25 de noviembre 2021
A tres años de su llegada a Madrid, tres nicaragüenses refugiados en España cuentan cómo, a pesar del paso del tiempo, siguen enfrentando trabas migratorias, desempleo, discriminación y el anhelo de un retorno a su país que parece lejano.
“Te ofrecen condiciones inaceptables, porque hay gente que piensa que por el hecho de ser inmigrante te da igual”, lamenta Jennifer Marenco, de 25 años, sobre las ofertas laborales que ha encontrado en España, aunque reconoce que aceptarlas o no es decisión personal.
Elizabeth Aguilar, nicaragüense en Madrid, por su parte, destaca la discriminación laboral que ha vivido. “Por la (falta de) “belleza” no te contratan, si yo voy a pedir trabajo en una tienda se fijan en eso, desgraciadamente... también en el acento”, asegura.
“Recibís discriminación en algunos momentos, porque los latinos no somos bien vistos, recibís humillaciones, te tratan como quieren”, coincide Luis Blandón, también refugiado nicaragüense, sobre algunas de las dificultades que le ha tocado vivir en este país europeo.
España se ha convertido en el tercer país de destino de los migrantes nicaragüenses en los últimos 20 años, después de Costa Rica y Estados Unidos. Hasta enero de 2021, el Instituto Nacional de Estadísticas de España revelaba que en la Península Ibérica residían cerca de 61 200 nicaragüenses, datos que dejan por fuera a centenares de nicaragüenses cuya situación migratoria es irregular.
Es el caso de Marenco quien llegó al país en 2018 frente a la incertidumbre política y económica que se vive en Nicaragua. Cursaba cuarto año de la carrera de Comunicación Social y pensaba un día vivir en el exterior como estudiante. “Yo tenía planeado poder terminar mi carrera y luego venir aquí a España a hacer un máster o doctorado, pero los planes surgieron inesperadamente”, relata esta migrante nicaragüense.
A partir de 2018, incrementó el número de nicaragüenses que llegaron. Ya no solamente eran migrantes económicos, sino también exiliados, personas que huían de la crisis sociopolítica y económica que estalló ese año y que persiste. Es así que Nicaragua se encuentra entre los cinco países de los que provienen el mayor número de solicitudes de asilo político, así lo revela el informe que realizó este año la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR).
Desde 2018 hasta lo que va de 2021, España recibió 12 737 peticiones de asilo político por parte de nicaragüenses, pero solamente a 3 371 les han dado respuesta positiva.
Aguilar forma parte de esta lista. “Yo pensaba regresar a Nicaragua, pero debido a las amenazas y la misma situación que no cambiaba, decidí que no”, dice, refiriéndose a los ataques en su contra por parte de personas afines al Gobierno, por su participación en las protestas sociales de 2018.
Blandón también se refugió en España por razones políticas. Durante la rebelión cívica de 2018, se involucró de lleno en las protestas y manifestaciones que realizaban los autoconvocados en Managua en contra del régimen Ortega Murillo, y la persecución policial lo obligó a exiliarse. “Fue forzada -la migración- yo iba en camino e iba llorando… con el corazón medio roto, porque no sabía cuándo regresar, ahora tengo tres años de estar acá”, relata.
Tres años sin papeles y sin trabajo formal
Marenco tiene 25 años de edad y emigró a España donde ya vivían muchos familiares, pero aún así el proceso de adaptación le ha sido complicado. “Al inicio me costó aceptar que estaba de verdad aquí y que no era parte de mi imaginación, porque es un mundo totalmente distinto al que ves en las películas, un país diferente, una ciudad diferente, gente diferente, forma de hablar diferentes, libertades y un poco de inhibición”, describe.
Se asentó en Madrid y desde que llegó solo ha encontrado trabajos informales por horas. Tiene dos años y ocho meses de trabajar como cuidadora en una casa a la que va un par de horas, tres veces por semana, y complementa su jornada laboral como conserje en un bar.
Mientras tanto, se encuentra en busca de un trabajo estable que le garantice un contrato formal con el que pueda iniciar los procesos de obtención de documentos migratorios. “Me he topado con gente que se ha intentado pasar de lista, te ofrecen condiciones - de trabajo- inaceptables, piensan que por el hecho de ser inmigrante te da igual la condición (laboral) que sea”, expone.
Tener un contrato laboral vigente de un año con un mínimo de treinta horas semanales, más estar dada de alta en la Seguridad Social y haber vivido en situación irregular durante tres años en España te da la oportunidad de solicitar una residencia renovable por un año. Marenco espera lograr algún día esa estabilidad laboral y así cumplir sus metas. “No pierdo la esperanza de estudiar”, comenta.
Marenco se refugia en la pintura como una herramienta artística que le apasiona y entretiene. Ha invertido en materiales y ha aprendido nuevas técnicas que la motivan a seguir pintando. “He fluido mucho, me voy a un parque y me pierdo, paso tiempo conmigo misma, eso me ha ayudado”.
