3 de marzo 2020
Con motivo del anuncio que varias agrupaciones hicieron el 25 de febrero, que firmarían una intención de formar una coalición, algunos exmiembros de la UNO aportaron sus consejos, como si la UNO hubiese sido una experiencia exitosa, en lugar de un verdadero desastre que habría que evitar para siempre.
Aconsejaron, estos señores de la política tradicional, que la unidad debe ir más allá de lo electoral. Debe considerarse –dicen- un proyecto de largo plazo, por varios periodos, hasta estabilizar el país y consolidar la democracia.
Y agregaron: Hay que sobreponer los intereses de la nación sobre cualquier interés sectario o particular. Nos unió terminar con el régimen del FSLN y acabar con la situación de miseria y atraso económico.
Y lo dicen sin sonrojo, en el país que treinta años después continúa como el más atrasado de América continental, y con la dictadura más criminal, del mismo orteguismo de entonces.
Precisamente, esos objetivos propuestos, son objeto de estrategias diferentes, expresión de ideologías distintas y vistos desde la perspectiva de distintos intereses sociales. A cualquier miembro de la UNO le correspondería reflexionar sobre su fracaso histórico.
Para resolver los problemas de la sociedad habrá que compartir un método –una teoría- de solución de los problemas específicos. Ni el país se estabiliza políticamente en abstracto, limándose las uñas y cepillándose los dientes, ni la democracia se consolida como una cajilla de hielo en el freezer, al margen de las contradicciones y de las luchas políticas.
Compromisos históricos
En la historia se pactan acuerdos entre corrientes ideológicas contradictorias, para adelantar un programa de gobierno concreto en virtud de su respectiva influencia en las masas, y como consecuencia de análisis estratégicos radicalmente distintos de cada corriente de pensamiento.
Estos acuerdos, explícitos, abiertos, entre distintas ideologías, obedecen a diferencias estratégicas entre ellas, que conciben una unidad táctica con el fin de fortalecer su propia opción política en el seno de las masas en esa coyuntura. Sin perder identidad propagandística. Lo esencial es cómo reacciona cada segmento de la sociedad ante la evolución de sus problemas, con ese acuerdo, en esas circunstancias. No una estabilidad política en abstracto que, obviamente, no existe. Como tampoco existe una democracia que se consolide en abstracto, fuera de la dinámica de las contradicciones sociales objetivamente inevitables.
En cambio, un acuerdo entre cúpulas, sin capacidad alguna de dirección en el seno de la población (aunque se llamen a sí mismos líderes), y sin definición ideológica, es una caja de sorpresas, es una unidad de conjurados burócratas que persiguen intereses secretos de conjurados (que ocultan sus divergencias espurias según se les aconseja, ya que las divergencias políticas trascendentales, por principio democrático elemental, se deben debatir públicamente).
Ensayo revolucionario
La Rebelión de Abril fue algo más importante y mucho más profundo que un simple golpe de mano, fue un ensayo espontáneo de revolución. Su límite, su flaqueza, además de su composición social estudiantil, fue la espontaneidad, no sólo en su origen, sino, en su desarrollo.
Cuando la rebelión pudo mostrar su rostro –el 16 de mayo de 2018- no bastaba con que exigiera la renuncia de Ortega. ¡Aunque era una excelente demanda coreada por el pueblo en las calles! El movimiento de abril debió gestar como expresión del pueblo en lucha un gobierno provisional salido de los comités que dirigían los enfrentamientos. Desde el momento que se exige la renuncia del dictador no hay otra acción posible que nombrar un gobierno provisional, que luego convoque a elecciones. Era absurdo pedir la renuncia a Ortega y, a la vez, invitarle a negociar elecciones adelantadas.
El estudiantado dio muestras de embobamiento por la legalidad orteguista, y se dejó abrumar por políticos tradicionales de la Alianza Cívica que continuaban a otorgarle legalidad a la Constitución orteguista y que pensaban en un proceso de cambio “legal” del orteguismo por medio… del aparato estatal orteguista (¡). Lo peor que puede ocurrirle a un proceso revolucionario es que caiga bajo la influencia del derecho formal, porque los legalistas insistirán que el proceso transformador ajuste sus objetivos a los trámites jurídicos establecidos por la dictadura. Así lo hizo la Alianza Cívica, nuevamente, en el diálogo 2.0, de marzo del 2019.
