26 de marzo 2020
En el 2020 retome para mí, la mayor práctica de libertad, la educación. Casi dos años han pasado desde aquel 13 de agosto en el que el consejo autodesignado de la UNAN Managua me expulsó por “golpismo y vandalismo”, alejándome así por varios meses de las aulas de clases. El comienzo de este nuevo año lo viví con mucha esperanza y pesadumbre al mismo tiempo. Esperanza porque se me presentó la inigualable oportunidad de concluir la carrera Universitaria de la que cursaba el último año, cuando estalló la crisis política que marcó la vida de mi generación. Tristeza, porque para lograrlo era necesario salir de mi país azul, dejar mi hogar, mi familia, mis amigos, mi movimiento estudiantil, mi vida. Tendría que mudarme a España y resistir desde otra trinchera; porque estoy convencida que estudiar, prepararnos no es solo una manera de resistir, sino también la principal herramienta, de la que podemos hacernos, para forjar las transformaciones que necesitamos en Nicaragua.
Así pues, arranqué mi vida de ese país “tan violentamente dulce” que nunca sale de mí y emprendí de nuevo la búsqueda constante del saber. Dos meses no habían transcurrido cuando el coronavirus ya estaba en las noticias locales de mi nuevo entorno, en pocas semanas ya ponía en apuros a uno de los mejores sistemas de sanidad pública del mundo y bastaron un par de semanas para que la Junta de la Andalucía paralizara las clases en todos los centros educativos de esa región autónoma, como forma de prevención ante la pandemia de coronavirus, así fue como la Universidad de Loyola de la Compañía de Jesús comunicó la suspensión de todas las actividades docentes presenciales (teóricas y prácticas), no solo como forma de protección sino también para romper la cadena de posibles contagios.
Aproximadamente una semana antes de la suspensión de las actividades, las autoridades competentes de Loyola, ya nos habían hecho llegar correos electrónicos que recogían las medidas preventivas orientadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) acompañadas de los números telefónicos de emergencia para reportar cualquier dolencia que pudiera relacionarse a la nueva enfermedad que según declaraciones del presidente de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus está acelerando su curva. De acuerdo con cifras actualizadas hasta las 21: 00 GMT del 25 de marzo, de la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, EE. UU.), el Covid-19 afecta ya a 458.927 personas en todo el mundo. Solo en cinco días se pasó de contabilizar 200 000 casos para superar los 400 000.
He compartido estos datos con la intención de afirmar lo siguiente: no estamos ante una situación en la que sea suficiente comunicar “que se tomaran medidas de prevención” mucho menos subir a las páginas sugerencias de alimentos ricos en vitamina C como hace la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-MANAGUA), no estamos hablando de una gripe que se pasa en tres días. Adhanom Ghebreyesus insiste en que solo implementando tácticas agresivas se puede ganar la lucha mundial contra el coronavirus, ninguna de estas tácticas pasa por reunir a los alumnos de toda una facultad en un salón para contarles qué es el coronavirus.
Me gusta pensar que el ejercicio de asumir la obligación con el entorno es parte de la responsabilidad social que en teoría ejerce una institución de educación superior; si la universidad no se integra en la realidad y en los retos del presente, es más que oportuno cuestionar su función-extensión, así como su grado de compromiso con la sociedad en la que se encuentra inmersa.
Entonces, ¿cómo es que la UNAN como centro de pensamiento, investigación y siendo reconocida por tener la principal escuela de Medicina del país no ha sido capaz siquiera de proteger a sus alumnos, profesores, administrativos y demás personal de trabajo? No es cierto que puedan existir medidas preventivas en una universidad en la que se carece de jabón en los lavabos, donde las secciones de clases permiten el número justo de alumnos por años de carrera, una Universidad que ya demostró ser brutalmente indolente con el aquejo de sus estudiantes y que lo sigue evidenciando cuando amenaza con sancionar aquellos que promuevan la no asistencia a clase como medida preventiva, no me es difícil imaginar que puedan expulsar al primer alumno que se confiese con algunos síntomas o bien aquel que por salvaguardar sus vida y de sus cercanos decida dejar de asistir.
Ahora bien, esto va más allá del simple hecho de proteger al estudiante, evitar los encuentros numerosos de personas está estrechamente vinculado con impedir la difusión del coronavirus, cortar la cadena de transmisión, tratando se así de ser responsables de nosotros, pero también de los demás, de las familias, de nuestro país. En este sentido, la distancia de la realidad global que ha tomado la principal universidad del país no se puede justificar alegando un intento de preservar el bienestar y continuidad del curso educativo. Este acto irresponsable no es más que una colaboración directa con la dictadura que de manera desesperada trata de mostrar que en un país tan abatido como Nicaragua todo está normal.
La UNAN-Managua es un instrumento a favor del régimen Ortega Murillo. Al ser una institución sin autonomía, no es difícil imaginar que son naturalmente incompetentes para adoptar medidas prioritarias y estratégicas en situaciones de emergencia como esta. Simplemente no puede desafiar los actos negligentes del Estado.
¿Y si tuviera autonomía?
Si la Ley de Autonomía Universitaria que establece el principio ideal de la universidad en cuanto a la no intervención en los asuntos de la misma por parte de poderes exógenos - políticos, religiosos o empresariales- es posible imaginar una universidad enseñando desde la práctica y el ejemplo de la humanización del conocimiento, preparando a sus estudiantes, más que en sus futuras capacidades laborales, en sus competencias sociales, refinando sus emociones, la maduración de su entendimiento y responsabilidad individual sobre los enormes desafíos que puede imponer en nuestro país este nuevo coronavirus.
El mundo está afligido, los sistemas de calidad pública más eficientes están sobrepasados, las economías hacen proyecciones desalentadoras y lo menos que podríamos esperar de nuestras casas de estudio superior es que adapten el proceso de enseñanza-aprendizaje a las nuevas circunstancias sin ignorar los distintos desafíos técnicos, geográficos, funcionales y de inclusión que la nueva fórmula puede presentar.
Por eso, es vital e impostergable que la conquista plena de la autonomía universitaria sea incluida en el proceso constructivo de lo que socialmente hemos llamado “la nueva Nicaragua”. Necesitamos universidades conscientes y participantes activas en acciones que enfrenten los problemas regionales y nacionales, universidades que basen sus modelos de enseñanza en la dignidad humana y la protección de los derechos humanos.