Guillermo Rothschuh Villanueva
14 de noviembre 2021
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Es casi seguro que los usuarios se muestren renuentes a dejar que sus actividades puedan ser utilizadas con fines comerciales
Visitantes se toman fotos junto al logo de Meta en la entrada de la sede de Facebook. Foto: EFE
La crisis en que se encuentra sumergida Facebook —viene dando tumbos desde 2016— obligó a su mayor accionista, Mark Zuckerberg, a tomar medidas emergentes. El anuncio de la creación de Metaverso, el pasado 28 de octubre, constituye un paso adelante en la prodigiosa era de Internet. La revolución científico-técnico no se detiene, aguijoneada por las circunstancias. Con esta decisión cree salirle al paso a la caída en picada de su credibilidad. Los señalamientos contra Facebook forman parte de las acusaciones lanzadas contra Google, Amazon, YouTube e Instagram. La admisión tardía ante el Congreso de los Estados Unidos, aceptando la existencia de miles de cuentas falsas en Facebook, pusieron en mal predicado al estratega de la red más grande del mundo.
Las filtraciones y deserción de Frances Haugen, experta en temas de algoritmos y seguridad digital, fueron el puntillazo. Haugen operó como garganta profunda, filtrando valiosos documentos al Wall Street Journal. Cuando decidió salir a la palestra pública, ya había asestado un golpe contundente a Facebook. Al declarar que Zuckerberg anteponía las ganancias y no la seguridad de los usuarios, solo vino a confirmar lo que muchos académicos y estudiosos del tema digital venían alegando. Tal vez lo más riesgoso del CEO de Facebook fue haber mentido ante los congresistas. Estaba consciente de los millones de fake news diseminados y los millares de cuentan falsas que operaban en su plataforma digital. Su olvido a la hora de rectificar resultó un bumerang.
Las declaraciones de Haugen sirvieron como detonante, decenas de especialistas se sumaron a la arremetida. En menos de dos meses, Haugen se transformó en una figura connotada, sus puntualizaciones desean ser conocidas por distintos estamentos políticos. Los primeros en llamarla a testificar fueron los miembros del subcomité para la Protección del Consumidor y la Seguridad de los Datos de Estados Unidos. Estaban interesados en enterarse de lo dañino y nocivo que resultan los algoritmos de Facebook para la niñez y adolescentes. Nada nuevo si tomamos en consideración los resultados de estudios realizados en España y en el propio Estados Unidos. Evidencian que los algoritmos favorecen la violencia y pornografía. Voces muy pocas veces escuchadas.
Estando en Bruselas pendiente la aprobación de dos leyes referidas al tema de la seguridad y funcionamiento de los algoritmos, Haugen fue invitada a comparecer ante la Eurocámara, para ofrecer luces. Después de compartir sus argumentos, esbozó cuatro recomendaciones. La primera está dirigida a la emisión de leyes neutrales, algo sumamente complejo; en segundo lugar, obligar a que las tecnológicas jerarquicen su información, en tercero, volver responsable a Facebook (ahora Metaverso), de la información negativa que publique y, por último, garantizar el acceso al ente regulador a los datos esenciales de la empresa. Los resultados que ofrezca esta experiencia a los europeos, podrían servir en el futuro de ejemplo a los demás países del mundo.
Las prescripciones de Haugen son precisas, se trata de cambiar o emitir nuevas leyes. La debilidad que confrontan los gobiernos, se debe a que las tecnológicas funcionan sin ataduras legales. ¿A qué obedecerá la tardanza de los parlamentarios en la formulación de normas encaminadas a proteger a la ciudadanía e intereses de su nación? Llevan más de cuatro años de estar amagando, sin llegar a nada. ¿Cuándo darán el paso esperado? Uno de los escollos que los parlamentarios deberán sortear, consiste en no adquirir compromisos con estas empresas. En Europa los mastodontes digitales invierten en lobby, más de cien millones de euros. Las regalías que otorgan terminan frenando iniciativas y pervirtiendo sus compromisos con la ciudadanía. Algo muy usual.
