19 de diciembre 2021
En pocos países latinoamericanos, como Chile, se verifica una pugna del siglo XXI que reproduce tan claramente las claves simbólicas del siglo XX. La proyección mediática de los candidatos presidenciales, José Antonio Kast y Gabriel Boric, y sus respectivas interacciones en redes, giran en torno a rótulos como “fascismo” o “comunismo”, que parecerían descontinuados en la mayor parte del mundo.
Quien se asome a ese escenario electoral, desde afuera, percibe un efecto de reedición de la historia. Los espectros de Pinochet y Allende, Hitler y Mussolini, Lenin y Stalin, flotan libremente sobre Santiago. El pasado se infiltra en el presente y es aprovechado por todos los actores políticos, en una batalla encarnizada por llegar al poder.
La candidatura de José Antonio Kast ayuda a comprender la transformación que tiene lugar en la derecha global, sobre todo, después de Donald Trump. No quiere esto decir que esa nueva derecha careciera de presencia global antes de Trump, pero es indudable que el trumpismo le dio el impulso decisivo. El caso más emblemático de esa nueva derecha, en América Latina, es Jair Bolsonaro en Brasil, quien, como Trump en Estados Unidos, ya colonizó la corriente central del conservadurismo brasileño.
El fenómeno de Kast tiene algunas similitudes con el de Bolsonaro: racismo, xenofobia, visión nostálgica de las dictaduras militares de la Guerra Fría. El vínculo con la tradición fascista, en ambos casos, se da a través de la apropiación del fascismo que ejecutaron la Junta Militar brasileña y el régimen de Augusto Pinochet en Chile. Se trata de un vínculo mediado por las propias variantes autoritarias que se produjeron en esos países suramericanos durante la Guerra Fría.
En términos estrictos, en ninguno de los dos casos se trataría de fascismo sino de post-fascismo. La sutileza parece menor, pero no lo es, como han señalado autores como Enzo Traverso y Federico Finchelstein. A diferencia de las derechas previas, predominantemente neoliberales y nacidas de las transiciones democráticas de fines del siglo XX, las nuevas derechas están promoviendo una visión positiva de aquellos autoritarismos.
Como en algunas izquierdas, para las que la mirada nostálgica a las revoluciones cubana o sandinista no conlleva la repetición de aquellos regímenes, en esta derecha, la defensa del pinochetismo no necesariamente implica la vuelta a la dictadura. Sí parece implicar, en cambio, la adopción de políticas neoconservadoras y de limitación de derechos sociales, desde una simbología de poder que alienta actitudes de lo que Umberto Eco llamaba el “Ur-Fascismo” o fascismo “corriente o eterno”.
El post-fascismo de Kast puede ser perfectamente legítimo, apegado a la normatividad constitucional que se elabora en Chile. Sin embargo, su mezcla de neoliberalismo y neoconservadurismo podría combinar reducción del gasto social con ascenso del racismo, la xenofobia y el abandono de políticas comunitarias, indigenistas y de género. Esa deriva conduciría a un aumento de la polarización, seguida de una inflamación de discursos y prácticas nacionalistas y excluyentes.
Kast, firmante de la Carta de Madrid, llegaría al poder con el explícito apoyo de Bolsonaro y las diversas organizaciones de extrema derecha que, en Argentina, respaldan un proyecto político similar. De producirse su triunfo, la nueva derecha alcanzaría una presencia más sólida a nivel regional y contribuiría a su naturalización. Kast elevaría la agenda post-fascista a un grado de protagonismo peligrosamente inédito.
Tensiones geopolíticas habrá, luego de las elecciones chilenas, gane quien gane. Si gana Boric, veremos al autoritarismo bolivariano haciendo malabares para atraer o manipular a los demócratas de la izquierda chilena. Si gana Kast, veremos a toda la nueva derecha iberoamericana, con Abascal y Vox a la cabeza, aterrizando en Santiago.
*Este artículo se publicó originalmente en el diario La Razón.