24 de noviembre 2021
En 1988 se convocó un plebiscito en Chile para ver si Pinochet continuaba como presidente. Entonces el NO se impuso claramente al SÍ. La convergencia, aglutinadora de los grupos más variados, del centro a la izquierda, simbolizada en la pegadiza canción “Chile, la alegría ya viene”, frustró el deseo del dictador y sentó las bases de un cambio político pacífico. En este proceso, fueron esenciales el empeño y los renunciamientos del democratacristiano Patricio Aylwin y del socialista Clodomiro Almeyda.
La situación actual es muy distinta que entonces, al igual que muy inferiores los incentivos para mantener intacta una coalición esencial para la gobernabilidad. En unos años en que tanto el centro izquierda como el centro derecha han comenzado a desmoronarse. De hecho, en la última elección presidencial ambas alianzas no obtuvieron siquiera el 25% de los votos y sus candidatos fueron desplazados al cuarto y quinto lugar en la preferencia popular.
Mientras, los dos candidatos que han pasado a la segunda vuelta, José Antonio Kast y Gabriel Boric, ocupan los extremos del espectro político. En la noche del domingo, al celebrar con sus seguidores, trazaron sus líneas rojas: “democracia y comunismo” dijo uno, “democracia y fascismo” dijo el otro. Y en sus discursos, más elaborado el de Kast, los dos dieron algunas pistas de lo que será su tortuoso viaje de las próximas cuatro semanas: la complicada marcha a la conquista del voto de centro.
Esta vez solo votó el 47% de los ciudadanos habilitados. Más de la mitad del censo se quedó en casa, una clara señal de la indiferencia política de buena parte de la población, o del descontento ante las opciones existentes. Y si bien un candidato claramente anti-sistema, el “ausente” Franco Parisi, se colocó en tercer lugar con casi el 13% de los votos, mucho descontento optó por no votar.
Muchos insisten en presentar al Chile actual como un país polarizado. Pero, como bien ha señalado Patricio Navia, han sido más los votantes decantados por las opciones moderadas que por las posturas extremas. Y si sumamos las abstenciones, habría que revisar, cuanto menos, conclusiones tan demoledoras.
Tradicionalmente, cuando hubo segunda vuelta, el candidato triunfador en la primera era el ganador de la segunda. Esto funcionaba con un número más reducido de candidatos y cuando los votantes a conquistar para ganar el balotaje eran muchos menos. Esta vez las cosas son diferentes y la distancia hacia el centro, donde esta el mayor caladero de votos, es mucho más larga.
De alguna manera se podría decir que Chile se ha peruanizado, que muchos chilenos tendrán que ir a votar con la nariz tapada para elegir el mal menor, ¿comunismo o fascismo? Y encima con candidatos con prácticamente nula experiencia de gestión. Ante este dilema, muchos no se inclinarán por ninguno de los dos, anularán su voto o, sencillamente, no acudirán a las urnas. Si por lo general ante la segunda vuelta, que suele ser más polarizada que la primera, lo normal es que aumente la participación, en esta ocasión no sería inverosímil un escenario de mayor abstención.
Gane quien gane tendrá que gobernar en una situación compleja. Ningún candidato tiene mayoría suficiente en el Parlamento. Es más, también hay una Asamblea Constituyente encargada de redactar una nueva Constitución, que deberá ser aprobada en plebiscito coincidiendo con el inicio del nuevo gobierno. Del texto aprobado dependerá buena parte del futuro político chileno. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si se cambia radicalmente el sistema político y se convocan nuevas elecciones? ¿A quién afectaría más?
Paradójicamente, Kast y Boric son hijos o deudores del profundo malestar social que provocó las violentas protestas iniciadas en octubre de 2019. Kast supo sacar provecho de la demanda de ley y orden de buena parte de una sociedad alarmada por la ola de vandalismo callejero, el aumento del narcotráfico y la lucha armada de lo más radical de la protesta mapuche.
Boric, por su parte, intenta surfear sobre la ola de frustración y descontento de importantes sectores medios, que han caracterizado a Chile como un país desigual, injusto y lleno de privilegios, con unas élites profundamente insolidarias. A partir de una crítica frontal al régimen de la transición, apoyaron el rotundo triunfo del SÍ en el referéndum para la nueva Constitución y volcaron hacia el progresismo la composición de la Constituyente.
Sin embargo, el domingo 21 ocurrió lo contrario. El candidato más votado fue el de extrema derecha, y la derecha obtuvo un gran triunfo en el Senado. El resultado del 19 de diciembre dependerá de cómo uno y otro sepan atraer y movilizar al electorado. Dada la gran abstención, el movimiento de unos pocos miles de votos a un lado o al otro puede ser decisivo. De momento, y a la espera de encuestas más recientes, lo que nos dicen los estudios demoscópicos es que hay un elevado número de votantes sin saber, todavía, qué van a hacer.
Texto publicado en El Periódico de España