Las consignas claudicantes de la coalición
Las consignas correctas no son aquellas que se le proponen a Ortega (porque benefician al país) para que éste decida cuál adopta, como si fuese de su interés beneficiar al país, sino, las que hagan retroceder a Ortega sin darle más opción que marchar a la derrota con todo su aparato legal.
Recientemente, el 7 de febrero pasado, en un comunicado conjunto de la mesa multilateral, integrada por todas las organizaciones que intentan formar la coalición nacional, se pedía a Ortega que prolongara el memorando de entendimiento con la OEA, para que fortaleciera… la institucionalidad electoral (¡).
Los firmantes hacían suya la propaganda orteguista, que hay institucionalidad electoral actualmente (de modo, que el régimen no sería producto del fraude). Y coincidían en su propaganda con Ortega que la institucionalidad podría fortalecerse con el orteguismo en el poder, y que Ortega podría ser el autor de tal fortalecimiento institucional.
¡Qué lejos se escucha la exigencia de abril, que Ortega renuncie por crímenes de lesa humanidad!
El problema para Ortega es que no puede estrangular con disimulo un proceso revolucionario que permanece latente (pese a los políticos tradicionales). Y se ve obligado a mostrarse como verdugo: con hostigamiento, capturas, torturas. Aislándose así en el concierto internacional.
Ortega está tácticamente obligado a la ofensiva, lo que le perjudica en el ámbito internacional porque viola constantemente los derechos humanos; pero, estratégicamente está a la defensiva, lo que le perjudica en el ámbito nacional, porque no puede resolver políticamente la crisis.
Es decir, la represión se revela impotente para restituirle estabilidad a un régimen anacrónico que, por su criminalidad en contra de la juventud, se confronta ahora con la nación. La crisis no se ha resuelto, tampoco, porque aún no intervienen en la contradicción las tres clases fundamentales de la sociedad.
Coalición nacional llena de zancudos
El 25 de febrero se adhieren a la coalición electoral, integrada previamente de manera contradictoria por la UNAB y por la Alianza Cívica, un sector de la Contra (el FDN), el PLC (de Arnoldo Alemán), Yátama (partido misquito), el PRD (un partido evangélico). Es decir, se introducen más políticos tradicionales que ven que la rebelión de abril ha caído en sus manos.
Al fin, en la etapa de reflujo, se consiguió darle la vuelta al movimiento espontáneo, y la rebelión de abril se ubica ahora detrás de la práctica del zancudismo, cuyos dirigentes (entre ellos, Arnoldo Alemán) se tallan frente al espejo, como falsos herederos, los abandonados ropajes revolucionarios de abril.
“En unidad somos más fuertes”, dice la proclama recién firmada por la coalición. Esto es una falsedad ignorante. La fuerza es relativa, se deriva de las conquistas que se le arrebaten al enemigo, no de la unidad en abstracto.
“Hemos logrado aislar a la dictadura a nivel internacional”, continúa la proclama indecente. Con otra falsedad evidente. Una coalición con zancudos, que apenas anuncia que va a nacer, ni siquiera existe y aún no ha logrado nada. Ortega se aisló a sí mismo en la comunidad internacional, por sus crímenes de lesa humanidad en contra de la juventud.
“Conformamos una mesa multilateral –dice la proclama- que nos permita construir con reglas claras, justas y transparentes un diseño de la coalición nacional para provocar el nuevo y definitivo nacimiento de la democracia”.
Lo cierto es que una unidad de combate no se construye con reglas, sino, con lineamientos tácticos.
Nadie construye un diseño. Lo lógico es que se diseñe lo que se va a construir, no que se diseñe… el diseño. Se debió hacer, entonces, una proclama de la mesa multilateral (que no se sabe cosa signifique), no de una coalición que –según dice la proclama- no ha sido siquiera diseñada.
Las verdaderas alianzas y coaliciones políticas se forman simplemente sobre líneas políticas de acción, combatiendo las posiciones del enemigo común. Una unidad, no de combatientes, sino, de dirigentes zancudos y pactistas, no es motivo de fortaleza alguna. Como tampoco se mejora el vino si se le echa más agua… Para saciar la sed, el vino debe ir por su cuenta, y el agua por la suya. Sin perder identidad.
Desde un punto de vista progresista, las elecciones, escogidas estratégicamente por Ortega para darle legitimidad a la dictadura, deben verse como un escenario estratégico, confrontativo, insoslayable, pero, en función de la lucha antidictatorial. No al inverso, como lo ve la coalición electorera, que desarticula la lucha libertaria en función de las elecciones.