16 de octubre 2021
Las crecientes tensiones entre Estados Unidos y China suenan a guerra avisada. Hace unos días un submarino nuclear estadounidense chocó con un objeto sumergido en el mar de China meridional. El accidente generó especulaciones de posible atentado chino y enrareció aún más un ambiente crispado por los ejercicios militares de China en Taiwán.
Lo que comenzó como guerra comercial ha ido adoptando visos de choque militar inminente. El director de la CIA, William Burns, ha definido a China como la “amenaza geopolítica más importante” que enfrenta Washington en el siglo XXI. En contra de lo que sostuvo en su campaña, de intentar atraer a China a una negociación bilateral para distender el pleito comercial, Joe Biden ha lanzado una nueva alianza antichina con Australia y el Reino Unido, que ha provocado malestar en Alemania y Francia.
En el aumento de agresividad contra China, Biden, como en tantas otras cosas, ha sido más continuidad que ruptura con la presidencia de Donald Trump. La pasada administración republicana intentó una alianza con Rusia, al tiempo que presentaba a China como un peligro para la humanidad. Biden, sin mejorar el vínculo con Rusia, está complicando la relación con las dos potencias, a la vez, y generando fracturas en la alianza de Estados Unidos y Europa.
El consejero de seguridad, Jake Sullivan, ha intentado minimizar la incomodidad de Europa, pero las palabras de Emmanuel Macron han sido fuertes y claras. Francia y Alemania buscarán un posicionamiento europeo independiente con respecto a China. El Brexit facilita ese deslinde de posiciones, ya que la Europa continental no está obligada a negociar términos con Gran Bretaña.
En un libro reciente, la historiadora de la Universidad de Oxford, Margaret Macmillan, regresa al tema clásico de las causas de la guerra. Recuerda la vieja tesis de Thomas Hobbes de que, dado el estado de naturaleza latente en que vive la humanidad, las guerras pueden desatarse por nimiedades: “una palabra, una sonrisa, una opinión distinta o cualquier otro signo de menosprecio”. El honor y la gloria pueden verse fácilmente mancillados por una explosión de ira o rencor, que se constituye en casus belli.
Pero más que en la tesis de Hobbes, Macmillan cree en la “trampa de Tucídides”, derivada de la gran obra del historiador ateniense sobre la guerra del Peloponeso. Las guerras, según esta teoría, serían inevitables cuando un imperio en ascenso hace sombra a un imperio en declive. Fue lo que sucedió entre Atenas y Esparta y es lo que puede estar sucediendo entre Estados Unidos y China.
Dice Macmillan: “hoy en día, tanto en Pekín como en Washington, no faltan quienes afirman que resulta inevitable un conflicto entre China y Estados Unidos”. Hasta el gobierno de Trump, la rivalidad era enfocada en términos estrictamente comerciales, pero con Biden ya adquiere una mayor profundidad confrontacional, al incluir severas restricciones a créditos e inversiones en empresas chinas, sobre todo de tecnología, que tendrían fines militares.
Biden, que en su campaña se refirió a China como competidor, comienza a referirse al gran país asiático como un enemigo potencial en términos militares. La propia militarización de China, que se refleja lo mismo en disparos de misiles en el mar del sur que en desfiles militares ostentosos, como el del 70 aniversario de la fundación de la República Popular, encabezado por Xi Jinping en 2019, contribuye a ese clima peligroso.
Después del encontronazo verbal entre Antony Blinken y su homólogo Wang Yi, en Anchorage, Alaska, la tensión ha obligado a celebrar reuniones del más alto nivel, como la de Jake Sullivan y Yang Jiechi en Suiza, o a intentar un encuentro virtual entre Biden y Xi en las próximas semanas. Lo distintivo de esta nueva Guerra Fría es que, como se vio en tiempos de Trump, China, en términos ideológicos, puede llegar a ser más favorable al libre comercio que Estados Unidos.
Texto originalmente publicado en La Razón