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La unidad en la acción y la acción de la unidad

El Ejército, sigue sin dar muestras de preocuparse por la ruptura del orden constitucional ni por la actividad delictiva de civiles armados

El Ejército

Onofre Guevara López

4 de febrero 2020

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Este titular es un juego de palabras, pero no lo es los hechos.  Ya tenemos consenso respecto a que sin la unidad en la acción no habrá triunfo sobre la dictadura, pero debería haberla también respecto a que con esa unidad en la acción tendremos como fin reconstruir una sociedad en democracia.

Pero, vale preguntarse: si todos aceptamos luchar por la democracia, ¿cuál democracia?

Aunque parezca complicado este asunto, no lo será tanto si hablamos con sinceridad, sobre el tema.

Si como se dice, la democracia como concepto nació en una sociedad esclavista, podemos imaginar cuán absurda puede ser la idealización de tal concepto en las sociedades “modernas”. Esa idealización de la democracia como “poder del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, no ha dejado de ser una gigantesca mentira en el transcurso de los siglos en todas las etapas de la historia y en diferentes versiones en el mundo, en uno de cuyos países vivimos… y morimos.


Con la idealización de la democracia se ha hecho tanto daño, y no podemos imaginar siquiera cuántos tipos de injusticia se han cometido y se siguen cometiendo, junto a los discursos políticos sin ninguna vinculación real con la democracia.

Este tema surgió leyendo el editorial de La Prensa del miércoles 29/01/20, titulado Mal ejemplo de Bolivia, refiriéndose a la tarea de liquidar “las estructuras del poder de la dictadura (que) quedaron intactas”.  No haré alusión a los sucesos políticos de Bolivia, sino solo a lo que sugiere este párrafo:

“Pero esa ingente tarea sería imposible si el partido de Evo Morales, Movimiento al Socialismo, ganara las elecciones del próximo mes de mayo ayudado por la división de las fuerzas democráticas debido a las mezquinas ambiciones políticas personales”.

En ese párrafo se deja ver una contradicción: que al frente de aquella lucha por la consolidación el poder de facto, están unas “fuerzas democráticas” dominadas y conducidas por gente con “mezquinas ambiciones políticas personales”.  Eso significa que ese Gobierno provisional no representa el interés del pueblo… ¡sino las “mezquinas ambiciones políticas personales”, cobijadas con el concepto de la democracia!

Algo parecido podría decirse en sentido contrario: si las elecciones del próximo mes de mayo las ganaran las fuerzas derechistas, sería gracias a la división de las fuerzas revolucionarias dominadas por las “mezquinas ambiciones políticas personales”.

Esa contradicción refleja un hecho político vicioso que no comienza ni se acaba en Bolivia, pues es una contradicción universalmente reconocida entre el concepto y la práctica de la democracia, y solo queda un hecho real: todo depende de para qué queremos la unidad en la acción.

Reitero, si cualquier fuerza política está dominada por ambiciones personales, el resultado lógico es que esas fuerzas dejaron de ser democráticas para protagonizar una farsa, un pretexto suyo para beneficiarse con el engaño y la traición al pueblo y a la democracia.

Es lo que nos ha pasado a los nicaragüenses durante nuestra historia, y ahora con una contradicción más profunda entre el discurso del que fue Frente Sandinista con la práctica del orteguismo y de quienes siguen administrando el nombre de sandinista para encubrir sus intereses personales.

Es una contradicción en la que han caído y caen los políticos de  todos los signos, que se adueñan y desvirtúan el concepto de la democracia, sin tomar en cuenta su disimilitud con la práctica dentro de toda sociedad dividida; es decir, de todo el mundo, aunque en unos países en menor grado que en otros.

Para esa contradicción no hay medicina. Pero podemos disminuir sus efectos en interés de construir un sistema político en el que se pueda convivir y disentir sin la arrogancia ideológica, tomando una cucharadita de humildad y otra de tolerancia. Aparte, claro está, de los egoísmos clasistas, para los cuales tampoco hay medicina.

