21 de octubre 2021
Pedro X. Molina vive su segundo exilio. El caricaturista nicaragüense, a quien la Fundación Gabo le entrega el Reconocimiento a la Excelencia Periodística del Premio Gabo, ha tenido que dejar su país como decenas de miles de sus compatriotas, muchos acosados por criticar al Gobierno del presidente Daniel Ortega y su esposa, la también vicepresidenta Rosario Murillo; otros desalentados por lo que consideran un futuro incierto en el país centroamericano. A Molina el régimen lo ha perseguido por haberse convertido, desde su trabajo como caricaturista, en una de las voces más preeminentes y beligerantes contra las violaciones de los derechos humanos bajo el mandato de Ortega.
El primer exilio de Pedro Molina ocurrió en los años ochenta. Contaba apenas con 10 años cuando su padre tomó la dura decisión de dejar Nicaragua. Él trabajaba para una institución del Estado y se mostraba cada vez más decepcionado y desalentado por la corrupción que veía en el sector público.
Eran los últimos años de la revolución sandinista, el levantamiento guerrillero y ciudadano que acabó con más de 40 años de dictadura somocista y que tanta esperanza levantó en el mundo. Eran años de sacrificio. En actos públicos se cantaba “Los hijos de Sandino ni se venden ni se rinden”, aquella lírica del cantautor Carlos Mejía Godoy, que hacía referencia a la lucha de Sandino para liberar al país de la invasión de Estados Unidos, su compromiso por la soberanía y porque los nicaragüenses tomaran las riendas de su destino.
La canción se entonaba en medio del sufrimiento de un país que se desangraba por una guerra civil, pero donde predominaba la idea de la épica, del compromiso, de la heroicidad, del privilegio de pertenecer a una nación valiente. Y se exigía compromiso. De todos. Las madres enviaban a los pequeños a tomar lugar en las largas filas que se hacían para poder lograr gas, leche o carne cuando estos productos llegaban a un barrio, porque la escasez era la norma. Los noticieros oficialistas presentaban las imágenes de ataúdes que guardaban los cuerpos jóvenes que llegaban destrozados de las montañas: muchachos muertos en combate defendiendo la revolución, presentados como héroes, sus madres recibiendo medallas y la bandera rojinegra símbolo de pureza revolucionaria. Había largos apagones. Faltaba el servicio de agua. Colas largas para esperar el autobús si es que pasaba, porque tampoco había combustible. Y aparecían en la tele esos comandantes de verde olivo, como dioses de un olimpo revolucionario, a quienes se idolatraba –o se enseñaban a hacerlo– como los grandes protectores de la patria, que decían que los sacrificios del pueblo eran parte de ese heroísmo: el sufrimiento digno para lograr una vida mejor. Eran los hijos de Sandino: los que ni se venden ni se rinden.
Bajo el sacrificio y la epopeya había un fondo podrido. La corrupción lo empañaba todo. La opulencia en la que vivía la dirigencia sandinista era una vergüenza. Una persona comprometida con aquella revolución cuenta que un día el padre Fernando Cardenal –hermano del poeta Ernesto Cardenal y gran impulsor de la Jornada Nacional de Alfabetización, reconocida por la UNESCO– cuestionó a algunos líderes por esa vida opípara en un país de escasez. “Nosotros no hemos hecho votos de pobreza como vos”, le espetaron. No es de extrañar que pronto la emoción y el compromiso se redujeran a dolor, sentimiento de traición, abandono y desesperanza. Y fue lo que ocurrió con el padre de Pedro X. Molina. Sus críticas comenzaron a incomodar a los jefes, comenzaron a haber choques, hasta que llegó lo inevitable: el exilio. “Un amigo de mi padre, que estaba dentro del mismo Estado, le dijo que sería mejor que se fuera del país. Le advirtió: ‘Ya te pusieron en una lista negra y te va a ir horrible’”, cuenta Molina en una entrevista por video llamada.
