22 de septiembre 2021
No tiene mucho sentido repetir lo que muchos han dicho. La “cumbre” de la CELAC fue un fracaso rotundo por la falta de convocatoria, por la incapacidad de los países bolivarianos como México, Venezuela, Nicaragua, Bolivia, y en menor medida Argentina, de siquiera formular una propuesta disque de alternativa a la OEA, o de remover a su actual secretario general, Luis Almagro, y por la necesidad de patear para adelante la transmisión de la presidencia a otro país, en principio a Argentina. Esa es una realidad que no tiene sentido soslayar, simplemente era más que predecible.
Sorprende que columnistas normalmente bien enterados, como Salvador García Soto, hayan creído en las filtraciones de la Cancillería sobre la nueva OEA o la salida de México y varios países de la OEA actual, sobre todo cuando se sabe que se necesita avisar con dos años de anticipación para efectuar cualquier tipo de retiro. Así mismo, extraña que jóvenes normalmente perspicaces y bien informados, como los de La Política Online, también se hayan tragado la filtración sobre la remoción de Almagro; nunca iba a suceder algo así, si es que alguna vez los bolivarianos pensaban hacerlo. También es digno de notarse la manera en que otros comentaristas normalmente avezados y sensatos se han ido con la finta —ridícula— de la propuesta de López Obrador de crear una unión americana con Estados Unidos y Canadá parecida a la Unión Europea. Eso ya sucedió: se trata de la llamada Asociación de Libre Comercio de las Américas, ALCA, propuesta por Bill Clinton en 1994, retomada por George W. Bush en 2001 y que fue saboteada y destruida en 2005 por los bolivarianos de entonces: Venezuela, Argentina y Brasil. No necesariamente para mal, pero en todo caso a eso se debió el nacimiento del ALBA, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América. Cualquier tipo de esquema de integración económica de todo el hemisferio implica más o menos lo que implicaba el ALCA: libre comercio de bienes y servicios entre los países, lucha por una plena integración energética y migratoria y libre circulación del capital. Quizás podría incluir un arancel externo común. No existe absolutamente ninguna posibilidad de que esto suceda hoy; probablemente esa posibilidad tampoco existía hace 20 años.
Lo que uno debe preguntarse es por qué se le ocurren estas locuras al presidente López Obrador. Son inocentadas, bajadas en su ignorancia y su incapacidad de análisis conceptual. De eso no hay duda. Lo que sí queda en suspenso es entender por qué nadie en el gabinete o en Palacio Nacional es capaz de explicarle que nada de esto puede funcionar. No hay manera de construir una OEA alternativa, ni de reformarla, mientras no haya por lo menos una veintena de votos en la OEA que busquen ese mismo objetivo. Hoy, justamente porque América Latina se encuentra profundamente dividida, no existen esos votos. Lo mismo con destituir a Almagro: le ganó una elección a los mexicanos y a los argentinos, a través de la candidata ecuatoriana, y ni piensa irse ni Estados Unidos contempla defenestrarlo. La única explicación que hallo de porqué nadie le dice nada, es que la sumisión extrema de todos los que lo rodean es tal que simplemente no se atreven a decirle.
¿Importa todo esto? Muy poco. Se enojan los congresistas y senadores republicanos y cubano-americanos de Estados Unidos, pero Biden aguanta vara. La comentocracia mexicana se indigna, pero sin gran énfasis ni pasión. El empresariado nacional es indiferente a todas estas faramallas, en buena medida con razón. Y la sociedad mexicana es completamente indiferente a todo esto. No tiene nada de grave.
La apuesta de mediano plazo de los extremistas dentro de Morena, Cancillería y Palacio, es otra. Confían en que, junto con Pedro Castillo, el recién electo presidente con sombrero de Perú, ganarán los comicios en sus respectivos países en los meses y años por venir: Petro en Colombia, Boris en Chile, y Lula en Brasil. Así, se volverá a configurar la marea rosa de principios de siglo, en los mismos países a los cuales se sumarían en esta ocasión Colombia y Perú. No es imposible que esto suceda. Pero en primer lugar falta mucho tiempo. Y en segundo término, de aquí a que las respectivas elecciones sucedan, o a que se produzca la coincidencia en el poder de todos ellos, pueden suceder muchas cosas. Entre otras, por ejemplo, que el presidente con sombrero sobreviva poco tiempo en Perú, ya que en todo caso no será su oratoria la que le permitirá superar los enormes obstáculos que enfrenta.