10 de noviembre 2021
Finalmente cayó el telón y se dilucidaron las pocas incógnitas pendientes sobre la elección presidencial en Nicaragua. Incógnitas sí, incertidumbre ninguna, ya que la identidad del ganador, o de la pareja ganadora si se prefiere la fórmula copresidencial, ya era conocida. Las grandes dudas giraban en torno a las cifras oficiales de participación y a los votos recibidos por el reelecto presidente eterno.
También respecto a las imágenes de la afluencia de público en las mesas electorales y en las calles nicaragüenses, al igual que en San José de Costa Rica y otras ciudades del extranjero con presencia del exilio. Había un pulso entre las arengas gubernamentales para votar y los llamados de la oposición a quedarse en casa, si se estaba en el país, o a las manifestaciones sonoras en el exterior.
Según el Consejo Supremo Electoral, las elecciones fueron “libres, democráticas y transparentes” y se celebraron en un “ambiente de paz”. De acuerdo con sus guarismos, Ortega obtuvo el 76% de los votos, contra el 14.4% de Walter Espinoza, del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), la mayor agrupación “zancuda” (partidaria del régimen). El resto de los sufragios se repartía entre los otros cuatro partidos de la “oposición amable”, la vía buscada para otorgar al proceso cierta credibilidad democrática. Según las mismas cifras oficiales, la participación fue del 65%, aunque el observatorio independiente Urnas Abiertas estimó la abstención en 81.5%.
Lo que claramente demostró la jornada electoral, por llamar de alguna forma el acarreo de fieles a lo largo y ancho del país, es qué si bien las fuerzas gubernamentales han alcanzado “sus últimos objetivos” políticos, la guerra aún no ha terminado. Pese a que la oposición, parafraseando el parte de la victoria firmado por Francisco Franco el 1 de abril de 1939, está “cautiva y desarmada”, el régimen no va a bajar la guardia.
Como señaló el propio Ortega, los opositores “son demonios que no quieren la paz… y optan por la violencia, la descalificación, las calumnias, las campañas para que Nicaragua se vea de nuevo envuelta… en guerra”. Luego dio un paso más y calificó a los presos políticos de “hijos de perra de los imperialistas yanquis”. Con este trasfondo, todo indica que se mantendrá el acoso a la oposición.
Con la mira puesta en una hipotética negociación futura, el régimen sigue capturando rehenes para cambiarlos entonces por ciertas concesiones. En las horas previas a los comicios, otros 21 opositores y ciudadanos de a pie se sumaron a la lista de presos políticos. Se busca, a cualquier precio, reducir los compromisos y realizar escasas renuncias para evitar desmantelar un sistema político funcional al saqueo sistemático de los recursos del Estado por la familia gobernante y sus secuaces más próximos.
El año próximo será muy difícil para Nicaragua. Tanto la Iglesia como los empresarios han endurecido su postura contra el orteguismo. Para colmo de males, la recuperación pospandemia deberá enfrentar condiciones muy complicadas y un entorno adverso, con nuevas sanciones de EE. UU. y la UE. Si Biden calificó a estas elecciones como pura pantomima (no fueron libres, justas ni democráticas), el ministro de Exteriores español José Manuel Albares vio en ellas una burla, tanto al pueblo de Nicaragua, como a la comunidad internacional y, especialmente, a la democracia.
En América Latina también hubo declaraciones contundentes, comenzando por el Gobierno de Costa Rica, que no reconoce el resultado. Por su parte, cuatro expresidentes (Fernando Henrique Cardos, Laura Chinchilla, Ricardo Lagos y Juan Manuel Santos) han pedido el aislamiento internacional del régimen.
Pero, esta no es la única respuesta internacional. Tanto Evo Morales como Nicolás Maduro se mostraban enormemente satisfechos con el desenlace y criticaban las injerencias externas, especialmente de EE. UU. y la UE. El presidente venezolano nuevamente subió el tono y mencionó abiertamente a España: “El imperialismo y sus aliados rastreros en Europa, apuntan a Nicaragua, pero Nicaragua tiene quien la quiera, Nicaragua tiene quien la defienda”. Al mismo tiempo resonaba el clamoroso silencio del Grupo de Puebla, convertido en cómplice de la dictadura.
En su mejor estilo, Maduro mandó “¡Al carajo el canciller de España!”, pero una vez más fue Ortega quien nos dedicó los más groseros insultos. No solo reclamó que España pidiera perdón “por los crímenes que han protagonizado”, sino también relacionó al Gobierno con los “descendientes del franquismo que masacró al pueblo español”. Y fue más allá al decir que “son hijos de Franco los que permanecen en espacios de poder, incluso gobernando el país”. Llama la atención tanta obsesión con la dictadura franquista. En realidad, con sus improperios parece estar mirándose al espejo, ya que tanto sus actos como sus palabras tras el sainete dominical evocan al Generalísimo Franco y a su último parte de la Guerra Civil.
*Artículo publicado originalmente en El Periódico de España.