29 de marzo 2020
Mientras en Nicaragua, los ciudadanos adoptan medidas de distanciamiento ante el silencio del Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo para prevenir el contagio del covid-19, los nicaragüenses en el exterior, siguen las reglas de confinamiento dictadas por los Gobiernos de los países en que viven, para tratar de disminuir las tasas de contagio y el número de muertos.
La decisión de dictar cuarentenas —parciales al inicio, totales después— ha trastocado de diversas formas la rutina diaria de estos compatriotas, no todos exiliados, que muchas veces dependen de empleos irregulares o de medio tiempo, para resolver su día a día.
CONFIDENCIAL conversó con cinco nicaragüenses —Gary Estrada y Tania Brates, en España; Miguel Carazo en Noruega, Jhoswel Martínez, en Costa Rica, y Doris Espinoza, en El Salvador— quienes narraron las formas en que sus vidas han sido trastocadas, y cómo están preocupados por la forma contradictoria con que la Administración Ortega Murillo enfrenta la crisis sanitaria en Nicaragua.
El número de muertos crece cada hora
Gary Estrada se fue en 2016 a estudiar un máster a España, y aunque debía retornar al país en 2018, la "Rebelión de Abril" le hizo quedarse en Zaragoza, donde lo encontró la crisis causada por el covid-19, y dejó a su familia sin ingresos en cuestión de semanas.
Estrada efectuaba labores administrativas en una empresa de productos alimenticios latinos, pero las ventas bajaron mucho, así que el dueño tuvo que cerrar, y se quedó en la calle.
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Su esposa también generaba ingresos: trabajaba por horas cuidando niños, y tenía un negocio de ventas online, que le iba muy bien. Al quedarse sin ambas fuentes de ingreso, la familia se está comiendo sus ahorros.
“El día a día en nuestro hogar, es un monólogo de lo mismo: levantarnos, tratar de distraernos viendo series y películas. No se puede salir para nada, a menos que sea para ir al supermercado, para adquirir artículos de primera necesidad, o productos básicos; a una farmacia, o para atender una urgencia médica. Si no, te imponen una multa de entre 600 a 2000 euros”, contó.
Estrada relata que está tratando de reducir la cantidad de información a la que accede, porque le causa “tensión, ansiedad, desesperanza. Las noticias son muy duras: el número de infestados y muertos por este virus en España, crece con el paso de las horas”, cuenta.
Prueba de la tensión en que vive, es que “hace un par de semanas sentía fiebre, dolor en la garganta, dificultad para respirar”, así que llamó a los servicios de emergencia, pero terminó siendo un catarro común.
Todavía está esperando que lo visite alguien en su domicilio (la indicación es esperar en casa) para saber de qué estaba padeciendo, o al menos, que lo llamen por teléfono para evaluar sus síntomas.
Comiendo una o dos veces al día
Jhoswel Martínez llegó a Costa Rica como parte del equipo de la Asociación Nicaragüense pro Derechos Humanos (Anpdh), que se fue del país en agosto 2018, ante el asedio al que se vieron sometidos los personeros de la entidad, por parte del régimen que gobierna Nicaragua.
En Costa Rica, Martínez creó —y dirige— el Observatorio de Derechos Humanos de la Asociación Nicaragüense Por un Futuro Mejor (Anpfm), desde donde ofrece asesoría legal y migratoria a la comunidad nicaragüense en ese país, además de otorgar ayuda material cuando se consigue. La cuarentena ordenada por el Gobierno costarricense, dejó sus reservas casi en cero.
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Martínez relató que para él, la cuarentena comenzó el domingo 15 de marzo. Salió a comprar productos perecederos básicos, pero apenas lo suficiente como para soportar una quincena, tanto porque sabía, a partir de la experiencia en otros países que se permite ir de compras con restricciones, como porque no tenía dinero para más.
La orden de encerrarse en casa cercenó sus fuentes de ingresos. Tanto en un despacho jurídico, como en los rumbitos informales de construcción y ebanistería que a veces hacía, pero “todos los trabajos se cancelaron permanentemente”.
“Yo trabajaba medio tiempo con un abogado, y cuando se comenzaba la crisis global, me dijo: ‘Jhoswel, te voy a llamar solo cuando sea necesario, porque tenemos pocos casos. Al final me dijo ‘ya no contaré contigo. Voy a entregarte tu despido permanente, porque esta situación me va a dejar en quiebra, y ni siquiera tengo para sobrevivir yo’, y firmó mi despido formal”, relata.
El cierre de sus fuentes de recursos, lo dejó “algo quebrado, tratando de sobrevivir con lo muy poco que me quedó de ahorro”, pero también, dosificando los alimentos disponibles, comiendo a veces dos veces al día, y en ocasiones, solo una vez, para que le duren.
Nunca me siento suficientemente limpia
Tania Batres se fue para España con sus tres hijos de 19, 15 y 13 años, y se refugió en el apartamento de su madre en Barcelona, donde ahora residen siete personas. Desde ahí relata que su historia con este coronavirus comenzó “semana y media antes de la cuarentena: me tuvieron aislada en casa por una semana, porque fui a limpiar una tienda donde un empleado dio positivo, aunque cuando yo llegué, él ya tenía ocho días de no llegar a trabajar”.
Cuando ella llevaba una semana de encierro “se suspendieron las clases y la mayoría de turistas abandonó el país”, pero sigue trabajando, limpiando apartamentos turísticos, lo que le obliga a salir de casa frecuentemente, y a contemplar el escenario de ver “calles desoladas, estaciones de metro y del tren vacías”.
