16 de abril 2020
Como en el brevísimo relato de Augusto Monterroso —“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”—, el presidente Daniel Ortega reapareció este 15 de abril en una cadena nacional de televisión, después de 34 días de ausencia en el cargo, para confirmar el desgobierno que campea en Nicaragua en medio de la pandemia.
Como ha ocurrido en otras ocasiones, Ortega no brindó explicaciones sobre las causas de su ausencia prolongada y demostró que sigue siendo un gobernante ausente, desconectado de la realidad e insensible ante los peligros que amenazan a los nicaragüenses, ahora agravados por la negligencia de su Gobierno ante la pandemia del coronavirus.
Durante su delirante monólogo de 30 minutos, en que intentó proyectarse como un líder mundial, fue más importante lo que no dijo, que los lugares comunes que repitió de sus discursos anteriores.
Por ejemplo, predicó sobre la paz mundial, contra las armas y la bomba atómica, pero ignoró el dolor causado por su Gobierno a su propio pueblo con las armas letales de la Policía y los paramilitares, que durante la matanza de abril, hace dos años, dejaron más de 300 asesinatos, que están en la impunidad.
Abogó por los migrantes africanos que intentan cruzar las fronteras —que él les cerró en Nicaragua— y por los centroamericanos que migran hacia Estados Unidos, pero no se refirió a los más de 100 000 nicaragüenses que, desde abril de 2018, han tenido que huir al exilio para escapar de la represión, y se refugian en Costa Rica, Panamá, España, Estados Unidos, México y otros países.
El presidente se jactó de que en Nicaragua solo existen nueve casos positivos y un fallecido por el covid-19, pero no dijo nada sobre el secretismo que rodea a la aplicación de las pruebas para detectar el virus, ni la falta de transparencia de su Gobierno. No reveló, por ejemplo, cuantas pruebas realiza todos los días el Ministerio de Salud, ni por qué su Gobierno se sigue rehusando a aplicar las 26 000 pruebas rápidas que le donó el Banco Centroamericano de Integración Económica hace diez días, para realizar un diagnóstico masivo del coronavirus.
El gobernante alegó que en Nicaragua solo existen casos importados del exterior y que no hay contagio comunitario, y puso como ejemplo a una joven que migró a Costa Rica y fue declarada negativa por las autoridades de Salud de ese país; pero no respondió a las preocupaciones del Gobierno de Cuba, cuyo Ministerio de Salud ha informado que varios ciudadanos pudieron haberse contagiado del virus por los contactos que tuvieron en Nicaragua.
El caudillo del FSLN desafió las recomendaciones de la OMS, avalando la promoción de aglomeraciones masivas, como las marchas multitudinarias de su partido, la inauguración del puente de Malacatoya, y los contactos que promueven los activistas de su Gobierno en sus visitas casa por casa, sin admitir que de forma temeraria está propiciando la propagación del coronavirus.
Ortega justificó la inacción gubernamental, la no declaratoria de una emergencia, y la no adopción de medidas de cuarentena, alegando que “si se deja de trabajar, el país se muere”, pero no parece importarle que, antes del coronavirus, el país entró en su tercer año de recesión económica consecutiva, provocada por la represión y la crisis política de su dictadura.
El pueblo de Nicaragua escuchó de boca de Ortega un discurso irresponsable y negacionista que, como consuelo, le promete que en los hospitales hay suficientes “respiraderos” para el covid-19.
En resumen, Ortega no ofreció un plan sanitario, económico, o humanitario, para paliar los efectos de la pandemia, porque su objetivo más bien consiste en amenazar al país con el caos del coronavirus, para que le suspendan las sanciones internacionales por graves violaciones a los derechos humanos. Otra vez, se trata de colocar al país al borde del abismo en un acto de chantaje calculado, en el que el desgobierno juega un papel instrumental.
Su reaparición confirma que la dictadura y el coronavirus forman parte inseparable de una misma crisis, que tiene graves consecuencias para la región centroamericana. Y la única salida pasa por prevenir el coronavirus con el espíritu autoconvocado de la Rebelión de Abril, pero demandando más libertad y democracia.
La reconstrucción de Nicaragua, antes y después del coronavirus no se puede hacer en dictadura, sino únicamente en democracia. Salvar vidas y quedarse en casa hoy, y promover la cruzada ciudadana para mantener una cuarentena voluntaria, a contrapelo de Ortega, es ahora una acción imperativa de resistencia contra la dictadura.
El siguiente paso será recuperar plenamente las libertades democráticas, empezando con la suspensión del estado policial, para ir a unas elecciones libres y desmantelar a la dictadura aliada del coronavirus.