Guillermo Rothschuh Villanueva
31 de octubre 2021
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El T-33 y SR-71 entraron al torrente de nuestras emociones por distintos cauces, su impacto todavía es recordado. ¿Cómo olvidarlo?
La vida de los chontaleños está marcada por la presencia de dos aviones de combate
Amor en el aire / Que nació del aire /
Que vive del aire / No puedo olvidarlo, no, no, no /
Las horas vacías / Horas que se han ido / …
Rocío Durcal - Palito Ortega
La vida de los chontaleños está marcada por la presencia de dos aviones de combate, produciéndonos distintas vivencias. Uno venía a Juigalpa piloteado por el teniente G. N. Agustín Román Maradiaga, miembro de la Fuerza Aérea de Nicaragua (FAN), con intención de rendir pleitesía a Raquel Molina Pérez. El otro cruzaba raudo Chontales, sembrando terror. Ni chontaleños ni nicaragüenses pueden borrar de sus mentes las habilidades de sus pilotos, menos que olviden el abismo que separaba sus intenciones. Los juigalpinos alzábamos la mirada hacia el cielo, para divisar embobados las acrobacias realizadas por Román Maradiaga. Una manera peculiar de festejar a su amada. Millones de nicaragüenses se aterrorizaban y sentían profundo temor ante el paso del avión espía estadounidense SR-71. Sus incursiones incidieron de diferente modo en nuestro espíritu.
Cuando requerían calentar los motores del avión de propulsión a reacción, el Caza T-33 —la FAN de Somoza contaba con seis— el piloto, teniente G. N. Agustín Román Maradiaga, enrumbaba hacia la provincia ganadera. En quince minutos sobrevolaba Juigalpa. En ese momento comenzaba el espectáculo. Nos disponíamos gozosos a divisar sus audacias. Las personas se volcaban en las calles, dispuestas a celebrar sus ejercicios. Algunos grupos nos quedábamos idos, aplauendo su arrojo. Nadie permanecía ajeno a estos malabares. Comentábamos su osadía. Las muchachas sentían una especie de envidia ante sus galanterías. ¿Cómo sentiría Raquel los gestos intrépidos de un hombre que encontró una manera muy particular de expresarle cariño, piloteando una nave de guerra? Su corazón palpitaba de alegría ante sus destrezas y habilidades.
Los vuelos rasantes de Román Maradiaga eran osados, sentíamos que los techos de las casas podían desprenderse. Después alzaba vuelo en vertical hacia lo alto del cielo a velocidad geométrica, luego dejaba caer el avión haciendo giros hacia la tierra, atraído por la ley de la gravedad. Cuando parecía que iba a despeñarse, Román Maradiaga controlaba la nave y el avión dejaba a su paso una estela blanca. El experto formado en la Base de la Fuerza Aérea Nellis, Nevada, tomaba las coordenadas de la casa de la familia Molina Pérez, sobre la calle Palo Solo. Desde que aparecía por el noroeste de la ciudad, sabíamos que algo inusual acontecería en Juigalpa. Venía a renovar su amor por Raquel. El piloto nos hacía partícipes de sus expresiones amorosas. Nos involucraba e interpelaba. Sus cabriolas inyectaban entusiasmo en nuestro ánimo. Era algo extraordinario.
Algunas personas, pocas, por cierto, reaccionaban atemorizadas, pensaban que Román Maradiaga en algún momento no sería capaz de controlar el T-33 y una enorme tragedia envolvería a las familias juigalpinas. Los más reacios eran los adultos. Niños, adolescentes y jóvenes, extrañábamos cuando la nave desaparecía de forma repentina. Una práctica extendida en muchos países durante las celebraciones del día de su independencia o para festejar otro momento. Ocurre en Francia, el 14 de julio; en Estados Unidos, el 4 de julio; en México, el 16 de septiembre y en la antigua Unión Soviética acontecía los 7 de noviembre, después que la dirigencia bolchevique, abolió el calendario juliano. Los Somoza hacían lo mismo el 27 de mayo, Día del Ejército. Los aviones de la FAN sobrevolaban Managua. Román Maradiaga lo hizo varias veces para nosotros.
¿Cómo podían hacerle competencia los pretendientes de Raquel? No había manera de rivalizar con un hombre que ponía en riesgo su hoja de servicio, con tal que su garza morena se percatara del intenso amor que le guardaba. Uno a uno se fueron retirando. Se dieron por vencidos. No había nada que hacer. Román Maradiaga estaba consciente que sus lances aceleraban el pulso de Raquel. ¿Cómo no saberlo? ¿Quién si no él daba las más altas pruebas de amor? Sus vuelos en el T-33 llevaron a decir a un enamorado de Raquel, que lo de ellos era “amor en el aire”, aludiendo una popular canción de aquella época, interpretada por Rocío Durcal y Palito Ortega. En medio de este idilio —del que todos fuimos cómplices— de pronto apareció en La Prensa, una nota informativa quejándose de los vuelos del T-33. Nunca compartimos sus expresiones. Su amor era puro y duro.