La familia salió 15 días después de esa advertencia rumbo a Guatemala, con pocas pertenencias, a la carrera, sin dinero. Corría el año de 1986. “Cuando llegamos dormimos en un colchón en el piso y se cocinaba en una de esas cocinas de un solo quemador”, recuerda Molina. En aquel país la familia logró asentarse, el padre halló un trabajo bien remunerado y una nueva vida comenzaba para los ocho hijos. Pero la nostalgia era un peso muy grande. Con el pasar de los años llegaron noticias de acuerdos de paz, de negociaciones entre la temida contra, la guerrilla entrenada por Estados Unidos para derrocar al Gobierno sandinista, y los líderes de aquella revolución. Se supo, también, que se abrían a unas elecciones con la esperanza de mantener el poder y hacer un cambio de rumbo. Pero no fue así. Los nicaragüenses le dijeron no a la revolución en 1990 en un proceso democrático intachable. El país se transformó: los jóvenes dejaron de cantar a los Mejía Godoy y en la televisión apareció MTV, llegaron los teléfonos celulares, el internet. La Nicaragua de las filas y el compromiso quedó atrás. Era ahora la era del sálvese quien pueda. El liberalismo mágico que vendía un mundo de opulencia en un país de miseria.
Con el cambio, Molina y sus hermanos querían regresar a Nicaragua, pero el padre se oponía, desconfiado, de lo que pudiera pasar en un país inestable, que era una olla de presión que podía estallar en cualquier momento. Pero la mayoría se impuso y la familia regresó con el cambio democrático. El joven Molina nunca imaginaría que varios años después él mismo tendría que salir de Nicaragua, con su esposa e hijos, pocas pertenencias y mucha incertidumbre, debido a que su trabajo como caricaturista incomodaba a un nuevo régimen, impuesto por aquel que luchó por derrocar al somocismo.
El niño que amaba las historietas
Pero no nos adelantemos.
Cuando Pedro X. Molina tenía cinco años, aprendió a leer con los periódicos que todos los días su padre compraba en casa. En ese entonces se publicaba un semanario satírico que era muy popular en Nicaragua, llamado La Semana Cómica, dirigido por quien aún es considerado el mejor caricaturista de Nicaragua, Roger Sánchez, fallecido prematuramente a los 30 años en 1990. Sánchez era un rupturista en un país aún conservador a pesar del triunfo de la revolución sandinista. Su humor erótico, que sonrojaba a más de un puritano, pronto se hizo célebre y aún hoy es muy aplaudido.
El joven Molina vivía con su familia en Estelí, una fresca ciudad del norte de Nicaragua. Su madre era comerciante y viajaba a Managua, la capital del país, a comprar la mercadería que vendía en su ciudad. El chico la acompaña a los mercados capitalinos, en un viaje que ese entonces duraba más de tres horas en autobús debido al mal estado de las carreteras. En el mercado central de la ciudad había un puesto de historietas, aunque la variedad no era muy grande debido al aislamiento que sufría el país: historietas mexicanas, cubanas, rusas. Pero también estaban las tiras de Mafalda, el célebre personaje de Quino, y La Semana Cómica con su humor erótico. “Ese fue mi primer contacto con el dibujo, la caricatura y el humor”, explica Molina.
Él se devoraba las tiras, sin que nadie le reclamara por el erotismo. En ese semanario conoció también a Boogie el aceitoso, la tira cómica de Roberto Fontanarrosa. “Yo trataba de averiguar cuál era el chiste del dibujo. Entonces lo que hacía es que una vez que yo había terminado de leer, buscaba entretenerme. Lo veía como algo natural. Copiaba los dibujos de Mafalda y de Boogie. Esos fueron mis inicios”, cuenta. Luego vino el exilio y el joven vio otro mundo en Guatemala que no existía en la tierra de escasez que en ese momento era Nicaragua, principalmente los videojuegos, que se convirtieron en un interés importante para Molina.
