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El periodismo es la vigilancia del poder

Contar la verdad, explicar y verificar; la transparencia es la máxima ética; y el sello del periodismo colaborativo

María Teresa Ronderos

19 de noviembre 2021

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La primera vez que publiqué un artículo en un diario yo acababa de llegar a vivir a Buenos Aires después de graduarme. Me emocioné tanto de ver mi nota en letras de molde en el modesto y prestigioso Buenos Aires Herald, que no se me ocurrió otra cosa que pararme en plena Plaza de Mayo a celebrar ante la ciudad entera, ante el país y ante el planeta.

Hoy estoy tan feliz como aquel día. Y quiero agradecerle al jurado que me eligió para recibir este homenaje tan sentido. También al equipo del premio liderado por Silvia Martínez que lo han hecho posible, y por supuesto a la Fundación Bolívar, que año tras año le dice al país que el periodismo importa y que vale la pena celebrar a quienes lo ejercen con compromiso y lo reiteran aún hoy, cuando los raudales de información que fluyen por nuestros mágicos aparatos móviles parecieran volverlo innecesario.

¿Qué es lo que me pone tan contenta? Claro, el reconocimiento de mis colegas en mi país. Pero me alegra sobretodo saber que este es también un premio a muchos que me acompañaron y siguen conmigo en este camino... a quienes les ha tocado mucho más difícil que a mí, que han arriesgado y batallado por contar las verdades complejas y peligrosas desde la primera fila de las trincheras. Quisiera mencionar a cada uno, pero quizás me tomaría hasta mañana, así que sólo digo que lo comparto con mis colegas de todos los tiempos, y en especial, con los voluntarios de la red de corresponsales de la Fundación para la Libertad de Prensa en cada departamento del país, cuya vigilancia salva vidas y ha hecho durante 25 años que los periodistas colombianos nos sintamos menos solos en esta brega.

Son tiempos turbulentos para nuestro oficio. El viejo periodismo poderoso que, como filtro mayor del relato público, cosechaba respeto y fortuna, aún no termina de morir. El periodismo nuevo, que asoma apenas entre millones de voces que compiten por el escaso tiempo de la gente en un mar contaminado por la distorsión deliberada de los hechos, aun está forjando su ética profesional y descubriendo el modelo económico que lo sustente.

El cambio de mentalidad en el periodismo


Estoy convencida de que lo que diferencia al periodismo que termina y el que está naciendo no es el medio que lo soporta. Alguien puede seguir haciendo un periodismo obsoleto en el más sofisticado medio digital, así como alguien bien podría ser faro del periodismo futuro desde un venerable periódico. La diferencia real está en un cambio de mentalidad.

Hay medios que, en un intento por salvarse de la crisis, han sucumbido a la polarización que manda en las redes sociales en busca desesperada de tráfico. Corren el riesgo de volverse pasquines de alguna causa política extrema o simple carnada que atrae clics, capta los datos de la gente y los vende al mejor postor. O peor, pueden terminar sembrando cizaña y confusión, al estilo de cualquier político populista-autoritario contemporáneo. Creo que quienes han hecho esta apuesta, en lugar de cultivar una relación auténtica con su audiencia, saldrán perdiendo su inversión y sobre todo su credibilidad. El mundo virtual ya está lleno de rumores y mentiras, de sitios engañosos de manipuladores con agendas ocultas, y entonces ¿qué diferencia puede ofrecer un periodismo que haga lo mismo?

En alguna reunión de la Fundación Gabo, a la que le debo tanto, el maestro García Márquez dijo como al pasar que el mundo se le había escapado al periodismo. Pues bien, el problema que tenemos en frente es cómo lo recuperamos.

No lo sé, por supuesto. Pero he intentado seguir caminos que creo que nos llevan allá.

Lo primero, claro, es contar lo que pasa, pero es tan importante contar también por qué pasa lo que pasa. Explicar es más urgente hoy por la confusión reinante. Cuando la información está tan fragmentada y a la mayoría le queda poco tiempo para reconstruir los retazos de noticia, ofrecerle al público el contexto en que ocurren los hechos es imprescindible.

En paralelo viene la verificación. Es forzoso afinar ese método para aproximarnos a las verdades usando todas las maravillosas herramientas que hoy pone la tecnología a nuestro alcance, desde los algoritmos inteligentes que nos ayudan a detectar patrones de corrupción en cuentas públicas o a identificar deforestación en imágenes satelitales, hasta las redes sociales que nos permiten apelar a la reportería del colectivo para reconstruir una masacre o un abuso. Si la gente sabe que donde dice periodismo y prensa quiere decir verificación y contrastación de fuentes, entonces tendrá en quién confiar al navegar la avalancha de información chatarra que incluso los buenos amigos nos envían a diario por el chat.

Y a la par con esto, es decir explicar, conectar, y constatar, la savia que le corre por las venas al periodismo indispensable es la vigilancia del poder. En nuestro país muchos han abusado tanto de su poder que en momentos, nos lo han hecho invivible. Intereses privados desfachatados –y peor aún, muchos de ellos violentos e ilegales – han capturado pedazos de justicia, de las políticas públicas, de las normas fiscales, de los gobiernos locales y nacionales y hasta les están robando años de futuro a las generaciones que vienen, con sus atropellos al medio ambiente.

