7 de agosto 2021
La actuación de la dictadura Ortega-Murillo es motivo de cotidiana incredulidad. Sus acciones en los últimos meses reflejan un desprecio absoluto por las leyes y hasta por las más esenciales normas de la convivencia pacífica.
Si ya en 2018 habían derramado la copa de la iniquidad con las muertes, heridos y exiliados que le infringieron al país por las protestas de abril, ahora parece que han perdido todo asomo de racionalidad. Si al principio uno podía pensar que querían subir la parada del juego político con sus arrestos y desplantes, ahora ya no queda más que pensar que se trata, como decimos en buen nica, de que han “botado la gorra” frente a su propio pueblo y la comunidad internacional.
¿Qué beneficio pensarán que puede traerle a Nicaragua este despliegue de agresividad fuera de toda medida?
Su imagen internacional y nacional ha sufrido un deterioro profundo y devastador. Aparecen en el mundo y en las primeras planas de los periódicos como déspotas arbitrarios condenados por las más serias instituciones de Derechos Humanos y criticados y amonestados por izquierdas y derechas. Y ¿cómo no iba a ser así si han repartido amargura y hiel a diestra y siniestra, construyendo acusaciones, ordenando arrestos por docena, inhibiendo candidaturas -hasta la de una joven bien intencionada como Berenice Quezada- y ahora llegando al colmo de las manipulaciones al despojar de su personería jurídica a Ciudadanos por la Libertad y en un gesto de enorme crueldad, cancelando la nacionalidad de Kitty Monterrey, presidente del partido, una mujer enérgica, que es mater familias de nicaragüenses, casada con un nicaragüense y con décadas de ser nicaragüense.
¿Qué razón los ha llevado a descalificar sus propias elecciones, enemistarse con organismos de cooperación, con gobiernos democráticos, con los medios internacionales en defensa de un concepto de soberanía que parece más bien una pataleta infantil de esos chicos que golpean a sus compañeros de colegio en sus arranques de rabia?
Me viene a la memoria una frase de la hermana de Murillo que dijo que las cosas o eran de ella o no eran de nadie. A juzgar por su idea de soberanía, esa es la razón.
Nuestra Nicaragua, el segundo país más pobre de América Latina, lo han convertido en una de esas ísolas como la que Don Quijote ofreció regalarle a su escudero Sancho Panza, un tragicómico caso de desolación y enajenación, una tierra que no será de nadie si no puede ser de ellos. Como será que hasta los premios que, por méritos personales, ganemos otros se los quieran adjudicar como suyos.
Proclamarán que ganaron sus elecciones, pero lo que sí habrán ganado es la medalla de oro por el espectáculo más insólito que régimen alguno haya protagonizado en una contienda electoral.