vida personal, social y política tres verbos mortíferos: tener, subir y mandar, y en su lugar cultivar tres verbos que dan vida y hacen bien: dar, bajar y servir.