La caricatura como profesión
Con el retorno a Nicaragua en los noventa, Molina quería conectarse nuevamente con todo lo que había dejado atrás. Pero ya no existía La Semana Cómica tras el fallecimiento de Sánchez. Era, sin embargo, un momento de auge de las libertades en el país. Violeta Chamorro, la mujer que derrotó a Daniel Ortega en las elecciones de 1990, logró forjar un proceso de paz que permitió desmovilizar a la contra, modernizar el Ejército y someterlo –no sin crisis de por medio– al mando del poder civil. Instauró la libertad de prensa, lo que permitió que nacieran nuevos periódicos, revistas, semanarios, canales de televisión. La democracia se abría paso, aunque no sin contratiempos, pero una nueva generación veía la posibilidad de expresarse sin temor a ser censurada o reprimida.
Molina estudió diseño gráfico, instado por su padre. Regresó a Guatemala a estudiar parte de la carrera, que luego terminaría en Managua. En este momento ya soñaba con ser un profesional de la caricatura, por lo que comenzó a tocar las puertas de todos los medios impresos del país, con la esperanza de que lo publicaran. “Tenía 17 años. Nadie me tomaba en serio. Decían: ‘este es un chavalo que quiere hablar de política’. Además, era del norte del país y eso es jodido, porque en Managua hay mucha discriminación con la gente que no es de la capital. Entonces era visto como el norteño, el campesino, el que escuchaba rancheras y montaba a caballo. No tenía el nivel de la gente de Managua”, relata Molina.
Entre las puertas de las redacciones que tocó estaba el recién inaugurado diario La Tribuna y Barricada, que en los ochenta era el diario oficial del Frente Sandinista, pero que ahora pretendía convertirse en un diario no partidista, profesional, crítico. En la dirección estaba a cargo Carlos Fernando Chamorro, hijo de Pedro Joaquín Chamorro, director de La Prensa asesinado en 1978, durante la dictadura de Somoza. En Barricada uno de los periodistas veteranos lo recibió y vio sus caricaturas, tomó un par de ellas y despidió a Molina. “Al día siguiente salí corriendo a comprar el diario para ver si había publicado algo. En la sección de Opinión no estaban, pero al dar vueltas a las páginas vi que habían publicado una de mis caricaturas”, recuerda Molina. La alegría fue enorme. “Me eché el periódico en la mochila y me regresé a Estelí muy emocionado. Recuerdo que cuando llegué a casa mi mamá estaba planchando y saqué el diario y le dije: ‘Mirá, mamá’. Ella no hizo mucho caso y entonces le vuelvo a enseñar el diario y le dije de nuevo: ‘Mira ese dibujo. ¡Ese es mío!’, recuerda entre risas Molina. Barricada siguió publicando en los días siguientes sus caricaturas, hasta que la redacción fue allanada y confiscada por los líderes del Frente Sandinista, descontentos con la nueva línea profesional y moderna del medio.
Molina comenzó a publicar en La Tribuna, cuyo director, Haroldo Montealegre, quería crear un diario profesional. Contrató a periodistas españoles que se encargaron de hacer un cambio editorial profundo y quienes reclutaron a Molina y le dieron la libertad suficiente para expresarse en sus caricaturas, en las que ya destripaba con humor a la fauna política de un país que no se caracteriza precisamente por tener a los mejores políticos de la región. El problema fue cuando Montealegre, quien antes había decidido lanzar una incierta candidatura presidencial, comenzó a mal administrar el periódico, hasta lograr su quiebra. A Molina ni siquiera lo indemnizaron.