II
Pedro Joaquín Chamorro Barrios, recordó antes de ser detenido en la Dirección de Auxilio Judicial, el 7 de abril de 2021, los temores suscitados por los vuelos del SR-71, el famoso avión espía del ejército de Estados Unidos. Atravesaba “impunemente sobre el espacio aéreo nicaragüense, dejando a su paso un aterrador estruendo”. El Pájaro Negro o BlackBird, formó parte de la guerra sicológica a Nicaragua, por el presidente Ronald Reagan, durante los ochenta. La revolución sandinista se convirtió en una obsesión para los halcones del Documento Santa Fe, un paciente programa belicista orientado a evitar que germinarán cambios en América Latina. Estaba recién llegado de culminar mis estudios en la División de Posgrados de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad Autónoma de México (UNAM), cuando el Pájaro Negro inició sus amagos infernales.
Las diferencias entre dos aviones de manufactura estadounidenses, saltaban a la vista. Eran incomparables. Algunas personas decían que pronto sentiríamos los rigores de un avión destinado a poner fin a la revolución sandinista. El miedo se apoderó de muchas familias nicaragüenses. Aterradas empezaron a construir refugios en los patios de sus casas. Temían la embestida. Los vuelos del avión espía comenzaron en 1984, Reagan iba para un segundo mandato. Se empecinó con Nicaragua. El argumento de los funcionarios estadounidenses fue que Nicaragua estaba adquiriendo aviones Mig 25 de fabricación soviética. El SR-71 había cumplido su misión. La construcción del aeropuerto en Punta Huete, fue registrada a través de tomas realizadas por el Pájaro Negro. Algo fácilmente detectable desde las ventanillas de los aviones comerciales. Volaba para infundir miedo.
Los vuelos del avión surtían efecto, su estruendo al romper la barrera del sonido, dejaba un mal sabor en la boca. Las roturas de vidrios incrementaban el pánico. A diferencia del T-33 que todos veíamos desplazarse, el Pájaro Negro era invisible a nuestros ojos. Unos decían que entraba por Costa Rica, otros por el lado de Honduras o quién sabe por dónde. No alcanzábamos a ver el chorro de humo a su paso. Un avión de reconocimiento estratégico de largo alcance. Un tanto misterioso. El BlackBird sigue siendo —en la era de los drones— el avión tripulado más rápido y de más alto vuelo que existía en el mundo. Humberto Ortega, jefe del ejército y uno de los nueve comandantes de la revolución, expuso ante los medios que el avión era usado por la administración Reagan como presión sicológica. La guerra de baja intensidad suponía el uso de todo tipo de recursos.
Con la tendencia estadounidense de naturalizar el uso de su arsenal bélico, el Pájaro Negro sería después protagonista de varias películas producidas en Hollywood. La Sociedad del Espectáculo no puede privarse de ver en acción a sus pilotos y aviones de combate. Hollywood sigue siendo un lugar prodigioso para glorificar sus acciones, no importa lo sombrías que sean. Un año después del estreno de Top Gun en Estados Unidos, pude ver la película en septiembre de 1987, en San José, California, junto con mi hijo Carlos Ernesto. Protagonizada por Tom Cruise, piloteando un F-14 Tomcat, de la armada estadounidense, ratifiqué que nadie como Hollywood, para seducirnos con la espectacularidad de sus realizaciones cinematográficas. Después visité en Washington, el Museo del Aire y el Espacio, aprecié el culto que rinden a su producción aeronáutica.
El T-33 y SR-71 entraron al torrente de nuestras emociones por distintos cauces, su impacto todavía es recordado. ¿Cómo olvidarlo? Nos recuerdan que nuestras vidas oscilan entre Eros y Thanatos. No podemos escapar de su impronta. Uno provocó goce, el otro espanto. Uno continúa vinculado en mi memoria con el amor y el otro con el miedo. Desconozco como lo evocarán legiones de chontaleños, estoy convencido que ambos están presentes en el imaginario de los nicaragüenses. Los miembros de mi generación recuerdan en Juigalpa al T-33, de manera cálida, muchos evocan de igual forma al SR-71, a pesar de agriar nuestros días. Sellaron nuestra existencia de manera distinta. El T-33 expandía sus alas por motivaciones amorosas. El SR.71 para sembrar terror y desconcierto. Los dos aviones incidieron en nuestras vidas de forma inolvidable.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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