18 de noviembre 2021
“Ningún hombre es una isla” decía el poeta John Donne. Se refería a que vivimos en sociedades, rodeados de conexiones afectivas, económicas y culturales de todo tipo, no limitadas a un espacio geográfico.
En los últimos meses, Ortega y Murillo han invocado la soberanía, la no injerencia y la independencia nacional como defensa a los señalamientos de diversas naciones por el escandaloso método que usaron para proclamarse victoriosos en las elecciones del 7 de noviembre. Sus diatribas ya no sólo acusan al imperialismo; ahora son muchos los países del mundo los que, según ellos, atentan contra la soberanía de nuestra pobre Nicaragua. Parecen no enterarse de que es transparente su intención de usar la soberanía a manera de escudo para concederse inmunidad. Pretenden que sea la Patria de todos la que les conceda licencia para hacer su voluntad en el país, pasando por encima incluso de la Constitución que tendrían que servir como marco y límite de sus acciones.
El principio de la soberanía surge en la Revolución Francesa. La soberanía reside en el pueblo, dijeron para contradecir a la idea monárquica de que residía en un rey que se presumía recibía su poder directamente de la divinidad. Al guillotinar al Rey Luis XIV la Revolución Francesa recuperó el concepto y se lo asignó al pueblo a través de sus representantes.
Más tarde surgió la noción moderna de que el Estado es el titular de la soberanía. Se parte de que el Estado, como institución política, es el que puede contener los diversos componentes de la nación: la estructura legal y el dominio territorial además de la representación popular. El Estado es representante de la ciudadanía en la medida de que quienes lo integran son personas democráticamente elegidas, a través de procesos electorales regidos por la Constitución de cada país.
Es claro que no puede recurrir a la soberanía un Estado que usa su poder para falsear la voluntad de sus ciudadanos. No es Estado soberano el que está compuesto por personas elegidas ilegítimamente.
Normalmente se invoca la soberanía en conflictos territoriales y fronterizos, en que la integridad de un país se ve amenazada por fuerzas externas. Nada de eso está sucediendo en Nicaragua. Ortega y Murillo han fraguado una gran mentira para acusar a sus opositores de actuar en favor del “imperalismo” ¿Cómo se atreven?, me pregunto. Ninguna donación entonces, ni ahora, nos hace menos nicaragüenses. Dirigentes de la ahora Resistencia sí fueron financiados por el imperialismo. Celebro que no se les expulsara del país. Ahora muchos ellos hasta son partidarios de Ortega. Buscar el apoyo de otros países para que respalden posiciones políticas es práctica usual, sobre todo en países afligidos por dictaduras. ¿Qué acaso la OEA, que ahora llaman “cloaca” no se pronunció, por gestiones del FSLN, contra la dictadura de Somoza? Una condena importante, por cierto, pues culminó en una resolución aprobada el 23 de junio de 1979 demandando la “sustitución” de la dictadura de Somoza.
Desde la Segunda Guerra Mundial y para evitar los conflictos que condujeron a esa conflagración, las naciones del mundo han venido acordando un tejido supranacional para acordar entre ellas reglas de convivencia civilizada y normas de comportamiento de los Estados. Es por eso que el rechazo de 40 países a la validez de las elecciones en Nicaragua y que 25 países en la OEA también las consideren ilegítimas es un señalamiento muy serio que inútil es que la dictadura quiera atribuir al imperialismo.
Con esa narrativa aislacionista y artificialmente fogosa y ofendida, el régimen Ortega Murillo está exponiendo a nuestro país y a todos sus ciudadanos a continuar por el camino de más sanciones y de una prolongada soledad. Esa absurda arrogancia nos encerrará y negará la realidad de que en este siglo XXI un país como Nicaragua no puede cegarse y cortar sus vínculos con el mundo. Es absolutamente condenable que Ortega y Murillo pretendan defender nuestra Patria cuando es obvio que lo único que les interesa es escudarse en un lenguaje patriótico para concederse inmunidad.
Es penoso y lamentable ver cómo siguen imponiendo una voluntad absolutista que sólo traerá sufrimiento al país. Y es más penoso y lamentable que algunos de los que les rodean hayan sido capaces de arriesgar su vida contra Somoza, y ahora no se arriesguen a perder el puesto.