Era 1998, un año trágico y convulso en la historia reciente de Nicaragua. En el poder estaba Arnoldo Alemán, sucesor de la presidenta Chamorro, un personaje volcánico, popular en las zonas rurales, entre el campesinado, campechano y de voz rotunda. En octubre el huracán Mitch golpeó con furia al país y causó más de 3.000 muertos, además de una estela de destrucción. Meses antes, en mayo, ocurrió un hecho que cambió para siempre la política nicaragüense. Un verdadero terremoto: el 31 de mayo Zoilamérica Narváez, hija de Rosario Murillo, esposa de Daniel Ortega, acusó públicamente a su padrastro por violación, por abusar de ella desde que era una niña: “Daniel Ortega Saavedra me violó en el año de 1982. No recuerdo con exactitud el día, pero sí los hechos. Fue en mi cuarto, tirada en la alfombra por él mismo, donde no solamente me manoseó, sino que con agresividad y bruscos movimientos me dañó. Sentí mucho dolor y un frío intenso. Lloré y sentí náuseas”, relató la mujer en la denuncia pública. Para entonces el sandinismo ya se había roto, dividido entre quienes aspiraban a convertir el Frente Sandinista en un partido moderno de izquierda (movimiento liderado por el escritor y exvicepresidente Sergio Ramírez) y quienes querían mantener un control autoritario del órgano (encabezado por Daniel Ortega).
Molina fue contratado por El Nuevo Diario, entonces el diario de izquierda de Nicaragua, cuyo director anhelaba publicar entre sus páginas el humor y la sátira del caricaturista. Sus caricaturas comenzaron a ser impresas todos los días en la sección de opinión del periódico, levantando muchas veces ampollas por sus críticas mordaces al poder político, religioso y empresarial. En esa redacción el caricaturista pudo cumplir otro sueño: fundar una revista lo más parecida a La Semana Cómica. Puso todo su empeño, esfuerzo y recursos para que El Alacrán viera la luz, insertado los domingos en la edición impresa del periódico. Se trataba de un semanario satírico, irreverente, con una ponzoña de humor que atraía a muchos lectores.
Quien escribe estas letras se unió a El Nuevo Diario en 2004, al lado de una camada de jóvenes y ambiciosos periodistas que aspiraban a hacer un periodismo moderno. Leíamos El País, The New York Times y criticábamos con dureza a la prensa nacional, incluido nuestro propio diario. Pero todas las noches nos quedábamos hasta tarde en la redacción, a la espera de que la imprenta tirara los primeros ejemplares del diario del día siguiente y corríamos a abrir la página de opinión para ver a quién había destrozado Molina en su caricatura. Luego, con los periódicos en la mano, nos íbamos por una cerveza a los bares que bullían en una ciudad pueblerina que también se transformaba y modernizaba. Molina era para nosotros como un dios, cuya palabra se respetaba a pie juntillas. Le llamábamos “monstruo”.
El regreso de Ortega y la persecución política
Daniel Ortega regresó al poder en Nicaragua en 2007 y desde entonces comenzó a demoler la democracia que tanta sangre había costado al país centroamericano. Una de las primeras medidas contra la prensa la tomó su mujer, convertida en una suerte de poderosa primera ministra: toda la información pública sería controlada desde el Gobierno y solo informarían a través de los medios oficiales. Se prohibió a los ministros y funcionarios públicos dar entrevistas y mucho menos filtrar información. Cuando uno de los medios independientes, la revista Confidencial, publicó un escándalo de corrupción que involucraba a personeros del Frente Sandinista, la respuesta del Gobierno fue crear una investigación de lavado de dinero, que terminó con el allanamiento de la redacción. Sería el primer golpe de Ortega contra una revista que siempre ha tenido en la mira.
En El Nuevo Diario las cosas no irían mejor. Tras la muerte de su fundador, Javier Chamorro, sus hijos vendieron el periódico a pesar de la oposición de Danilo Aguirre, director del diario y uno de los más grandes periodistas que ha habido en Nicaragua. Al final se impuso la familia y el diario fue vendido a un poderoso grupo financiero, que inmediatamente cambió la línea editorial. Entre las medidas más fuertes se prohibía criticar al Gobierno o que salieran noticias contra Ortega y su esposa. Un triunfo para el nuevo régimen.