Académicos estadounidenses (Michael A. Cusumano del Instituto Tecnológico de Massachusetts), piensan que Meta tiene un propósito distractivo. El cambio de nombre se “debe sobre todo a un intento de que nos fijemos menos en sus verdaderos problemas”. Soy de los que creen que aun cuando el anuncio de Meta tiene una intencionalidad distractiva, se trata de una decisión que Zuckerberg —debido al trago amargo que no acaba de digerir— creyó que había llegado la hora de hacer público, un proyecto que venía trabajando desde hace varios años. Sin duda muchos jóvenes se sentirán encandilados, al disponer de videojuegos en 3D a bajo costo. Además, Meta los introducirá en el mundo paralelo de la realidad virtual. El ofrecimiento supone una gran oferta. Esperemos resultados.
Zuckerberg se ha empeñado en dar visos de certeza a las medidas que está adoptando. Para resultar creíble, en momentos que más lo necesita, tuvo que paralizar el proyecto de Instagram para niños y ofreció que no volverá a utilizar el reconocimiento facial de mil millones de usuarios. ¿Habrá quién se lo compre? Instagram cayó en desprestigio. Jóvenes de distintos rumbos del planeta, revelaron lo dañino que han resultado para su autoestima, los cánones de belleza que prescribe. Con la salvedad que, para descargar la aplicación en el móvil, ahora hay que pasar por el sistema iOS de Apple y Android Google. Los primeros efectos son visibles. Es casi seguro que los usuarios se muestren renuentes a dejar que sus actividades puedan ser utilizadas con fines comerciales.
Haugen se ha encargado de agriar la fiesta a Zuckerberg, para ella resulta paradójico que mientras el CEO de Facebook anuncia la disponibilidad de sumas millonarias para pagar a los especialistas a cargo del diseño y construcción de Meta, no cuente con recursos suficientes para enfrentar el desafío número uno de gobiernos y usuarios: su inseguridad. En la división separada de Facebook —Reality Labs— este año tienen planeado invertir 10 mil millones de dólares. La queja de Haugen resulta apropiada. ¿Por qué no encaminó sus pasos para terminar con el mayor dolor de cabeza? La respuesta obedece a que Facebook opera como un negocio. Dar de baja a los ingresos provenientes de la polarización que la red ocasiona, supondría perder millones de dólares.
Cuando más se sabe sobre la manera cómo opera Zuckerberg, mayor desencanto provoca. Desde hace años eran conocidos los efectos tóxicos de sus productos. El profesor Cusumano insiste en recordar la desconfianza existente entre los usuarios acerca de la veracidad de Facebook. Señala que la red social “ha estado centrada principalmente en vender anuncios y hacer crecer los ingresos, y la información falsa y las teorías de la conspiración generan más tráfico en internet y más potencial para conseguir anuncios”. Más grave resulta que sus más altos ejecutivos se hayan mostrado ciegos y sordos, ignorando “durante mucho tiempo las quejas de algunos empleados sobre estas prácticas”. Esta fue la razón fundamental por la que Haugen dejó Facebook. Cree que no dará marcha atrás.
Una sociedad como la estadounidense, con un constante crecimiento de expertos en la operación de redes, donde guardan un alto predicado a los resultados numéricos, más de algún especialista se encargaría de rectificar a Facebook. Mientras Zuckerberg pregonaba ante los congresistas, como demostración de eficacia, que eliminaban el 95% de los mensajes de odio, los aguafiestas se encargaron de rectificarle. Según sus cálculos, solo el 5% de estos mensajes son eliminados. Como señalan los entendidos, la red se ha caracterizado por la opacidad y una conducta evasiva. Quienes mejor lo saben son los servicios de seguridad estadounidense. Cuando develaron las cuentas falsas en Facebook, enfrentaron la ira de Donald Trump. Un revés para el recién electo presidente.
Una de las preguntas de los eurodiputados a la experta estadounidense, fue sobre qué pasaría si dejarán que Facebook fuese la encargada de poner fin a tanta ignominia. ¿Una pregunta capciosa? ¿Una bomba de profundidad encaminada a que Haugen dijese que no? Los encargados de echar por tierra la autorregulación fueron los dueños de las grandes tecnológicas. En vez de mostrarse sensibles ante los reclamos de los usuarios, pidiéndoles poner fin a tantos desmanes, optaron por la autocomplacencia. Mientras sus lobistas lograban en Estados Unidos y Europa, acuerdos exitosos con los miembros del Poder Legislativo, sentían que su poder se acrecentaba y que esto dificultaría —como en verdad está ocurriendo— tomar acciones restrictivas en su contra. Llegó la hora.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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