27 de octubre 2021
Las repetidas diatribas de Andrés Manuel López Obrador y algunos de sus colaboradores contra la UNAM sorprenden a muchos, y con algo de razón. Para alguien que al cabo de una larga travesía por fin pudo titularse en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales; para alguien cuyo gabinete se conforma en una buena proporción de egresados de Ciudad Universitaria; para alguien imbuido por la ideología de la facultad y de buena parte de la Universidad de los años 70 y principios de los 80, extraña que López Obrador dirija contra C. U. las mismas críticas que ha enderezado contra el ITAM y otras universidades privadas.
Como alguien que fue profesor titular de tiempo completo durante más de un cuarto de siglo en la UNAM, me siento a la vez consternado por sus críticas y hasta cierto punto alentado. Consternado porque la UNAM a la que se refiere el presidente, con la posible y remota posibilidad de la Facultad de Derecho, no es la que yo conocí antes de jubilarme en 2008. Y alentado porque creo que sí debe haber un debate sobre el papel de la UNAM en la educación superior en México y en el presupuesto mexicano, pero no en los términos que ha definido López Obrador.
Existe un problema con la UNAM: la poca movilidad del profesorado debido a la diferencia de ingresos entre, por un lado, los que llevan más de treinta años dictando clases y recibiendo todo tipo de estímulos y, por otro, los recién ingresados al profesorado con sueldos ridículos que no pueden ser compensados ni por el Sistema Nacional de Investigadores ni por incentivos de otro tipo. Cabe además mencionar la ideologización de muchas facultades; la persistencia del cero cobro de cuotas y de pases casi automáticos para graduados de las prepas y Colegios de Ciencias y Humanidades de la UNAM; la mediocre preparación de buena parte del alumnado, no tanto por proceder de instituciones públicas —muchos de los estudiantes procedentes de preparatorias privadas se encuentran en una situación análoga— sino a causa de la disparidad social no compensada por apoyos a los que los necesitan; y el enorme presupuesto de la universidad, además de la discusión sobre la conveniencia de gastar tanto dinero en la institución. Pero la ofensiva de López Obrador no va a contribuir en nada a ese necesario debate. Más aún: los comentarios del presidente pueden, al contrario, impedir el desarrollo de la discusión, suponiendo que hubiera condiciones para celebrar el debate. Por ahora, parece que la discusión será entre quienes apoyan incondicionalmente a “la máxima casa de estudios” y los que suscriben las denuncias de López Obrador.
Lo que menos entiendo, sin embargo, es la crítica tácita —aunque a veces y en alguna medida explícita— de López Obrador al supuesto elitismo de la UNAM. Con algunas excepciones la universidad es todo lo contrario, si bien es cierto que los jóvenes con educación superior siguen representando una minoría de los mexicanos menores de 25 años. Una proporción creciente de mexicanos de 18 años ingresan a alguna institución de educación superior, pero muy pocos de ellos terminan por titularse. López Obrador sabe algo al respecto. Comparados con los sectores más pobres de México, los estudiantes de C. U. son desde luego de clase media, incluso muchos de clase media superior. En relación al resto de universidades públicas y privadas del país, por otro lado, no lo son: representan la clase media baja de ese universo de más de cuatro millones de estudiantes universitarios.
Ideológicamente, López Obrador debiera estar más bien de acuerdo con la “ideología dominante” en Insurgentes Sur. Digo esto no porque esta ideología esté a la izquierda de su gabinete, de su equipo de colaboradores o de los extremistas de Morena, sino porque es bastante más progresista que buena parte de los alumnos de las universidades privadas y públicas del interior de la República. Si la definición de neoliberalismo a estas alturas se extiende a tal grado que abarca todo salvo el pequeño grupo compacto de López Obrador, la palabra pierde mucho de su sentido. De ahí que no termine yo de entender los motivos de su diatriba.
Puede tratarse de una estrategia de conquista de la UNAM con vistas a 2023 y el nuevo rector; puede tratarse de una intuición o información de malestar en la universidad ante el cual hay que reaccionar preventivamente; o puede ser, como muchos dicen, otra maniobra de distracción. Pero ojalá ese enorme universo de exalumnos de la UNAM —y de quienes hoy estudian, enseñan o realizan trabajos administrativos ahí— entienda que López Obrador los está atacando a cada uno de ellos. A los que pasaron por ahí, a lo largo de los últimos treinta años, a los que estudian ahí ahora y a los que ingresarán de una manera u otra a Ciudad Universitaria.
*Artículo publicado originalmente en Nexos.