Al ver amenazada su libertad debido a la censura del nuevo propietario, Molina decidió dejar El Nuevo Diario. Se unió entonces a la revista Confidencial, con una caricatura diaria en la web y una historieta semanal en la edición impresa. La revista es dirigida por Carlos Fernando Chamorro y ha contado desde su fundación hace 25 años con jóvenes periodistas muy talentosos. La publicación ha ganado numerosos premios de periodismo. “He seguido con admiración el trabajo de PxMolina –como firma sus trabajos– desde hace más de 20 años, y desde 2014, trabaja como caricaturista de Confidencial, el medio que yo dirijo desde 1996. Su caricatura diaria es el ‘buenos días’ de Confidencial a nuestras audiencias los siete días de la semana, con una opinión crítica e irreverente que ridiculiza al poder”, comenta Chamorro.
Para la redacción de la revista fue un privilegio contar con Molina, quien ya se había convertido en una figura importante de la caricatura, con su trabajo publicado en grandes medios de Estados Unidos. “Su capacidad como dibujante, artista y caricaturista, para traducir, sugerir, e interpretar lo que otros no logramos ver, en pocos trazos de dibujo, en pocas palabras, y a veces ninguna palabra, resumen la efectividad de su trabajo. Sus caricaturas le dan voz a un pueblo que no ha tenido otro medio para defenderse del poder autoritario que la burla y el humor”, explica Chamorro. Varias de las caricaturas de Molina aparecían año con año en una antología de lo mejor del género que se publicaba en en Estados Unidos y su nombre generaba respeto, aunque había quien no se sentía a gusto con sus críticas.
El segundo exilio
En abril de 2018 se registraron multitudinarias manifestaciones que comenzaron como respuesta contra la imposición de una controvertida reforma a la Seguridad Social que el Gobierno de Ortega quería imponer sin consenso. Entonces Ortega llevaba once años en el poder, gobernando Nicaragua con mano dura, administrando el país a golpe de decretos y asegurándose la obediencia del Ejército y la Policía. En 2009, después de debilitar a la oposición política, ofreció a los grandes empresarios una alianza que les resultó adecuada, convirtiéndose de esta manera en cómplices del deterioro institucional. Era el llamado Gobierno de “consenso”, en el que todas las decisiones relacionadas a la economía se decidían entre las cúpulas empresariales y Ortega.
Mientras, el mandatario se apoderaba de las instituciones del Estado, convirtiendo al Tribunal Electoral en una maquinaria adaptada para organizar fraudes electorales que le garantizaran al Frente Sandinista de Liberación Nacional su permanencia en todos los ámbitos del poder. Fraude tras fraude, desde 2008 Ortega destrozó la credibilidad en las elecciones, a la vez que sacaba del juego político a partidos opositores que pudieran atraer simpatías del electorado. Ortega ordenó el cierre de medios de comunicación, intimidó a periodistas, utilizó la publicidad del Estado para castigar a la prensa independiente. Y en 2018 desató una brutal represión que dejó más de 300 muertos, según organizaciones de derechos humanos como la CIDH, que ha denunciado que en Nicaragua se han cometido crímenes de lesa humanidad.
El periodismo, sin embargo, había resistido el acoso del régimen y entre ellos el más brillante era Confidencial. Pedro X. Molina se convirtió entonces en una de las voces más preeminentes contra los abusos, desde su caricatura en la revista, pero también desde las redes sociales. Centenares de personas lo comenzaron a seguir y ver en él un referente para comprender la terrible situación que sufría Nicaragua. “Molina es un gran periodista de opinión y ha sido el periodista más efectivo de Nicaragua para develar las contradicciones y los abusos del poder político, económico y religioso. Pero, además, es un caricaturista global. Molina hace periodismo de calidad para grandes audiencias y a la vez se conecta con una audiencia global. Por la efectividad de su lenguaje, se ha convertido en el más universal de los periodistas nicaragüenses”, asegura Carlos Fernando Chamorro.
