20 de agosto 2021
Cuatro camisas y dos pantalones. Eso fue todo lo que metí en mi equipaje cuando decidí salir de Nicaragua, después de haber meditado que, si quería seguir publicando investigaciones periodísticas sobre el régimen de Daniel Ortega, me esperaba la cárcel o un prudente silencio como lo habían advertido desde el oficialismo. También llevaba una “mochila” con un bagaje de veinte años de oficio ante el asedio al periodismo, forjado en redacciones entrañables donde cuento con decenas de amigos.
En los últimos meses, América Latina ha sido testigo de cómo el riesgo ha aumentado en Nicaragua para el ejercicio del periodismo, pero la escalada represiva iniciada a finales de mayo, precisamente con el segundo allanamiento de las oficinas de CONFIDENCIAL en Managua, ha retratado a un régimen donde no se percibe ya cálculo político, sino el afán de imponer terror entre todos los ciudadanos, a través de la amenaza de cárcel y asedios en casas de cualquiera que piense distinto, mientras los que intentan salir de la nación se encuentran con restricciones migratorias en el Aeropuerto. Un país convertido en una gigantesca cárcel.
Para esas tareas sucias, los dirigentes del Gobierno tienen al poder judicial que será recordado en nuestra historia como protagonista de uno de los capítulos más infames de persecución por motivaciones políticas también contra los medios independientes. Desde el tres de junio pasado, cuando asistí a la Fiscalía citado como testigo en el caso de la investigación de la Fundación Violeta Barrios, por mis labores de docencia, han sido detenidos más de treinta personas entre precandidatos presidenciales, líderes estudiantiles, empresarios, campesinos, diplomáticos, defensores de derechos humanos, y un periodista al que mandaron a encarcelar porque cuestionaba a Ortega en las redes sociales.
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Con tres leyes aprobadas a finales del año pasado, que criminalizan el ejercicio del periodismo y que los fiscales usan para amedrentar durante los interrogatorios—la favorita de ellas es la que castiga las “noticias falsas” o de ciberdelitos—, los colegas en el gremio nacional han optado por dejar de firmar sus notas para resguardar su seguridad. Es un hecho que puede ser visto en todos los medios del país. Oficialmente se informa desde la clandestinidad, tal como ocurría en los viejos atrios de las iglesias con el llamado periodismo de catacumbas en la época del somocismo.
Quienes estamos afuera seguimos el camino en cambio de resguardar nuestra integridad, pero si algo nos hermana en ambos casos—periodistas en Nicaragua y en el exterior— es el compromiso de informar y documentar lo que está ocurriendo, a pesar de las presiones que pueden traducirse en citas a la Fiscalía o visitas inesperadas de civiles a mi casa como la ocurrida el seis de agosto a mediodía, cuando se identificaron como policías al tocar la puerta y dijeron que buscaban confirmar mi dirección porque entregarían una citatoria para que me presentara esa misma tarde—¡nuevamente!— al Ministerio Público, tan solo unas horas después de enviar una consulta para una investigación periodística a la Presidencia. De confirmarse, eso demostraría una vez más la instrumentalización del Ministerio Público y su falta de vergüenza.
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En varios casos, ya desde hace meses, los citados terminan detenidos minutos después de salir de la Fiscalía en un acto abominable de intentar callar al crítico, valiéndose del poder de la fuerza. A nada de eso, quiero sujetarme. En libertad, seguiré informando sobre Nicaragua desde donde me encuentre. Agradezco a las fuentes que nos ayudan a investigar en este sistema político y les pido que sigan con nosotros compartiendo información relevante para contar a la ciudadanía lo que pasa de manera oportuna para que puedan tomar decisiones informadas.
Esta generación de periodistas, que ahora nos vemos perseguidos, somos la continuidad de los que nos precedieron; seguimos la huella de Pedro Joaquín y Jaime Chamorro Cardenal, Horacio Ruiz, Danilo Aguirre Solís, maestros de generaciones. Hacemos camino al andar. Me siento orgulloso de pertenecer a CONFIDENCIAL y de ver cómo se han enfrentado a todo, pese a la represión. Frente al tiempo adverso, ese es un buen ejemplo a seguir: Trabajo duro con profesionalismo, fiscalizando al poder. Como decía Saramago, al que suele citar Sergio Ramírez, cuando se escribe se levantan piedras, “no es culpa mía si de vez en cuando me salen monstruos".