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Adiós a Ernesto Cardenal, el poeta de la Revolución

El poeta revolucionario que transformó la poesía, deja una vasta producción literaria y el legado de una lucha por la libertad

Ernesto Cardenal según PxMolinA | Confidencial

Carlos Salinas Maldonado

1 de marzo 2020

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¡Veo el nuevo día! ––escribió Ernesto Cardenal–– Una tierra sin terror. Sin tiranía dinástica. La vida le dio la oportunidad de luchar, vencer y ver morir a una dictadura familiar, pero la muerte lo llamó antes de que cayera otra ––tan infame como la de los Somoza–– que destroza su amada Nicaragua, el país sufrido, azotado tanto por satrapías como por desastres naturales, que fue la inspiración para su magnífico Canto Nacional o la Hora Cero. Este primero de marzo, fallece Ernesto Cardenal, el poeta de la Revolución, el sacerdote con profundo amor cristiano, el revolucionario, el hombre que luchaba contra las injusticias. 

Cardenal nació en Granada en 1925. En enero cumplió 95 años y recién publicó uno de sus últimos poemas Hijos de las Estrellas, ilustrado en un libro por el pintor Ramiro Lacayo, y trabajaba en otro que se llamaría Estamos en el Firmamento. A pesar del peso del cuerpo que se empequeñecía por el duro paso del tiempo, la figura de Ernesto Cardenal creció tanto que es considerado como uno de los grandes poetas de la literatura universal. En 2012 le fue entregado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el galardón más importante de su tipo que se entrega en lengua española, lo que coronó una amplia producción literaria, que incluye sus célebres Epigramas, los bellísimos Salmos o su poesía científica, un nuevo género creado por él dentro de la lírica castellana, cuya principal obra es el Cántico Cósmico, considerada por la crítica literaria calificada como una pieza maestra de la literatura.


El escritor nicaragüense y gran amigo del poeta, Sergio Ramírez, ha dicho que Cardenal es un poeta innovador. “Mido a Ernesto primero por su don de innovación. Hay muy buenos poetas que no logran hacer escuela, y eso no le quita peso a su voz, pero Cardenal, desde el principio hizo escuela, tuvo seguidores, abrió una brecha en la poesía de la lengua, y esto visto a través de distintas etapas”, explicó Ramírez en 2015, cuando Confidencial lo entrevistó a propósito del cumpleaños 90 del poeta y sacerdote.

Ernesto Cardenal

La poesía de Ernesto Cardenal se mueve entre el amor, la pasión erótica, la religión y la ciencia; entre lo místico y los datos científicos. El también sacerdote se adentró en un viaje interior para cantar el origen del universo, su evolución, y el conocimiento científico que lo explica. “Creo que soy el único poeta, o al menos el único que yo conozco, que está haciendo poesía sobre la ciencia, poesía científica”, me dijo en marzo de 2017, durante una plática en la que dejó del lado la política, la persecución en su contra por parte de la dictadura de Daniel Ortega y sobre todo de Rosario Murillo, para hablar sobre su pasión por la ciencia.

Porque a pesar de su gran legado literario y de haber puesto el nombre de Nicaragua en la cumbre de la mejor literatura, Cardenal cuenta con detractores, que no le perdonan su vinculación al Gobierno revolucionario de los ochenta, cuando fue ministro de Cultura. Muchos recuerdan aquella amonestación de Juan Pablo II en el Aeropuerto Internacional de Managua, cuando visitó el país en 1983. Una controversia que él zanjó ya en 2012, cuando lo entrevisté en su despacho de Managua a propósito del Premio Reina Sofía. “He sido poeta, sacerdote y revolucionario”, me dijo. “He utilizado la poesía para llevar mi mensaje social, revolucionario”.

En esa ocasión aseguró que se enorgullecía de su vida como poeta, como sacerdote trapense. Dijo que “nació poeta”, porque desde los seis años hacía poesía. “Antes de poder escribir decía poemas, me los aprendía de memoria”, relató. “Más tarde me hice religioso”, contó Cardenal, quien se internó en un convento trapense. “Después tuve mi vocación revolucionaria”, en los setenta, explicó, cuando visitó por primera vez Cuba. Desde entonces “he sido poeta, sacerdote y revolucionario”, me dijo.

