26 de septiembre 2021
Un poco después de las cuatro de la tarde, mi amiga y yo colocamos nuestras butacas de plástico en el orden de la cola, y nos recostamos sobre la pared de una casa vecina, convencidas que la espera superaría las diez horas y con la duda de si alcanzaríamos o no, una vacuna contra la covid-19. Delante de nosotras ya estaban sentadas en sillas plegadizas, rotuladas con sus nombres y número de cédula, cerca de 600 personas. Alcancé a contar hasta las doscientas ochenta y tanto, luego, solo fue asombro al ver la fila encumbrada hacia la loma de la vuelta “El Pochote”, a como se conoce a ese sector de la Villa Bosco Monge, en Masaya, al oriente de Nicaragua.
- Ciudadanos hacen cola hasta por 12 horas durante ‘vacunación covid’
- Hospitales cierran portones, pero población se queda para vacunarse
Los primeros ciudadanos ya tenían entre seis y ocho horas de espera, y nosotras, apenas empezábamos. Llegamos al Instituto de Medicina Natural y Terapias complementarias en la Villa Bosco Monge, después de pasar vista a las filas en el Hospital Humberto Alvarado, y en el sector del Silais, que a eso de las tres de la tarde del martes —de un día antes de la vacunación contra la covid-19 en Masaya— se extendían por más de cuatro cuadras.
Decidimos acampar en la Villa por tres razones: consideramos que la cola en ese puesto era más corta que las anteriores; la fila humana crecía a la orilla de andenes, cuyas casas nos protegían del poco sol que quedaba y no sobre la calle, donde estábamos expuestas al vaivén de carros y bicicletas; y, quizás la más importante, teníamos que garantizar un espacio a como fuera.
Galletas, dulces y agua era nuestra guarnición. Tomábamos poca agua para evitar ir al baño, aunque tuvimos la necesidad unas cuatro veces. En estos casos, pedimos permiso para usar los servicios higiénicos en casas vecinas. Todos accedían.
Modelo de vacunación
Desde el lunes 20 de septiembre, el Ministerio de Salud (Minsa), inocula a las personas de 30 años en adelante y las colas en los hospitales y centros de salud han sido kilométricas. Ese miércoles correspondía a Masaya, y según la programación, la jornada iniciaría a las seis de la mañana en 13 de los 15 puestos de vacunación, pero la población empezó hacer fila desde la mañana del martes 21 de septiembre.
El gran temor compartido entre quienes estábamos más lejos del puesto de vacunación era no alcanzar una dosis, porque se desconoce la cuota que destinan a cada puesto de inmunización, de las 400 000 dosis de AstraZeneca, que el Gobierno dispuso para una jornada maratónica de 20 días.
Ninguno de los presentes queríamos repetir lo que vivieron muchos granadinos, que el martes hicieron filas desde la madrugada, pero las dosis no fueron suficientes para todos. Lo mismo ocurrió el lunes en Carazo: las vacunas se agotaron en tres centros de vacunación antes de las seis de la mañana.
La incertidumbre crecía a medida que pasaban las horas.
— “¿Será que alcancemos?”, me preguntaba mi amiga
— “Tenemos que alcanzar”, le respondía para darnos ánimo.
Nicaragua está en la cola de la inmunización contra la pandemia en Centroamérica, acumula 1.4 millones de vacunas, que han permitido inmunizar a un poco más del 4% de una población de más de seis millones de habitantes. Estadísticas muy pobres para la urgencia mundial, que busca que cada país proteja al menos el 70% de la población para lograr la anhelada inmunización grupal.
El presidente Daniel Ortega informó el 9 de septiembre que el modelo de vacunación contra la pandemia en Nicaragua cubrirá a 2.8 millones de personas, mayores de 30 años, que representan el 32% de la población total.
La demanda de vacunación ha crecido no solo por el grupo etario que es inoculado, sino también por el temor al rebrote de covid-19, que diariamente deja un centenar de contagiados, según el Minsa.
En la fila ese era un tema común: los que batallaban contra la enfermedad, los que murieron, y los que se recuperaron y padecen secuelas. Aunque el Minsa no ha alertado sobre el rebrote que atraviesa el país, la gente sabe que hay repunte de covid-19, que los médicos han calificado peor que la primera ola de casos.
Cena y entrega de números
Cerca de las seis de la tarde fue la hora de la cena. Pronto, la cola se convirtió en un mercadito, zambullido en risotadas, palabrotas, y ruedas de familiares que llevaron gaseosas, pizza, fritanga, gallopinto, café y pan; y en algunos casos, hasta escuchaban música en ‘parlantitos’.
