5 de noviembre 2021
Si existe, la conciencia es el único territorio donde pervive la verdad. Hay conciencias que gritan y otras que susurran. Hay conciencias mudas que aguantan y aguantan, hasta que al final estallan en esas grandes crisis que revuelven toda nuestra identidad. Pero hay momentos en que nos hablan abiertamente. Uno de esos momentos atravesará Nicaragua el 7 de noviembre. Ir o no ir a votar será un acto de conciencia.
En un país donde no es obligatorio el ejercicio del voto, la renuncia a ejercerlo, en el momento actual, es la acción más poderosa en las manos del pueblo nicaragüense. El mayor acto de repulsa al régimen.
Por otro lado, es paradójico pensar que el ejercicio del voto puede convertirse en un acto de complicidad con violadores constantes de los derechos humanos. Pero las circunstancias son las que son: unas elecciones ya espurias que no tienen legitimidad.
Más de 300 asesinados, decenas de presos políticos, cientos y miles de exiliados, cientos y miles de migrantes forzosos no irán a votar.
Y estoy seguro de que esas cifras se triplicarán dentro de Nicaragua, cuando la conciencia mueva a la población a la resistencia pacífica.
El régimen se desvivirá por agolpar buses sin conciencia para aparentar una mayor afluencia a los centros de votación. Poco importará su artillería millonaria de publicidad. En un país donde controlan todo (a nivel público y privado), no hay espacio para la verdad.
Pues la verdad, que es una sobreviviente de masacres, de violaciones y de amenazas, reside en lo oculto de las cárceles del régimen, donde tienen aislada y con frío a nuestra conciencia. Una conciencia que se ha hecho piel de los que no podrán y de los que no irán a votar. Una conciencia que se ha hecho tierra sobre la piel de los muertos, de los desaparecidos y de los que esperan algún día regresar. Una conciencia que se ha hecho enfermedad del familiar que espera, o de quien no pudo enterrar a los suyos.
Habrá otras conciencias y otras pieles. Las de esos que votarán como disparando contra sí mismos. Votarán para otorgar al régimen su licencia para matar. Votarán por un delirio que no supo hacer otra cosa que matar a través de fanáticos encapuchados a los que llamó policías voluntarios. Y seguirán autoengañándose y pensando que no había otra alternativa.
Golpear, matar, amenazar, encarcelar y exiliar han sido los revolucionarios métodos empleados por el régimen, además de insultar y tener en contra a todas las democracias del mundo.
Cuando recordemos, en un país ya libre, cómo fue posible el asesinato de tantos jóvenes que querían democracia, pensaremos en los necesarios cómplices de todo crimen. Pensaremos en los que dispararon desde los tejados; pensaremos en los que lo ordenaron, en los que miraron para otro lado, en los que se callaron, y también en los que votaron.
El 7 de noviembre, el virus de la mentira y el crimen estará en las urnas. Un día para quedarse en casa, con la fuerza y convicción de estar en marcha, como si fuera una marcha de mayo. Pronto los meses de abril y de mayo y de noviembre volverán a ser libres y nos verán en las calles.