30 de enero 2020
Aturdidos por el peso de lo evidente que salta bruscamente a la vista, y por lo obvio del terrible deterioro sufrido, agigantado en esta crisis incontrolable, es natural preguntarse a la orilla del caos compartido por los de arriba y los de abajo: ¿Qué es lo queda de aquel sandinismo tan motivador, que impulsó a tantos a sacrificios extremos y movió todos los resortes de la rebeldía de un país? Ese sandinismo que logró derribar los muros de una dictadura como la somocista, haciéndonos sentir libres por un rato, solo un rato, mientras los sueños se convertían en pesadillas y regresábamos al laberinto entre miedos y frustraciones sin el hilo de Adriadna para encontrar la salida…¿Cómo ha sido posible satanizar ese sandinismo del que tantos se sintieron orgullosos, hasta hacer sonar los timbres de alarma en lo que una vez parecían ser firmes estructuras internas, garantes de un futuro prometedor? ¡Qué contraste más doloroso por ser irreparable!
Lo comprobé hace pocos días cuando ingenuamente, envié un tuit con alcance mayor a las 1200 conexiones, intentando separar conceptualmente y en comportamiento, el que yo consideró sandinismo genuino, edificado a sangre y fuego con un patriotismo puro inyectado de un espíritu de sacrificio sin medida, mostrado por tantos héroes y mártires, y el neo sandinismo doblegado por un sometimiento sin precedentes y caracterizado por una ceguera irresponsable, taladra conciencias. Lo que me vino encima fue un alud de cuestionamientos, en un rechazo estremecedor por el sandinismo. Cómo admití en otro tuit, me sentí tan vapuleado como Joe Frazier por George Foreman en Kingston, cuando no se le pudo tomar una foto de pie, solo en la lona. Después de tanto tiempo —cuatro décadas— la frustración provocada por engaños y traiciones, tirando los principios a la basura, es mayúscula. El “no queremos saber nada del sandinismo” fue una respuesta dolorosa, frenéticamente reiterativa.
Antes de las elecciones de 1990, pese a tantos cuestionamientos sobre enriquecimiento ilícito, represión en el campo, reclutamiento de los jóvenes para la guerra y visibles distorsiones que se producían entre una tolerancia pecaminosa, el Frente tenía una base que le permitía aspirar a la victoria, pero ahora, después de lo visto en el mal manejo de esta larga crisis de casi dos años, con una falta de escrúpulos para agredir y un desprecio por los derechos humanos, más el crecimiento del desempleo, el congelamiento de un salario mínimo que ofende por la subestimación laboral, y la imposibilidad de hacer propuestas viables desde la butaca de la intimidación, sin aprovechar que se trata de una resistencia pacifica, el rechazo al sandinismo sin necesidad de encuestas, es abrumador. Seguramente a muchos les duele, pero lo aceptan mirándose al espejo, como parte de una generación que fracasó estrepitosamente.
Entre las ruinas, queda un partido sin relevo generacional como apunta un viejo y agrietado combatiente y militante en las redes sociales, en forma dramática. Lamenta ver una juventud neo sandinista —o mejor dicho desconocedora de Sandino— sin formación política, sin conciencia revolucionaria, sin contenido. Señala que “ya estamos viejos” y se pregunta ¿Qué hay después de Daniel, cuando el caudillo no esté disponible?, agregando ¿qué sandinismo vamos a tener en 20 años?...Se refiere a un partido sin futuro tratando de moverse entre las cenizas de un sandinismo que ha estado siendo brutalmente demolido desde adentro, otra vez frente a una tolerancia que paciente y eficazmente, carcome las raíces. Lo que ve él, es lo que ve un pueblo amargado por tanto engaño, tantas mentiras, tantos atropellos. En síntesis, intentado reemplazar al sandinismo, el orteguismo terminó satanizándolo empujándolo a las cenizas. Ni más, ni menos.