Cuando regresa a casa, se quita los zapatos y la ropa, y se baña, pero nada puede quitarle la sensación de que no está suficientemente limpia como para garantizar que no será ella quien contagie a las personas que ama.
Sus dos hijos menores tienen que hacer tareas en casa para cumplir sus obligaciones escolares, y la quinceañera, que aprende a tocar el violín, envía vídeos a sus profesores, para mostrar sus avances con las partituras.
Una de sus últimas vicisitudes fue tener que buscar por tres días, dónde retirar el dinero que le envió su esposo desde Estados Unidos, pero al final resolvió.
El negocio pasó a segundo plano
Doris Espinoza, llegó a El Salvador en 2019, cuando a su esposo le ofrecieron un trabajo allá. Alquilan un apartamento en San Salvador, donde viven con su hijo de tres años, que ya está en preescolar, y una amiga nicaragüense cuyo esposo viajó por trabajo a Nicaragua, y ya no pudo regresar a ese país.
Al ordenarse la cuarentena salieron a comprar “lo básico, porque no contábamos con mucha plata para abarrotar nuestra despensa. Adquirimos lo que consideramos necesario para volver a abastecernos cuando volvamos a tener otra entrada de dinero”, explicó.
A partir de la cuarentena domiciliar total, en que ya no se permite que nadie salga de casa, designaron a su esposo para que salga a hacer compras al supermercado, o a la farmacia. El resto del tiempo, ella imparte clases en línea, mientras que él efectúa su trabajo de la misma forma.
El niño ya no va al kinder desde que se ordenó suspender las clases, pero tiene una lista de actividades para hacer en casa, que le enviaron sus profesores.
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Espinoza relató que tenía un negocio de venta de ropa, que debió suspender, porque “nadie está comprando ropa, ni pensando en eso. El negocio ha quedado en un segundo plano, porque no estoy vendiendo absolutamente nada”.
Nos preocupa la salud y la economía
Miguel Carazo es un periodista nicaragüense que emigró a Europa en los años 90. Estudió en España, y fue a dar a Oslo (Noruega), donde trabaja desde hace más de diez años, como relacionista público en una entidad adscrita al Ministerio de Transporte de ese país nórdico.
La orden de quedarse en casa supuso un cambio “drástico”. “Las oficinas han cerrado y nos han pedido que trabajemos desde casa. Todas las reuniones y conversaciones con colegas son electrónicas. El transporte público se ha reducido”, describe.
Dado que el preescolar está cerrado, su compañera y él tienen que turnarse para jugar con su hijo de tres años, “para que no se aburra de estar todo el día dentro... Por fortuna tenemos un bosque enorme cerca de la casa, así que por las tardes podemos salir a caminar”, añade.
Carazo refiere que “las autoridades nos han pedido salir de la casa solamente por cosas muy necesarias”. De ahí que “muchos centros comerciales, peluquerías, cines, teatros, bares… todo está cerrado”.
Una de las cosas que más les preocupa es que “no hemos visto ni a familiares ni amigos desde hace tres semanas. La vida social o es electrónica o se tiene que posponer. Si salimos es para ir a comprar o para estirar las piernas”, relata.
Si bien admite que no están muy preocupados porque “ninguno de nosotros está en los grupos de riesgo”, y que tampoco corren peligro de perder sus empleos, sí les preocupa la salud de la gente en general y “lo que pueda pasar con la economía del país”.
Les preocupa más Nicaragua
Estando a centenares, y hasta a miles de kilómetros de distancia, los cinco nicaragüenses están más preocupados por sus familiares en el país, que por lo que pueda pasar a ellos mismos o a sus parientes en sus países de acogida.
Desde Costa Rica, Jhoswell Martínez opina que la actitud del Gobierno ante la crisis del covid-19 “es una irresponsabilidad total”, tanto cuando no decreta un estado de emergencia, como cuando se alienta a las personas a no usar mascarillas, y al hacer visitas de casa en casa, que más bien puede ayudar a propagar el virus. Si son negligentes no habiendo pandemia, con pandemia son mucho peor”, condenó.
En El Salvador, Doris Espinoza admite que lo que pasa en Nicaragua le preocupa mucho, “especialmente por mi familia, por la gente que uno quiere, todos los que uno ha dejado atrás”, y confiesa que se siente indefensa “ante un gobernante que no da la cara, y al que poco le importa la vida humana. Eso sí que nos tiene con mucha preocupación y mucha tristeza”.
Sin embargo, detecta “un hilo de esperanza”, porque ve que la gente está haciendo “lo que puede, buscando cómo resguardarse, estar en sus casas, no exponerse en la medida de lo posible. Hay muchas limitantes, pero la gente está acatando las medidas que ha visto en las redes sociales, y la televisión internacional.
En España, Tania Batres confiesa que le da “miedo ver lo que está pasando en Latinoamérica y sobre todo en Nicaragua, que están tomando esto como un chiste. ‘El amor en los tiempos del covid-19’… ¡por favor! Me da terror por la gente que depende de su trabajo diario para sobrevivir”.
En Noruega, Miguel Carazo admite que no conoce los detalles o el número de infectados en Nicaragua, pero la prensa europea escribió sobre la marcha contra el coronavirus y “la crítica ha sido dura. Quizá porque invitar a una marcha va en contra de lo que está haciendo el resto del mundo. Mientras los demás están en cuarentena, en Managua invitan a una marcha. Es inexplicable”, recalca.
Gary Estrada señala, también desde España “la irresponsabilidad del Gobierno de Nicaragua, que nos preocupa muchísimo. Tememos por nuestras familias. Tengo una abuela de 90 años, mi madre tiene 60 años, y eso nos preocupa. Tenemos nuestra cabeza dividida, tanto en España, como en Nicaragua”.
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