2 de enero 2020
Mientras en octubre pasado transcurría en Roma el histórico Sínodo de la Amazonia que congregaba a representantes de los pueblos indígenas de la Cuenca del Amazonas para discernir con ellos el futuro de la Iglesia Católica y la crisis ambiental que aqueja a los pueblos originarios, se fraguaba en Bolivia un golpe de estado contra el Presidente indígena Evo Morales.
¿Una coincidencia?
Al arribar al Palacio de Gobierno en La Paz con una Biblia y la bandera boliviana en mano, la autoproclamada presidenta Jeanine Áñez declararía solemnemente que la Biblia regresaba al gobierno de Bolivia. De su parte, Luis F. Camacho, uno de los organizadores del presunto golpe, se ponía de rodillas y exclamaba que la “Pachamama nunca volverá a Bolivia” porque –aseveraba– “Bolivia pertenece a Dios”.
Unas semanas antes, durante el mencionado Sínodo de la Amazonia en el Vaticano, unas estatuillas de madera representando a Pachamama habrían sido robadas de la Iglesia de Santa María Traspontina a unos metros de la Santa Sede, en donde delegados indígenas compartían con los jerarcas de la Iglesia Católica, en un contexto de inculturación y diálogo ecuménico, rituales ancestrales sobre la fertilidad. Las esculturas serían secuestradas bajo un cielo obscuro otoñal y serían arrojadas al río Tíber, luego recuperadas por la policía. Pero cuando las aguas gélidas del torrente romano las sumergieron, nadie o pocos imaginaban los secretos que revelarían y los acontecimientos que seguirían en tierras andino-amazónicas del otro lado del Atlántico.
¿Qué o quién es Pachamama?
Vista como una suerte de deidad de la naturaleza, la madre Tierra, venerada desde antaño por los pueblos indígenas amazónicos, Pachamama ha sido reconocida como sujeto de derechos en algunas constituciones de la región. Empero, Pachamama sería retratada por algunos como una monstruosa herejía del siglo 21, una imagen ‘pagana’ que habría ofendido sensibilidades en Bolivia y Brasil, Roma, Viena y México.
Pachamama: el eslabón perdido en la batalla por las ideas
En torno a esta peculiar figura el año 2019 se recordará como el año en que se reconfiguraron viejos frentes ideológicos y geopolíticos donde se libran las más feroces batallas de nuestro siglo: cruentas disputas entre aquellos que ven a la naturaleza como una fuente inagotable de lucro, y aquellos que la ven como fuente sagrada de vida.
En 2019 la batalla se extendió a la Cumbre de Cambio Climático de Naciones Unidas reunida en Madrid en donde fuimos testigos de novedosas y estratégicas alianzas entre los indígenas del mundo, los rebeldes de Extinction Rebellion y otras agrupaciones emergentes cohesionadas por el amor a y de la Pachamama. En esta alianza se forja la nueva y quizá última batalla contra la descolonización y el neoliberalismo.
Los pueblos originarios, cuya cosmovisión enseña que la propiedad de la tierra sólo puede ser entendida como un bien comunal, no conciben diferencia entre los humanos y la Tierra –y habría sido justamente el depuesto presidente de Bolivia quien, independientemente de errores graves durante su gobierno, consagrara simultáneamente en la Constitución los derechos de la naturaleza y los derechos de los pueblos originarios de su país. Pero en 2019 la Pachamama trasciende los periodos y caprichos electorales de uno de los países de la Cuenca del Amazona y resurge como una fuerza política universal: en ella se encarna la batalla más importante de nuestro siglo, la batalla por la vida misma.
Pachamama agravia al patriarcado
Pobre Pachamama. Expulsada de Roma es lanzada al río por un joven austriaco que prefiere las vírgenes de ojos azules, idealmente alabastrinas, ciertamente no preñadas, y mucho menos desnudas: las mujeres de la iconografía europea tenían pudor, pero las salvajes amazónicas andan con el pecho y el vientre al aire. Evocando la Santa Inquisición, una réplica de la figurilla es lanzada a la hoguera por un sacerdote mexicano; y, una vez consumado el golpe de estado en Bolivia, Pachamana es desterrada para siempre de las tierras andino-amazónicas que la vieron nacer. Fue así que en 2019 Pachamama mutó en significado flotante donde convergen la puta, la comunista, la maldita; indeseable, salvaje, hereje, diabólica, abominable –la indómita primitiva que los europeos no lograron educar.
Pachamama reaparece en COP25
Pero lo que pocos anticiparon es que la imagen resurgiría triunfante en Madrid durante la Cumbre del Cambio Climático COP25 cuando delegaciones indígenas marcharan con la Cumbre Social por el Clima recorriendo plazas y avenidas madrileñas hombro a hombro con Extinction Rebellion y Greta Thunberg a fin presionar a los gobiernos representados en la Cumbre para comprometerse a reducir drásticamente las emisiones de los gases causantes del colapso climático y modificar sus políticas ambientales.