Y si flaquea la oposición, y la sociedad civil se amedrenta, y los activistas se cansan de gritar, ahí seguirá el periodismo todos los días, pidiéndole a los poderosos que rindan cuentas, advirtiéndole a la ciudadanía que aquí le quitaron la tierra que era pública, que allá desperdician sus impuestos, o que más allá le torcieron el pescuezo a una ley para favorecer a unos pocos. No habrá democracia que viva sin ese periodismo, no importa si se publica en radio o en una app del celular.

El miedo de los dictadores y corruptos

Lo que nos dice que el periodismo no se ha muerto, aunque varios quisieran decretarle honras fúnebres, es el miedo que le tienen dictadores y corruptos. ¿Por qué están sacando leyes en algunos países cercanos para acusar a los periodistas como “agentes extranjeros” o para procesarlos como lavadores de dinero porque reciben donaciones? ¿Por qué violentos o autócratas han forzado al exilio o al desplazamiento forzado a tantos colegas colombianos, venezolanos y centroamericanos valerosos, aunque es una pelea desigual de bala contra palabra?

Porque como me dijo alguna vez un colega afgano, cuando alguien dice una verdad, esta se vuelve imparable, y lo ilumina todo.

El otro ingrediente que me han enseñado a ver tantos reporteros y editores ejemplares es que el periodismo que aún se necesita debe ser transparente. Está bien, no podemos ser del todo objetivos ni podemos ser neutrales cuando hay tanto sufrimiento y desigualdad. Pero sí podemos ser transparentes. Que la gente sepa de qué están hechas nuestra historias y les demos acceso directo a cuanta fuente citemos. El público necesita que el periodista, que es el profesional que se dedica a ello, le haga la curaduría de lo que pasa, pero exige que le comparta también los ingredientes de cómo cocinó la nota.

La transparencia es la máxima ética de la era digital en casi todos los campos porque ya nada se puede ocultar. Y cuando la certificación de autenticidad de una noticia la otorgue el block chain, la confianza colectiva de miles de lectores va a ser indispensable.

No podemos solos, el sello del periodismo colaborativo

Todo esto que les he dicho es inútil si no existe la convicción profunda en el periodismo de que no podemos solos; que sin la fuerza del trabajo colaborativo, con colegas, con academia, con expertos, con ciudadanos interesados, no podremos siquiera empezar a contar la enormidad de lo que nos pasa.

Llegó la hora de reemplazar el sello de la competencia comercial que determinó el periodismo del pasado, cuando lo importante era la velocidad y la exclusividad, por el sello de la colaboración, porque hoy lo importante es poder explicar lo que nos pasa; es traer claridad y confianza a una ciudadanía perpleja, fragmentada en grupúsculos que confirman sus prejuicios, y a donde se cuelan fácilmente las falsedades.

Contar lo que pasa significa completar lo que tenemos a la mano con cosas más allá de nuestras fronteras urbanas, departamentales, nacionales, y eso obliga a la colaboración. Hace unos meses, los Pandora Papers involucraron los esfuerzos de 611 periodistas de más de 100 países, y con ello están logrando hacerle rendir cuentas a un sistema creado para ocultar fortunas de la vigilancia del público y facilitar la concentración de la riqueza.

¿Cómo superamos la violencia criminal en Colombia si no tejemos alianzas entre varios para contar quiénes son sus beneficiarios reales? ¿Incluso, no valdría la pena unirnos para contar esta historia periodística capaz de cambiar la historia del país? ¿No sería enorme si sumando los esfuerzos de medios diversos pudiéramos medir la destrucción de nuestros bosques y calcular cuánto contribuimos al cambio climático? ¿Y cuánto ayudaríamos a revertir la desigualdad en la que siguen las mujeres colombianas si múltiples reporteros se unieran para documentarla a fondo? ¿O si vigilamos como una manada de linces que no vaya a haber fraude en la próxima jornada electoral?

Esa ha sido mi pasión, mi ilusión, y para eso he trabajado todos estos años desde distintos medios y lugares, para impulsar el periodismo colaborativo, y más ahora que la tecnología nos lo facilita tanto. Por eso es que hoy celebro también (pero ya no sola en una plaza, sino con todos ustedes y por redes) el trabajo de decenas de periodistas y colaboraciones que he tenido con colegas idealistas y magníficos, entre ellos con quienes trabajo hoy, mis queridos periodistas del CLIP. Juntos hemos logrado alianzas investigativas para contar historias que importan con casi 70 medios en este continente en los dos años largos que tenemos de vida.

Cierro estas palabras con un inmenso agradecimiento a mi familia, mi esposo Horacio, sin quien no estaría hoy ni cerca de aquí, mis hijos editores y críticos adorables, Matías y Agustín, y mis hermanos y hermanas de quienes he aprendido tanto. Y a mi querida cuñadica Paty, a quien perdimos prematuramente, como nos ha sucedido a tantos durante esta implacable pandemia. Ella se hubiera alegrado conmigo tanto como yo.

Los dejo con una advertencia: que a pesar de este ”Gran Vida y Obra” planeo seguir viva y en obra durante muchos años, mientras haya colegas de la calidad de aquellos con los que he tenido la fortuna de colaborar.


*Discurso al recibir el Gran premio a la Vida y Obra de un periodista. Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2021 de Colombia


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María Teresa Ronderos

María Teresa Ronderos

Periodista colombiana, directora del Centro Iberoamericano de Investigación Periodística (Clip). Columnista de El Espectador y miembro del Consejo Rector de la Fundación Gabo. Por su destacada carrera periodística, recibió el Premio Maria Moors Cabot en 2007.

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