1 de noviembre 2021
En 1979, tras el derrocamiento de la dictadura de Somoza, Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina cantaban Nicaragua, Nicaragüita, un himno a la liberación de su país con resonancias mundiales. De él, destacaban los siguientes versos: “Hay Nicaragua, sos más dulcita/ Que la mielita de tamagás./ Pero ahora que ya sos libre/ Nicaragüita,/ Yo te quiero mucho más.”
Entonces, los sandinistas triunfantes encarnaban la esperanza de un futuro promisorio, marcado por la democratización de su país. En 2018, el mismo Mejía Godoy compuso Los jóvenes de abril, un homenaje a los estudiantes que protestaban contra el Gobierno autoritario de Nicaragua. De su letra, reivindicativa de la protesta, destaca la crítica a la claque gobernante: “Pero surgen de la sombra los cobardes/ La insidia, la calumnia, los chantajes/ El zarpazo feroz de los Caínes/ El perverso fulgor de los puñales”.
¿Qué pasó en Nicaragua en los últimos 30 años para que se produjera este vuelco tan radical? ¿Por qué este otrora cantautor comprometido, firme defensor del sandinismo y prácticamente la voz del FSLN en el exterior, denunció en 2008 a Daniel Ortega por estar construyendo una “dictadura familiar”? ¿Por qué prohibió que sus canciones resonaran en los actos del Frente? Y, finalmente, ¿por qué tuvo que exiliarse en Costa Rica en julio de 2018?Sergio Ramírez, otro nicaragüense ilustre, en su día vicepresidente junto a Daniel Ortega (1985 – 1990), ya había roto previamente con el sandinismo. En 1999 escribió Adiós muchachos. Una memoria de la Revolución Sandinista, donde marcaba su distancia con un proceso histórico que distorsionó totalmente los ideales revolucionarios.
Hoy Ramírez también ha tomado el camino del exilio ante el riesgo inminente que corría su vida si permanecía en su país. Desde España, donde actualmente reside, pronunció un discurso ante la 77 Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), afirmando de manera categórica: “En Nicaragua, la historia tiene un mecanismo vicioso que la hace repetirse. Es una anomalía fatal que aún no se corrige. Una dictadura provoca una revolución para derrocar un dictador, y esa revolución crea un nuevo dictador que a su vez inicia un nuevo ciclo de opresión. Somoza engendra a Ortega y, el dictador, ofendido por la palabra libre, cierra y ocupa los medios de comunicación, encarcela a los periodistas o los fuerza al exilio. Es la historia mordiéndose la cola.”
El próximo 7 de noviembre hay elecciones presidenciales y parlamentarias en Nicaragua. Las leyes represivas aprobadas en los últimos dos años le han permitido al régimen neosomocista de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo convertir los comicios en una mera farsa, con los principales candidatos opositores presos o exiliados, al igual que numerosos dirigentes políticos, estudiantiles e incluso empresariales. La traición a la patria, los delitos de odio, la conspiración para derrocar al Gobierno o la recepción de ayudas extranjeras son los argumentos legales que les permiten deshacerse de quien ose hacerles sombra.
Con el propósito de dar una pátina de cierta legitimidad al proceso electoral, el Gobierno ha decidido que participen seis partidos de oposición, los llamados zancudos. Se trata de grupos políticos organizados para concurrir a los comicios y si bien aparentan ser la oposición en realidad terminan apoyando con sus actos al oficialismo. Como señaló la exdirigente sandinista Dora María Téllez, hoy presa política en una mazmorra del régimen: los zancudos “nunca alcanzan los porcentajes establecidos por la ley, pero no desaparecen porque el régimen así lo decide. A cambio reciben dinero, cargos, parientes de sus presidentes de partido reciben puestos como funcionarios, pero sin mayor relevancia”.
Pese a todo, todavía hay presidentes en América Latina, como López Obrador y Alberto Fernández, que insisten en considerar de izquierdas, o progresista, al régimen cleptocrático de Ortega–Murillo. Sin embargo, esa condición se había perdido años atrás. Los exsandinistas y hoy neosomocistas hace tiempo que resignaron sus banderas para mantenerse en el poder. Así, negociaron con la derecha más corrupta (como la encarnada por el expresidente Arnoldo Alemán), con los empresarios (para evitar que se metan en política y critiquen al régimen o apoyen a quien lo haga) e incluso con la Iglesia católica y con quien fuera en su día su bestia negra, el cardenal Miguel Obando (prohibiendo el aborto).
Forzando la Constitución, Ortega lleva gobernando ininterrumpidamente desde 2007, sin contar su primer mandato. Si nada lo remedia, y salvo catástrofe nada podrá impedirlo, el próximo 7 de noviembre será reelegido por cinco años más, junto con su esposa y compañera de fórmula. Si bien Ortega está cada vez más aislado, parte de la premisa chavista de que “el poder, que es para siempre, ni se comparte ni se reparte”. Como señaló Sergio Ramírez, Nicaragua sigue viviendo bajo esa anomalía histórica incorregible. La gran duda es, ¿hasta cuándo?
*Texto publicado originalmente en el Periódico de España