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La estrategia nixoniana de Joe Biden

Si Occidente quiere que Rusia se distante de China, tendrá que aceptar a Putin tal como es, es decir con todos sus defectos e imperfecciones

Asesora especial para la Cumbre de las Américas

Melvyn B. Krauss

15 de julio 2021

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El  subyacente a las recientes reuniones cumbres llevadas a cabo por el presidente estadounidense Joe Biden en Europa fue el forjamiento de una respuesta occidental unida ante China. En las tres semanas transcurridas desde dichas cumbres, ha quedado claro que él logró su cometido.

Estados Unidos, Francia y Alemania están ahora esencialmente en la misma página. Todos y cada uno de estos países reconocen que es necesario un amplio acuerdo internacional para convencer a China sobre que debe aminorar su comportamiento agresivo. La actitud china se puso al descubierto en las declaraciones del presidente chino Xi Jinping realizadas este mes durante la conmemoración del centenario del Partido Comunista de China. Él advirtió que cualquier intento de interferencia con el ascenso de su país conducirá a “cabezas sangrientamente golpeadas contra una gran muralla de acero”.

En Asia, el imperativo estratégico de la administración Biden ha conducido a que se ponga mayor énfasis en “la tétrada” de democracias de Asia-Pacífico: Australia, India, Japón y Estados Unidos. A finales del mes pasado, Estados Unidos y Japón realizaron maniobras navales conjuntas para prepararse ante cualquier agresión china contra Taiwán. Y en Europa, tanto la OTAN como la Unión Europea han elevado a China a lo más alto de sus agendas políticas, después de que anteriormente ellos habían tratado de evitar tomar responsabilidades “fuera de la región”.

Si bien Biden ha logrado avances tangibles en la búsqueda de un amplio consenso sobre China, él apenas ha comenzado a abordar el elemento más difícil de esta política: convencer al presidente ruso Vladimir Putin de que para Rusia distanciarse de China es un asunto de interés de seguridad nacional. No obstante, lograr que Putin se incorpore a la UE es claramente una alta prioridad. Tras sus reuniones cumbres con Biden, tanto el presidente francés Emmanuel Macron como la canciller alemana Angela Merkel han pedido una recomposición de relaciones de la UE con Rusia.


Sin duda, la sugerencia de que la UE podría componer las relaciones con Rusia ha sido recibida con protestas casi histéricas en los Países Bajos, los Estados bálticos y Polonia. En respuesta a estos histrionismos, Merkel se apresuró a dejar en claro “que esas conversaciones con el presidente ruso no son una especie de recompensa”.

Si Merkel fue desdeñosa, es porque los aullidos de protesta eran completamente predecibles. Los cambios abruptos de política estratégica rara vez se entienden desde el principio. Cuando el presidente estadounidense Richard Nixon inició relaciones con la China comunista hace 50 años, él desencadenó una tormenta de controversias entre los aliados de Estados Unidos, en la que el Japón se opuso aún más firmemente que los estonios, letones, lituanos y polacos en la actualidad.

Hoy en día, la iniciativa diplomática de Nixon se recuerda como uno de los grandes avances estratégicos de la era de la posguerra. La “apertura de China” surgió del hecho de que tanto Nixon como Mao Zedong habían llegado a ver a la Unión Soviética como la mayor amenaza para cada uno de sus países. Al establecer relaciones diplomáticas, ellos podrían obligar a los soviéticos (que en aquel momento acababan de invadir Checoslovaquia y que posteriormente libraron una breve pero brutal guerra fronteriza con China) a reconsiderar sus políticas agresivas.

La estrategia funcionó. En los años siguientes, los soviéticos redujeron drásticamente los despliegues de tropas a lo largo de la frontera con China y firmaron importantes tratados de armas nucleares con Estados Unidos.

Avancemos del pasado a la situación actual. Putin, un hombre que aplica una incruenta política realista (realpolitik), si alguna vez existió una política de este tipo, tiene varias razones para involucrarse en negociaciones con Biden (muchas de estas razones son tan convincentes como las que motivaron a Mao y Zhou Enlai a acoger la propuesta de Nixon). Para empezar, como ahora Rusia se encuentra aún más aislada de lo estuvo en el pasado la Unión Soviética, este país es peligrosamente dependiente de China. Sin embargo, a lo largo de la última década el principal beneficiario del antagonismo antioccidental de Putin no ha sido Rusia sino China. Al sacar a Rusia del frío en el que Occidente ha colocado a su economía, Putin podría invertir su actual descenso hacia una  económicos.

De hecho, al igual que muchos en la corriente principal de seguridad de Rusia, Putin reconoce que su país ha recibido escasos beneficios de su relación con la China de Xi. A pesar de que China ha estado realizando masivas inversiones en empresas e infraestructuras en todo el mundo (en gran parte a través de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de Xi), sólo una minúscula cantidad de dicho dinero chino ha llegado a Rusia, donde se lo ha necesitado desesperadamente para compensar los efectos de las sanciones occidentales.

Además, si bien los líderes chinos nunca lo mencionan, están tan resentidos por el robo de territorio chino por parte de Rusia en el siglo XIX como lo están por las depredaciones imperiales por parte de Occidente. Puesto que ahora el imperialismo occidental se ha replegado en gran medida, es la continuada ocupación rusa del territorio histórico chino lo que más llama la atención de los observadores chinos comunes y corrientes.

Por ejemplo, la ciudad de Vladivostok, con su vasta base naval, ha sido parte de Rusia sólo desde 1860, cuando los zares construyeron allí un puerto militar. Antes de eso, la ciudad era conocida por el nombre manchú de Haishenwai. Cuando Rusia celebró los 160 años de la ciudad el año pasado, los internautas híper-nacionalistas chinos estallaron en indignación.

También existe un argumento demográfico que Putin debería considerar: los seis millones de rusos repartidos a lo largo de la frontera siberiana se enfrentan a 90 millones de chinos al otro lado. Y muchos de estos chinos cruzan regularmente la frontera hacia Rusia para comerciar (y una buena cantidad para quedarse).

Así como la mediación de Nixon en las relaciones con Mao nunca pretendió transformar a China en un bastión de los derechos humanos y de la democracia, tampoco la estrategia de Biden/Macron/Merkel tiene la intención de convertir a la Rusia de Putin en una sociedad libre de la noche a la mañana. Los líderes occidentales no albergan ilusiones. A pesar de todo lo que tiene que ganar con mejores relaciones con Occidente, Putin no se apartará de China si hacerlo representa una amenaza para su poder o su seguridad personal. El régimen de Putin es demasiado frágil y dependiente de un autoritarismo abierto como para asumir riesgos graves.

Si Occidente quiere que Rusia se distante de China, tendrá que aceptar a Putin tal como es, es decir con todos sus defectos e imperfecciones. Aunque Putin no vaya a mejor su historial en materia de derechos humanos, al menos se le podría convencer para que reconozca las normas acordadas internacionalmente en cuanto al ciberespacio y para que deje de amenazar abiertamente a sus vecinos. Ese tipo de negociación es más que posible, y podría ser suficiente para alertar a un obstinado Xi sobre los peligros estratégicos que conlleva su propia intimidación regional e internacional.


*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.

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