Aunque los recuerdos y la nostalgia la invaden, no contempla regresar a vivir a Nicaragua. “No hay una buena administración de mi país, está estancado... con los salarios allá, vives a raya… yo pienso regresar, pero solo de vacaciones”, concluye.
Entre la falta de empleo y la discriminación
Luis Blandón llegó a Madrid a finales del 2018 y desde el exilio continúa formando parte de la Junta Directiva Nacional del Movimiento Unamos (antes MRS), razón por la que recibió constantes amenazas por fanáticos del Gobierno en Nicaragua.
A pesar de contar con la compañía y el apoyo de su mamá, que había emigrado a España años atrás, para Luis ha sido difícil su inserción en ese país. “Los dos primeros años fueron críticos, llenos de desesperación, frustración y desánimo. Uno dice: ‘bien que mal, en mi país estaba resolviendo mi vida, avanzando poco a poco’”, narra.
En Nicaragua ejercía como contador y tenía un emprendimiento de venta de lácteos, pero al llegar a España pronto se dio cuenta que para los hombres migrantes las opciones laborales son limitadas: encuentran mayormente trabajos temporales e informales en agricultura y en construcción, y con frecuencia sufren explotación laboral y soportan condiciones precarias.
“Uno cree que las oportunidades son fáciles, porque es un país de primer mundo, pero ha sido todo lo contrario. Primero, por la burocracia para hacer los trámites del asilo político, recibís discriminación en algunos momentos, por ser latino, recibís humillaciones por parte de la Policía, es bien difícil”, describe.
Blandón hace un año obtuvo el asilo político, pero a pesar de ello no ha tenido mejores opciones laborales. Ha trabajado en jardinería, en limpieza y también ha colaborado con el Partido Socialista Obrero Español.
Resistir desde el activismo social
Aguilar, también asilada política, llegó a España hace tres años porque necesitaba sanar secuelas emocionales producto de la violencia y la represión estatal de las protestas de Nicaragua en 2018. “Desde que vine fue por ayuda de Amnistía Internacional, me abocaron al CEAR”. Es la Comisión Española de Ayuda a los Refugiados que defiende y promueve los derechos humanos y el desarrollo integral de las personas.
Su hermana ya vivía en el país y tenía mucho sin verla, así que el reencuentro familiar también le motivó a mudarse a España. “La iban operar y necesitaba ayuda, pero yo vine mal, no la pude ayudar mucho”, comenta, apesarada. Gracias a la Comisión comenzó a recibir terapia psicológica, lo que le ha ayudado a mejorar su estado emocional.
Escuchar las historias de otras mujeres que han emigrado a España, sin documentación y redes de apoyo, ha motivado a Elizabeth a asistir a esta población. Trabajó en un proyecto de prácticas de empleabilidad con la Cruz Roja y pudo capacitar a mujeres migrantes que desconocen el manejo de plataformas digitales o que no saben leer.
También forma parte de la colectiva feminista Volcánicas, cuya mayoría de integrantes reside en Costa Rica, y que tiene como objetivo informar y defender los derechos humanos de las mujeres exiliadas. Elizabeth, además, ha ocupado su estancia para llevar cursos de operaciones básicas en cocina y de manejo de redes sociales, también llevó clases de edición de vídeo en una escuela audiovisual de Madrid.
A pesar de las dificultades, estos tres nicaragüenses persisten en la búsqueda de espacios de inserción que les permitan mejorar sus vidas en España, luchando contra la xenofobia y el racismo.
“He vivido racismo laboral, porque desgraciadamente el hablado latino - se refiere Elizabeth al acento- tiene su forma diferente y te dicen: ‘Acá se habla castellano y no se habla español’ y me dieron de baja (en un trabajo) porque no me adapté al acento”. La discriminación por motivos raciales sigue lastrando a migrantes latinos en España, incluyendo a nicaragüenses.
Un informe elaborado por el Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial o Étnica (CEDRE) de España, indica que 81.8% de personas que sufren racismo no interponen una denuncia. Este análisis encontró que las personas que sufren discriminación por motivos motivos raciales o étnicos tienen que ver por el color de piel y rasgos físicos (55 %), por sus costumbres y comportamientos culturales (38%) y por sus creencias religiosas e indumentaria (33%).
Sin embargo, volver a vivir Nicaragua no es opción para todos, aunque anhelan una Nicaragua democrática, segura y libre que puedan visitar y así volver a abrazar a sus seres queridos.
“Yo pienso volver, siempre y cuando la dictadura no esté. Esto implica más tiempo y significa que en el lugar donde estoy debo esforzarme más, seguirme preparando para implementar cosas a futuro en nuestro país -reflexiona Blandón-.Yo sí creo en la gente de Nicaragua, creo en mi país”.
*Una colaboración entre Nicas Migrantes, de CONFIDENCIAL, y La Lupa.