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Los periodistas de Nicaragua ante el temor de la represión

El gremio está cercado de amenazas, no obstante, la información esencial fluye en los cibermedios de comunicación y en las redes sociales

Periodistas y camarógrafos evitan una “carga policial” durante el allanamiento de la casa de la precandidata Cristiana Chamorro. Foto: Nayira Valenzuela

Guillermo Cortés Domínguez

4 de octubre 2021

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Generalmente los periodistas somos “aventados”: por conseguir la noticia exponemos el físico y la salud emocional, pareciera que nos atrae el peligro o que nos gustan las aventuras, así que vivimos entre la rutina de una sala de redacción y la incertidumbre y el riesgo de una cobertura o de una investigación periodística sobre un tema escabroso.

Pero frente a la represión también podemos arrugarnos porque somos sensibles, sentimos temor, no queremos que nos humillen, asedien, golpeen, torturen o encarcelen. No queremos que nos impidan salir del país y que nos quiten el pasaporte en un puesto fronterizo.

Ante el temor a la represión podríamos actuar de manera temeraria, fingir que no nos importa, ser irresponsables e informar como que no hubiera ningún peligro al “desafiar” a las fuerzas que nos podrían golpear de muchas formas. Incluso por compromiso con la profesión podemos tratar de cumplir con nuestra función social cuando todo indica que no hay espacio para la temeridad.

Menos mal que no somos tan irreflexivos y que el instinto de conservación está muy consciente cuando hay riesgos, sobre todo muy graves, entonces, aunque no querramos, se impone una imperiosa necesidad de resguardar a nuestra familia y a nosotros mismos, y cedemos en en algunos aspectos de lo que estamos acostumbrados a hacer, que es investigar e informar.


En la mayoría de los casos no nos ablandamos los periodistas y comunicadores, pero tomamos medidas de precaución, incluso cerrar espacios informativos como han hecho algunos dueños de medios, o “bajar” el tono, no utilizar ciertas palabras para denominar al sistema imperante y hasta no abordar determinados temas.

Todo lo descrito en el párrafo anterior cabe en una palabra desagradable y mortificante para el periodista: “autocensura”, un mecanismo terrible pero eficiente mediante el cual hacemos una enorme concesión y con ello perdemos –por efecto de la opresión del entorno— una parte de nuestra libertad.

Pareciera absoluto afirmar que un periodista sin libertad no es periodista, pero no lo es, es decir, es real, no es periodista o es periodista a medias, está amputado o con un cierre que le tapa casi toda la boca o una niebla que le impide ver claramente lo que sucede a su alrededor. Es una condición triste que puede afectar gravemente a mujeres y hombres de prensa porque es una lesión terrible a su naturaleza e instinto esencial de cazadores y comunicadores de hechos relevantes.

Un régimen puede ser tan opresivo que, en efecto, obligue al periodista a dejar de escribir artículos de opinión en los diarios, lo cual es extensivo a personas de otras disciplinas que antes solían comentar sobre el acontecer nacional pero que ahora se han replegado en masa, como obedeciendo a una consigna obligatoria. En programas de opinión de la televisión antes saturados de opinólogos, ahora escasean esos analistas. Están pecho a tierra. Están cuidando “su salud” y la de sus familias.

Es un asunto delicado y muy grave cuando el periodista se encuentra con el rostro deformado y repugnante del miedo y empieza a hacer concesiones en el campo de informar y opinar y cada repliegue es doloroso, como una molesta espina que hiere la piel, para no exponerse a que una patrulla policial llegue a buscarlo a su casa, le allane la vivienda y encierre a la familia en una burbuja de incertidumbre, dolor y tristeza.

Aquí no se vale aquel estribillo publicitario de “hombres muy hombres” que machistamente no lloran ni le temen a nada y pueden beber alcohol sin caer. El contexto terrible hace su trabajo porque no puede ignorarse, somos parte de él, nos percatamos de él, nos influencia y nos afecta y nos obliga a reaccionar y por ello unos colegas hasta toman una ruta de inimaginables sacrificios y se van del país.

Hay leyes que son como una guillotina que se balancea encima de la cabeza de los periodistas y comunicadores y existen muchos delitos tipificados en el corpus jurídico que pueden ser aplicados indiscriminadamente a conveniencia de los acusadores, por lo que el gremio sufre, teme, está nervioso, lleno de dudas, cercado de amenazas, ha vivido en carne propia la cárcel, la tortura, la golpiza en la calle, la destrucción de medios de trabajo, el allanamiento, la confiscación y hasta la muerte, como le ocurrió a Ángel Gahona.

Del otro lado están quienes deliberadamente causan esta situación, quienes oprimen y reprimen y con ello cometen graves violaciones a las libertades de expresión y de prensa. Tienen una ineludible responsabilidad porque han violado compromisos formales con la legislación local e internacional.  No obstante, la información esencial fluye en los cibermedios de comunicación y en las redes sociales.


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Guillermo Cortés Domínguez

Guillermo Cortés Domínguez

Periodista nicaragüense. Escribió prensa clandestina y fue redactor y editor del diario Barricada. Coautor de "Corresponsales de Guerra". Fundador y director de la revista Medios y Mensajes y la editorial Editarte. Ganó el Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí, de la agencia de noticias Prensa Latina S.A. Además, es autor de "Huérfanas de Guerra" y "El oráculo de la emperatriz", entre otros libros.

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