13 de abril 2020
Chale Mántica, fue un exitoso hombre de negocios, y uno podría reconocer su talante simplemente con el peso suficiente de este mérito. No es fácil generar riqueza. Menos en un país como el nuestro, donde tomar riesgos por vocación empresarial significa andar tentando el acantilado. A pesar de todo, no es haber sido un ganador en el mundo de los negocios lo que hizo de Chale un hombre de fortuna.
Su mayor capital
Desde sus primeros versos en Poemas de impaciencia (1956), pasando por su obra monumental El habla nicaragüense (1973), Chale fue seducido por el misterio de la lengua, lo que lo llevó, como escribió Pablo Antonio Cuadra, a abrirnos “una puerta nueva para la historia nicaragüense a través de la lingüística”.
Chale fue un lingüista especializado en náhuatl, autor de la primera traducción directa del náhuatl al castellano de nuestra obra de teatro popular El Güegüence o Macho-ratón, y que en El Cuecuence o el gran sinvergüenza (2001) consagra una genial minuciosidad de análisis. En esa línea vendrían: Escudriñando el Güegüence (2007) y El Güegüence, un desconocido (2009).
Su permanente amor por la palabra nicaragüense se patentiza en estos títulos adicionales: Cantares Nicaragüenses (en coautoría con César Ramírez Fajardo, 1995), Refranero Nicaragüense (1997) y ¡Pura Jodarria! (2007).
Su mejor inversión
Chale fue seducido por las palabras, pero sin duda su más rica búsqueda fue de La Palabra, en singular y mayúscula. Así nació la “Renovación Carismática”, fundó “Ciudad de Dios” y escribió: Un cursillo de cursillos (1976) y Pensando en cursillos (1984).
En 1997 publica un libro troncal: Teología de un empresario. La Toponimia vuelta Camino. Luego aparecería una edición ampliada que titula: ¿Qué pensás hacer esta eternidad? Más teología de un empresario (2001); y Para volverse loco de amor por quien nos amó primero (2011).
En estos libros Chale desmenuza lo abstruso de la fe con fino humor.
Salutación final del Sánscrito y del Náhuatl
Un antiguo versículo sánscrito enseña que sucede con los ríos, los años y las amistades, que al principio son pequeños; pero en su discurrir se hacen más fuertes y profundos, y una vez han empezado ya no tienen vuelta atrás. De la verdad del adagio podemos dar fe todos los devotos de la música nicaragüense que peregrinamos hasta su casa, donde cuelga un tapiz con una palabra náhuatl que reza: “Mispialcalli” –Casa de la Alegría. Y no por efecto de las botijas de vino, sino por el calor de la amistad.
Nicaragua debe mucho a este empresario, mecenas, lingüista, nahuatlista, folklorista, ensayista, teólogo y músico. Querido Chale: “matateco Dio mispiales” –que Dios Nuestro Señor te guarde.