Mientras los delegados oficiales perdían el tiempo en el recinto azul del IFEMA –la sede de la Cumbre– cientos de delegados indígenas participaron en las mingas o movilizaciones y foros sociales en diversos puntos de Madrid organizados paralelamente a la vigesimoquinta Cumbre de Cambio Climático de Naciones Unidas que terminaría siendo un rotundo fracaso: la COP25 estaba destinada a naufragar. Pero las organizaciones indígenas de la sociedad civil internacional dejaron sus huellas por toda Madrid y con ellas la poderosa estampa de la Pachamama.
El vínculo entre el golpe en Bolivia, el Sínodo de la Amazonia y la COP25
Ya desde 2016 las fuerzas más conservadoras del Catolicismo, junto con las iglesias evangélicas y neopentecostales, comenzaban a inquietarse por el anuncio del Papa Francisco de organizar una asamblea sinodal amazónica, cuyo Instrumentum laboris denunciaría las violaciones de los derechos humanos de los pueblos indígenas, la grave explotación y el despojo del territorio amazónico en manos de corporaciones favorecidas por gobiernos corruptos.
Posteriormente, ya durante el Sínodo y acosado por sus críticos, Francisco aclaraba que quien no entiende el objetivo del Sínodo de la Amazonia, no ha entendido su Encíclica Ecológica Laudato si’ que no es una ‘encíclica verde’ destinada a agradar a los ecologistas del mundo o a lavar la culpa de los depredadores de la naturaleza. La encíclica era un llamado para recordarle al mundo entero que los bienes de la Tierra –considerados por los Católicos fruto de la Creación divina– no son propiedad de nadie, son sagrados, y deben ser custodiados por todos. He ahí la afinidad de Pachamama con la doctrina de la Iglesia que evoca las enseñanzas de Francisco de Asís. El mensaje del Sumo Pontífice a los ecologistas no podría ser más claro: defender la Tierra significa defender la vida. Y, a su juicio, son los pueblos indígenas los que están en la mejor posición de custodiarla, por ello Pachamama encarna, más que ningún otro símbolo, esta batalla de los pueblos originarios contra las grandes corporaciones; y por ello Pachamama tuvo un lugar central en el Vaticano.
Pachamama auscultada en la Corte Penal Internacional (CPI)
Mientras 2019 será recordado como el año en que ardió la Amazonia por incendios forestales intencionales auspiciados por el gobierno del Presidente Bolsonaro, será también recordado como el año en que hirvió la sangre de la sociedad civil mundial que despertó a la realidad del colapso bio-climático. Será rememorado como el año en que el vínculo entre genocidio y ecocidio quedó claramente establecido.
Los recientes incendios en la Amazonia pusieron en evidencia que ecocidio y genocidio son inseparables, por lo que diversas organizaciones sociales y juristas intensifican su labor para que crímenes de Ecocidio, tales como la deforestación y contaminación de la Amazonia, sean reconocidos por la CPI a la par del genocidio, los crímenes de guerra, y los crímenes de lesa humanidad. La relevancia de esta batalla legal iniciada en Londres hace mucho tiempo es reconocida por el Obispo de Roma que notificó, también en 2019, su decisión de apoyar gestiones para institucionalizar en el derecho internacional, la figura jurídica del ecocidio, al tiempo que anunció gestiones para establecer la figura canónica de “los pecados contra la naturaleza”. Estos hechos notables harán memorable el 2019 señalando un rumbo para el 2020.
Pero hay algo más, el vínculo entre ecocidio y feminicidio: dos caras de una misma moneda. El desprecio del capitalismo patriarcal por la vida ha sido más evidenciado que nunca. El desprecio a la Pachamama es el desprecio al rostro femenino de la vida. Y el llamado a su protección es el mayor reclamo, tanto del Sínodo Amazónico, como de las movilizaciones de la sociedad civil durante la fracasada COP25.
El Sínodo, la danza de la Pachamama, y las movilizaciones civiles de la Cumbre Social del Clima realizada paralelamente a la COP25, dejan un legado para el año que inicia: para aquellos que no veían con claridad los vínculos entre colapso climático y colapso social, derechos humanos, y derechos de la naturaleza, o el vínculo entre capitalismo, patriarcado, y Ecocidio, resurge Pachamama. Ella es madre Tierra, es abuela, es hermana, es maestra.
Pachamama nos brinda un denominador que es común a todas las amenazas de nuestra era: la codicia por los recursos de la madre Tierra y su destrucción. Retratarla como herejía pagana no es una acción inocente o irracional de unos cuantos fanáticos del capitalismo mesiánico, sino una deliberada y calculada construcción ideológica para manipular y justificar la perpetuidad del despojo capitalista de los recursos naturales en la Amazonia. Las estratégicas reservas de litio de Bolivia –uno de los recursos más codiciados del nuevo ‘capitalismo verde’ que busca remplazar combustibles fósiles por fuentes alternativas de energía sin antes modificar los patrones depredadores del capitalismo extractivista–explican, tanto el lamento de Pachamama, como los ataques en su contra. Será nuestra capacidad de recuperar el amor y respeto a la madre Tierra, a la mujer y a los pueblos indígenas lo que podrá salvar al mundo. Estos elementos, sintetizados en la cosmovisión de la Pachamama, son condiciones de posibilidad para nuestra sobrevivencia como especie y para la sobrevivencia de nuestra civilización.