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Cuando muere la democracia, es más necesario el periodismo

Los vocablos que usa el Estado para describir lo que está pasando significan lo contrario de la verdad

La seguridad a los ciudadanos es represión

Octavio Enríquez

2 de noviembre 2021

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Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”.

José Saramago

Cuadernos de Lanzarote

En la película The Post: los oscuros secretos del Pentágono, de Steven Spielberg (2017), cuando la propietaria de The Washington Post, Katharine Graham, lee los primeros ejemplares de la publicación del informe que revela las mentiras de las administraciones estadounidenses en torno a la guerra de Vietnam, ella recuerda que su esposo solía decir que  escribimos desde el periodismo el “primer borrador de la historia”.


Todos los que nos hemos dedicado al oficio entendemos su importancia en esos términos, pero además aquella anécdota de los momentos cruciales del diarismo estadounidense —cuando se vieron enfrentados a Nixon antes del Watergate— ayuda a comprender dos facetas de la profesión que la autodefinen: su papel de responsabilizar al poder por sus actos y su capacidad de formar ciudadanos, brindando información de calidad.

Esos rasgos del oficio periodístico son más destacables en países donde muere la democracia como ha ocurrido en Nicaragua en los últimos años, porque ahí es donde se necesita más el periodismo.

A menos de una semana de las votaciones presidenciales, las más turbias de la historia reciente en el país, la recapitulación de los hechos de los últimos meses muestran un escenario lamentable: todos los posibles competidores de Daniel Ortega están presos, a los partidos políticos opositores les quitaron sus personerías jurídicas y por lo tanto quedaron fuera del juego electoral. Pero sobre todo se desarrollan en una nación sin libertad donde el Estado persigue a los críticos de un régimen que con 14 años de abusos sigue viéndose erróneamente como una opción de futuro.

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A quienes leen este artículo en el mundo les pido que observen a Nicaragua en 2021 como una regresión extrema al siglo pasado de las dictaduras: los días tristes de poder e impunidad y miles de víctimas. Sin embargo, como todas las tiranías, suelen plantear un discurso de rechazo a la admisión de sus errores  y entonces el Estado usa palabras que en la práctica significan lo contrario.  Entonces comienza una justa entre el poder y el periodismo libre por la verdad.

Hace unos días el exsecretario de la CIDH, Paulo Abrão, dijo en una entrevista con CONFIDENCIAL que es importante la deconstrucción de la narrativa del régimen que insiste en decir que las protestas de 2018 fueron en realidad un intento de golpe de Estado, lo que sirvió para justificar la represión y la falta de libertades que impera en el país tres años después.

El uso de las palabras del régimen de Ortega es claramente una justificación de sus abusos. Veamos su verdadero significado. Las elecciones de noviembre próximo, por ejemplo, son votaciones porque nadie del pueblo decide. Los resultados electorales son auto asignaciones de votos. La seguridad a los ciudadanos es represión, y el imperio de la ley está más devaluado que la palabra de un político. Por eso, hay que nombrar las cosas como son en el periodismo para que el registro refleje una época.

En los años de La Prensa del doctor Pedro Joaquín Chamorro, su director asesinado en 1978, solía llamar “titular del Ejecutivo” al gobernante de turno por la pobrísima legitimidad de los tres Somoza que ocuparon la silla presidencial. "O de quienes designaron para ocuparla interinamente”, según el prólogo del libro Pedro Joaquín Chamorro El Periodista, elaborado por el comunicólogo Guillermo Rothschuh Villanueva. 

Aquellas palabras forjaron un retrato de una época que a mí me dice tantas cosas en una sola expresión como concentración de poder, gobiernos títeres, pueblo sometido y ansias de libertad. Ahora, desde 2007, la palabra institucionalidad ha perdido nuevamente el rumbo al ritmo de la concentración de poder en manos de Ortega y su esposa.

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El Consejo Supremo Electoral se encuentra controlado por el partido oficialista en todos sus estamentos. Los que dicen ser competidores electorales el 7 de noviembre son un grupo de partidos cómplices, y el panorama para todos está preso de la incertidumbre no por saber quién es el ganador, sino porque el clima de falta de libertades puede y es seguro que empeore en los próximos meses.

Debemos entonces fortalecer la memoria colectiva y contradecir la versión oficial. Este es un país con centenares que esperan los juicios contra los responsables de los asesinatos de sus familiares en 2018, con miles que quieren poder volver a su país y no pueden por ahora; con otros que piden la liberación de los presos políticos.

José Saramago, el gran escritor portugués, solía reivindicar el valor de las palabras como un testamento y decía también que las mismas no son inocentes cuando las usamos. Digamos entonces “no”—una palabra contundente— a un régimen que instauró los crímenes de lesa humanidad como sustituto del diálogo y que ahora, cuando la comunidad internacional le condena, se abraza a la tesis del intervencionismo y elude responsabilidades.

En contextos adversos como el nuestro, el mayor acto de rebeldía es siempre la palabra “decir” ante el silencio que quieren convertir en cotidiano. Mi opinión es que Ortega no logrará hacernos creer lo que su máquina de propaganda quiere que creamos.

Es cierto que se proyecta victorioso después de apresar a sus rivales y con policías eficientes haciendo la tarea de la represión. Pero es un Pirro que pierde “ganando” y en su nuevo período presidencial sus debilidades saltan a la vista como lo evidencia su inclinación al terror para nuevamente imponerse, manipulando a la justicia, ante su incapacidad de gobernar.

Este es un año difícil para todos los nicaragüenses, como lo ha sido de manera acelerada desde 2018 cuando centenares murieron y miles fueron heridos, pero no hay que perder la esperanza. El registro periodístico de los abusos de derechos humanos, elaborado tanto dentro como fuera de Nicaragua, abre una pequeña ventana para la justicia que se quiere negar a las víctimas. No sabemos cuándo, pero es un buen paso que será útil algún día y un excelente “primer borrador” de nuestra historia.


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Octavio Enríquez

Octavio Enríquez

Periodista nicaragüense, exiliado. Comenzó su carrera en el año 2000, cuando todavía era estudiante. Por sus destacadas investigaciones periodísticas ha ganado el Premio Ortega y Gasset, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa, y el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación del Instituto Prensa y Sociedad (IPYS).

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