Conmovido por el brutal asesinato de centenares de jóvenes que exigían libertad, PxMolina comenzó a trabajar en una serie de dibujos diarios en los que presentaba los rostros de las víctimas de represión, en el que es uno de los mejores documentos para la memoria reciente de su país. Ese trabajo le ha valido el cariño no solo de los familiares de esos jóvenes, sino de miles de nicaragüenses que ven en él un referente.
Ortega ordenó el allanamiento de la redacción de Confidencial y su confiscación en diciembre de 2018, al lado de la intimidación de sus periodistas, que tuvieron que comenzar a marchar al exilio. Entre ellos Molina, que de nuevo tuvo que dejar su país por cuestiones políticas, esta vez hostigado por el régimen. “Es fregado”, dice Molina desde este segundo exilio. “Me tocó a mí ahora cargar con la familia, debido a esos jodidos círculos perversos de la vida. Yo le he podido ofrecer a mi familia ciertas condiciones, pero el trauma es igual que en los ochenta. El rompimiento, dejarlo todo, es difícil”.
Molina, su esposa y dos hijos viven ahora en Estados Unidos. Ha sido apoyado por universidades en las que imparte cátedras, mantiene el trabajo en Confidencial y su valentía como caricaturista le ha valido el prestigioso premio Maria Moors Cabot, que otorga la Universidad de Columbia. A pesar de lo incierto de su destino –una incertidumbre ligada a Nicaragua–, el caricaturista no declina en su trabajo de denuncia. “Conozco el trabajo de Pedro desde hace 10 años y lo que veo en él es una necesidad de gritar en colectivo. Tiene un filón pedagógico, una comunicación constructiva a través de sus dibujos”, comenta el caricaturista ecuatoriano Xavier Bonilla, Bonil. “Cuando expone un tema, contextualiza un hecho, sin dejar la crítica, el deje satírico. Pedro, dentro de los caricaturistas que conozco, ha tomado una bandera para no abandonar los temas que atraviesan a Nicaragua, como la represión, muerte, destrucción del país, sensibilizando también sobre los ciudadanos asesinados”, agrega.
“Si yo me quedaba en Nicaragua tenía que callarme o buscar otra cosa para hacer. Lo que sea que no me expusiera para que me llevaran preso o me dieran un balazo”, explica Molina. “Esa no era una opción para mí”, afirma. Pedro X. Molina sigue con su trabajo desde el exilio, con las caricaturas diarias que desnudan al régimen y denuncias sus desmanes. “Es un reto grande, porque la caricatura es anti poder”, dice quien recibe el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo, un galardón que en palabras de Carlos Fernando Chamorro “enaltece al periodismo de Confidencial, y es una voz de aliento poderosa para todos los colegas que, haciendo periodismo, están resistiendo contra las dictaduras en Nicaragua, Cuba y Venezuela, y en otros países asediados por el autoritarismo que persigue a la prensa”.
Y la denuncia es, precisamente, el gran valor del trabajo de Molina. “Se trata de desnudar, a través del humor, la falsedad que los políticos quieren venderle la mayoría del tiempo a la gente. Es desnudar la falsa solemnidad, la hipocresía de sus acciones. La gente puede decir que debe ser fácil hacer esto cuando tenés personajes que son fáciles de criticar. Pero no, a veces la realidad es tan exagerada que tenés que convencer a la gente que lo que estás contando es real, que no es exageración mía. Porque una caricatura debe tener conexión con la gente. O sea que no estás para hacer de payasito, una cosa ligera y que la gente se olvide de lo que está pasando. No, lo que quiero es que la gente se involucre y tome nota de lo que está pasando”. Ese esfuerzo de Pedro X. Molina por denunciar lo que ocurre en Nicaragua, el país que añora, lo ha convertido en el caricaturista que incomoda al régimen de Daniel Ortega.
Texto original publicado por Fundación Gabo