La algarabía se mantuvo durante una hora. Después, algunos familiares se fueron y otros se sumaron a la fila, donde hasta ese momento aún fue admitido que alguien más se anexara a la hilera. Después, todos estábamos pendientes de que nadie se colara y para eso, era necesario estar muy juntitos.
Las horas muertas pesaron menos con compañía y café. Mientras, la cola crecía otras tres cuadras más. A eso de las 10:30 de la noche, el rumor de que los primeros 500 estaban ingresando al puesto de vacunación nos hizo sobresaltarnos. De inmediato, el caracol humano empezó a moverse. Todos organizamos nuestras cosas y caminamos con las sillas y taburetes a cuestas. Avanzamos cerca de cuatro cuadras.
A las 11:40 de la noche apareció un policía informando que alistáramos nuestra cédula y advirtió que quienes no eran de Masaya, que no “siguieran perdiendo tiempo” porque no los vacunarían.
Poco después, otro policía y dos trabajadores del Minsa constataban con cédula en mano y alumbrados por sus teléfonos, que todos fuéramos oriundos de Masaya.
A más de cinco personas los sacaron de la fila, aunque presentaron sus documentos, que según ellos los acreditaban que vivían o trabajaban en la ciudad, pero la orden era: la cédula debía indicar Masaya, de lo contrario, no había vacuna. Tampoco serían vacunadas las embarazadas o lactantes, o ciudadanos con gripe y los menos de 30 años.
Una mujer se encargaba de entregar los números mientras otra persona, de contextura gruesa, vestida con pijama rosada, y con un chaquetón azul que decía Minsa en la parte trasera, la apuraba, y le preguntaba de vez en vez: “¿Cuántos llevamos?”.
Hasta las 12:25 minutos, unas 1292 personas tenían su vacuna asegurada, dos horas después, serían 1460. Los recién llegados debían acudir al puesto de vacunación para conseguir su número. Mi amiga y yo estábamos entre las primeras mil. Ahora sí, seguras que nos vacunarían.
La madrugada cayó con todo su peso. Algunos se acurrucaban sobre sí mismos, las parejas se recostaban entre sí, intentando darse calor. Una mujer que nos antecedía improvisó un colchón con una toalla, lo lanzó sobre un monte sucio en la tierra y se durmió. Atrás, varios condenados a esperar más tiempo se tiraron al asfalto con cualquier cosa debajo de la cabeza que amortiguara la dureza del concreto.
—“Café, café”, resonaba el pregón de una mujer en medio del silencio de la madrugada.
Vacunación de madrugada
En otros centros empezaron a vacunar a medianoche, mientras que en el de la Villa fue a las dos de la madrugada. Pasada esa hora, salieron los primeros inmunizados, aún con su mano derecha presionando la zona de la inyección. En cuestión de segundos, la fila empezó a moverse.
Ingresamos al recinto a las tres y cinco de la madrugada. El espacio optimizado para la vacunación consistía en un patio para llenar documentación, una sala para inyectar y otra salita de observación y listo.
Como ocurre en Managua, las sillas las colocaron demasiado juntas, sin ningún distanciamiento. Esperamos unos diez minutos y un grupo de seis jóvenes enfermeras rellenaron nuestra hoja de consentimiento informado, donde se exime al Gobierno de cualquier secuela por la vacuna. Luego, era solo esperar un poco más.
Una enfermera dictaba los números: “600” y diez minutos después, “650”.
—“Va rápido”, dice mi amiga. Nos formamos sin que nos tomaran la presión. Lo hacían, principalmente, con personas de la tercera edad.
Se acerca nuestro número y nos pasan a una mesa rectangular, donde seis jóvenes son los encargados de sellar y entregar la tarjeta de vacunación. En seguida, otro enfermero te indica donde te inyectarán.
Son cinco grupos de trabajo integrados por dos enfermeras, que pinchan de forma autómata. Te muestran el frasco de la vacuna, te explican que podrías tener efectos leves, firman tu tarjeta, te dicen “respire profundo” y listo. Todo eso en menos de cinco minutos. Es una sala frenética, donde el tiempo se exprime.
Al salir se permanece unos cinco minutos en una sala minúscula para esperar posibles reacciones. Estuvimos un momentito en ese cuartito y salimos a las cuatro de la mañana, exactamente casi doce horas después que llegamos. En ese momento, una joven era la última en la fila, le pregunté cuál era su número. Me dijo que “no tenía”, pero que intentaría vacunarse. Después me enteré que quienes llegaron mucho después, en la mañanita, ya no encontraron vacunas.