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Crónica del último recital público de Ernesto Cardenal

El hombre rebelde que jamás transó con nadie, ni por nada, salvo con su conciencia. Y con la divinidad.

El hombre rebelde que jamás transó con nadie

Enrique Sáenz

5 de marzo 2020

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Emotivo. Muy emotivo fue el homenaje a Ernesto Cardenal, en ocasión de sus noventa años. Magnético también es otra palabra que se me ocurre, aunque no soy amigo de esas dimensiones extrafísicas (¿o metafísicas?). Quienes asistieron no me dejarán mentir: el acto terminó, la gente desocupó la sala del teatro, pero se quedó a la salida (más bien es la entrada). No podía irse. El poeta se despidió y se fue, y la gente siguió ahí, aferrada, por un buen rato, hasta que poco a poco comenzó a dispersarse la “energía cósmica” y con ello también la gente.

Me parece que la razón es que estábamos conscientes de haber participado en un episodio histórico.

Contra todo pronóstico, el homenaje, después de varias vueltas y revueltas, pudo realizarse en el Teatro Nacional Rubén Darío.

Sólo en unas cuantas ocasiones he podido ver de cerca a Ernesto Cardenal y en ninguna le he visto reír. Ni siquiera en la muy intensa conversación que sostuve con él hace algunos meses y que relaté en otro artículo (“Conversación con Ernesto Cardenal”). Sin embargo, era evidente el regocijo del poeta, a tal punto que lo adornaba una aureola de gracia que casi se podía tocar. Y que contagiaba. El poeta despertó aplausos y sonrisas.  Aplausos y gozo. Gozo bíblico. Y a veces risa abierta. Sus expresiones en unos momentos, el tono de su voz en otros, el contenido de su poesía en los demás, acariciaron nuestras fibras más sensibles. El poeta estuvo pleno. Definitivamente, en estado de gracia.


Y no pudo tener mejor entrada. Primero Sergio Ramírez. Sólido y preciso en presentar la obra de Ernesto. Aquí un párrafo redondo y completo como las esferas:

Cada uno de nuestros poetas, hombres y mujeres, habla con su propia voz, y en esa diversidad, a veces contradictoria, es que nuestra literatura alcanza la plenitud de su riqueza. Voces de voces. Un concierto en que cada instrumento toca con su propio registro.

Entre todas ellas, la voz de Ernesto es profética. Un profeta en la tierra, y un profeta en su tierra, tal como queremos reconocerlo esta noche, al celebrarlo. Y la primera cualidad de una voz profética ha sido la de no callarse nunca, ni frente a las injusticias ni frente a las iniquidades, alzarse en defensa de la majestad del ser humano acechado y disminuido en su dignidad por el poder.

Siguieron los Mejía Godoy, vibrantes, como ya es costumbre. Especialmente esa musicalización de Carlos, del poema “Oración por Marilyn Monroe”. El arreglo y la interpretación de la joven Karla Matus, acompañada por Carlos y Los de Palacagüina, fue sencillamente estremecedora.

¡Qué vaina! No puedo desatarme de los adjetivos en esta crónica.

Gioconda nos envolvió en un canto de amor. Amor a Ernesto y a su poesía. Un amor de esos de renuncia, mezcla dulce de pecho y despecho. Se le declaró a Ernesto con un poema:

Yo habría querido ser una de las muchachas
que amó Ernesto
si yo hubiera sido una de ellas
no lo hubiera defraudado

¡Ah! Pero entonces ese hombre
habría perdido más de lo que perdieron ellas
por no amarlo.
Un marido simplemente habría sido…

La fase culminante fue el recital que ofreció el poeta. Con su acostumbrado vestuario y su infaltable boina, nos condujo de la mano en un recorrido por su poesía, con su primoroso cancaneo de pájaro montés “roooroo ro…rrooo…ro…” que también ha contagiado a muchos de nuestros poetas cuando leen sus poesías (unos con primor…y otros, sin…).

Comenzó con sus poemas amorosos,

Ayer te vi en la calle, Myriam, y
Te vi tan bella, Myriam, que
(¡Cómo te explicó qué bella te vi!)
Ni tú, Myriam, te puedes ver tan bella ni
Imaginar que puedas ser tan bella para mí…

Siguió con sus “Salmos”,

Escucha mis palabras oh señor
Oye mis gemidos
Escucha mi protesta
Porque no eres tú un Dios amigo de los dictadores
Ni partidario de su política
Ni te influencia la propaganda
Ni estás en sociedad con el gánster…

Llegaron luego las tribulaciones místicas en el monasterio trapense,

2am. Es la hora del Oficio Nocturno, y la iglesia
en penumbra parece que está llena de demonios.
Esta es la hora de las tinieblas y de las fiestas.
La hora de mis parrandas. Y regresa mi pasado,
“Y mi pecado está siempre delante de mí”.
Y mientras recitamos los salmos, mis recuerdos
interfieren el rezo como radios y como roconolas…

Para después elevarnos a su poesía cósmica,

¿Qué hay en una estrella? Nosotros mismos.
Todos los elementos de nuestro cuerpo y del planeta,
estuvieron en las entrañas de una estrella.
Somos polvo de estrellas…

Y finalizó con un golpe a la mandíbula, leyendo fragmentos del poema que dedicó a Laureano Mairena, hijo de Solentiname, combatiente revolucionario, “el hombre más malhablado del planeta”.

El jodido avión retrasándose en cada escala.
Ya era muy noche en el mar. Yo no podía dejar de pensar…
Yo quisiera morir como vos hermano Laureano
y mandar a decir desde lo que llamamos cielo
«Rejodidos hermanos míos de Solentiname, me valió verga la muerte».

Un cierre demoledor del hombre rebelde que jamás transó con nadie, ni por nada, salvo con su conciencia. Y con la divinidad.

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Enrique Sáenz

Enrique Sáenz

Economista y abogado nicaragüense. Aficionado a la historia. Bloguero y conductor de la plataforma de comunicación #VamosAlPunto

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