Así, pensando con sinceridad, también sería posible lograr algún nivel de conciliación entre en el concepto con la práctica, combinando la acción directa del pueblo en los asuntos políticos nacionales (lo democrático) con lo representativo, eligiendo democráticamente a los representantes del pueblo, comenzando con el presidente y los diputados.

Ese es o debería ser el objetivo central de una Gran Coalición Nacional.

Pero, nos queda algo necesario qué preguntar: ¿son democráticas nuestras Fuerzas Armadas?

Disculpen la preguntadera, pero “quien pregunta saber quiere”.  No se trata de una curiosidad personal, porque, si lo fuera, entraría en contradicción con el carácter democrático de la pregunta, dado que todos los nicaragüenses tienen el interés en saberlo, incluso, ahorrándonos decir… que también tenemos derecho de saberlo.

Se trata pues, de un interés colectivo nacional y también del personal patriótico del Ejército Nacional, el que no tiene porqué ser una institución para los intereses personales, sino “del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”, aunque esto sea solo una idealización de sus funciones, pero que no tiene derecho de reñirlas con los intereses y derechos del pueblo.

Vamos a grano de este asunto bélico, pero con fines de paz:

*Ninguna institución militar es democrática, puesto que, por su naturaleza, es vertical en su formación y en sus mandos.

*El Ejército Nacional tiene un origen popular por su composición y por su objetivo original de terminar con una dictadura.

*Por su propia naturaleza militar el Ejército fue perdiendo el horizonte libertario, actuando como fuerza armada de un sistema político que pensábamos sería revolucionario, pero que se vino desviando hasta degenerar, primero en un poder personal autoritario, y ahora en una dictadura.

*Al degenerar en eso, y pasar de lo revolucionario a lo dictatorial bajo hegemonía grupal, personal y familiar, el Ejército ha perdido su relativa neutralidad inicial.

*Esa pérdida se expresa en que: a) la finalidad liberadora inicial fue solo un ideal y, ese ideal, se ha esfumado en la realidad para, según confesión de su jefe, hacer causa común con la dictadura; b) la obstrucción del ascenso continuado en la escala de mandos, de acuerdo a su lógica militar, por la continua e ilegal reelección de su jefe; c) entre ambos, su jefe Avilés y el dictador Ortega, convirtieron al Ejército en un aparato militar como reserva para la defensa del poder personalista; d) aparenta ser un ente armado expectante y pasivo, mientras la Policía practica la represión contra el pueblo; d) omite el deber constitucional de desarmar a civiles que actúan como un tercer ejército ilegal represivo; e) hubo ruptura total del compromiso inicial de ser cuerpo armado de un sistema político oficialmente democrático, para hacer otro compromiso con una dictadura.

El Ejército Nacional, sigue sin dar muestras de preocuparse por la ruptura del orden constitucional ni por la actividad delictiva de civiles armados que reprimen a los ciudadanos que se manifiestan contra la dictadura por sus derechos conculcados. Pero esta supuesta imparcialidad no le sirve para marginarse de las responsabilidades del régimen dictatorial, porque sus jefes no ignoran que han ligado sus intereses con los intereses de los violadores de derechos democráticos y responsables de crímenes de lesa humanidad.

Ese su compromiso, nos obliga a formular la pregunta otra vez: ¿son democráticas nuestras Fuerzas Armadas?

La realidad nos ofrece una respuesta sencilla y dramática, por lo nada dubitativas funciones actuales: no son democráticas por su naturaleza vertical, y porque, hasta hoy, no ha demostrado haberle importado la pérdida de la confianza del pueblo.

No obstante, no se puede pensar en que la totalidad de sus jefes dejaron de anidar en su pensamiento algún interés social, reservas éticas, sentido de patria y de humanismo, como para optar por una rectificación que reconstruya la unidad original Pueblo-Ejército.

Que “la esperanza es lo último que se pierde”, es otro decir popular.


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Onofre Guevara López

Onofre Guevara López

Fue líder sindical y periodista de oficio. Exmiembro del Partido Socialista Nicaragüense, y exdiputado ante la Asamblea Nacional. Escribió en los diarios Barricada y El Nuevo Diario. Autor de la columna de crítica satírica “Don Procopio y Doña Procopia”.

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