Ernesto Cardenal era un hombre incansable: su resistencia al paso del tiempo la demostraba trabajando en su humilde escritorio de su casa de Managua, viajando a Europa, pronunciándose sobre la actualidad de un mundo que lo horrorizaba por sus injusticias. También causaba polémica, porque de su pluma salían duras críticas contra el Vaticano, contra el régimen de Daniel Ortega, contra las ambiciones chinas de partir en Canal a Nicaragua. “¡Qué el mundo entero sepa lo que pasa en Nicaragua!”, gritó en una de las ediciones del Festival de Poesía de Granada.

Ernesto Cardenal

Ernesto Cardenal en su habitación mantiene una vida conventual. Foto: Franklin Villavicencio | Niú

Además de su poesía, de su compromiso revolucionario, de su fe, Ernesto Cardenal deja otro gran legado mundialmente famoso: el grupo de pintores primitivistas que él descubrió y con ayuda del maestro Roger Pérez de la Rocha impulsó en el hermoso archipiélago de Solentiname, a donde llegó buscando su propia fe. Ahí también nació su célebre El evangelio de Solentiname, que hasta hace unos años seguía recitando en la pequeña iglesia de la isla Mancarrón, donde fundó una comunidad comprometida con el arte, la naturaleza y el amor al prójimo, proyecto que sería secuestrado años más tarde con el aval de Daniel Ortega y Rosario Murillo. Fue Murillo quien mantuvo un odio enconado contra el bardo hasta el día de su muerte.

Pequeño y frágil, encorvado, arrastrando sus sandalias al caminar valiéndose de un bastón, Ernesto Cardenal se enfrentó sin miedo a ese poder que quería destruirlo. El poeta y sacerdote, importante figura de la Teología de la Liberación, vivió las arbitrariedades de una maquinaria judicial controlada por Ortega, que incluso llegó a congelarle sus cuentas e intentó que pagara una indemnización de 800 mil dólares por daños y perjuicios, en una demanda que no tenía nada de justa y mucho de persecución política. Escritores, artistas, académicos e intelectuales del mundo entero denunciaron y condenaron a Ortega por su infamia contra el poeta.

Cardenal dijo que la poesía es “el canto y el encanto por todo cuanto existe”. Y él era un hombre que amaba la naturaleza, al que le fascinaban las estrellas, que pasaba las noches en una hamaca en su casita de Solentiname escrutando el cielo. Le encantaba comer y siempre estaba dispuesto a probarlo todo. Pero también sufría por lo que desde abril vio como la peor matanza sufrida por su país. Uno de los últimos actos generosos fue dedicar, en diciembre de 2018, su Premio Internacional Mario Benedetti a Álvaro Conrado, el niño de 15 años asesinado de un balazo en la garganta por francotiradores bajo órdenes de Daniel Ortega. Su “me duele respirar” mantiene al país todavía sumido en la tristeza y para Cardenal fue sumamente dolorosa la muerte de un niño “que estaba en rebelión pacífica en las calles de Managua”, como contó él mismo en un video.

Cardenal fallece dos años después de su amiga, la gran poeta Claribel Alegría, también galardonada con el Premio Reina Sofía. “Es un cronista de su tiempo siendo poeta”, me dijo Alegría cuando la entrevisté sobre Cardenal. “Ernesto es un ser revolucionario. Revolucionario en su poesía, revolucionario como teólogo, revolucionario como hombre. Toda su poesía es fantástica y está saturada de verdad y de misticismo y de emoción. Ernesto tiene un gran corazón, y sin ese gran corazón no podría escribir la poesía que escribe. Su legado, además, es que su poesía es transparente, les llega a todos. Y eso es muy difícil”. Cuando le pregunté a Alegría sobre las críticas por la vinculación del poeta con la revolución sandinista, respondió indignada: “Ernesto ha sido un gran revolucionario y le ha aportado a su país todo lo que ha podido en poesía, en teología, como hombre revolucionario, como escultor. ¡Qué más quieren! ¡Qué más quieren! Él ha trabajado para su pueblo. Él ama a Nicaragua”. Y sin duda esa Nicaragua ––que él siempre soñó libre–– hoy llora al hombre, al sacerdote, al poeta revolucionario que revolucionó la poesía.


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