20 de diciembre 2021
Aún desplazando del poder en elecciones a la familia Ortega Murillo, para construir un régimen de libertad y democracia tendríamos que superar un gigantesco escollo: el pasado de dos siglos de violencia e irrespeto flagrante a las leyes. No somos lo que somos por el hoy, somos nuestro pasado, porque fuimos construidos por el ayer, durante un prolongado antes de horror y espanto que salpica y contamina nuestro presente.
Dos siglos de violaciones a la Constitución Política y de fracasos estrepitosos en los tímidos y apurados intentos por construir un Estado de Derecho, determinan y moldean nuestra cultura y nuestra conducta, y son la causa de nuestros continuos fracasos y de que no hayamos podido llevar la piedra hasta la cima.
Estamos inexorablemente atados a 200 años de guerras civiles, golpes de Estado, intervenciones militares norteamericanas, asonadas, sitios e incendios de ciudades –León y Granada--, allanamientos de hogares y confiscaciones, presidios, torturas y exilios, juicios políticos, ejecuciones, genocidios y delitos de lesa humanidad, dictaduras y otros regímenes autoritarios.
Somos ese pasado nefasto que no solo nos precede porque no se quedó atrás, inmóvil, muerto, ¡está vivo!, sino que tiene múltiples manifestaciones en el presente, condicionándonos y determinándonos, pese a pequeños destellos de lucidez en que pareció que habíamos tomado un camino diferente.
Arrastramos una enorme y pesada cadena que obstaculiza nuestro actuar en el presente y todavía no hemos podido, hasta hoy, romper un eslabón para cortar los efectos de tan terrible y perjudicial pasado que nos persigue como un abominable fantasma. Más bien le hemos venido dando continuidad a este horrible ayer.
En estas palabras no hay ningún atisbo de negatividad o pesimismo, sino una conciencia plena dada por un repaso de nuestra historia, la que, en definitiva no nos condena, pero nos limita y nos induce a repetir los mismos errores y comportamientos inmorales y delictivos, porque no hemos crecido lo suficiente como para superarla
Debemos tomar conciencia de nuestro ayer y apropiarnos de él, para poder estar suficientemente advertidos de las inmensas dificultades, casi insalvables, que esperan aún tomando el poder, dotándonos de una excelente Constitución y organizando un buen gobierno comprometido con el mejor y factible de los programas políticos.
No se trata solo de que hagamos una interiorización teórica, racional y muy consciente, sino también de percatarnos que ese pasado nefasto vive en nosotros como si fuera parte de nuestro ADN, como células madres que hibernan prestas a despertar.
Nuestro antes de espanto está en nuestra cultura en todos nosotros. ¿Acaso los gobernantes corruptos e inmorales, autoritarios y criminales son de otro planeta? No. Son parte de familias conocidas, estudiaron y fueron buenos compañeros de clase, parecían buenas personas, formaron parte o son parte de nuestra sociedad, se ganaron la confianza de amplios sectores de la población, fueron una esperanza, pero en el ejercicio del poder, sucumbieron y se convirtieron en lo peor. Es porque el pasado vive en nosotros.
Esos dos siglos abominables están en nuestra vida cotidiana. En los empleados públicos y privados que roban materiales de oficina para sus hijos escolares; en los bomberos que despachan menos para sustraer gasolina; en los jefes militares y policiales, gerentes y funcionarios coimeros; en mentirosos, calumniadores y estafadores; en los mordelones policías de tránsito; en los comerciantes que alteran las pesas; en los violadores y feminicidas; en la gente de negocios explotadora; en quienes contaminan el medio ambiente; en los vanidosos y envidiosos; en los deforestadores de bosques, etc.
Aún con un Estado de derecho muy fuerte y con una Contraloría de magníficos ojos y oídos que no deje pasar absolutamente nada –como la del período de Agustín Jarquín—, el pasado infiltrado en nosotros, convertido en nuestra cultura, nos asecha y tienta. El ayer conspira todos los días.
La buena voluntad de transformar un país debe ser acompañada por poderosas y eficientes acciones que cerquen y anulen ese perjudicial ADN del pasado que nos persigue y atormenta, para que, ¡por fin!, podamos construir el reino del respeto a las leyes y despeguemos hacia la eliminación de la pobreza en todos los niveles y alcancemos en medio siglo el desarrollo.