26 de junio 2021
A Lautaro Ruiz le recuerdan de varias formas. No puede ser de otra manera porque en su vida él fue multifacético. Hay quienes lo recuerdan como el músico, el periodista, el actor de teatro, el promotor cultural, el botánico o como “don Goyo”, el diminutivo de su personaje más conocido: Gregorio de la Miel Castaña.
Su familia, sin embargo, lo recuerda como el hombre amoroso, que alegraba sus almuerzos, que corría en el patio de la casa junto a su perro Hachiko y tocaba el acordeón, que aprendió a tocar hace un año, a la par de su lorita. Lautaro Ruiz amaba la música. A diario, se levantaba puntual a las 6:00 a.m. y se alistaba para ir a la misa de las siete, donde tocaba la guitarra y la armónica, y desde esa hora se le oía cantar.
Justo el día que recayó, después de superar la que parecía la etapa más crítica de la covid-19, estuvo tocando su armónica sentando en la sala de su casa, pero el aire ya le faltaba y al atardecer pidió que lo llevaran al hospital porque no quería morir.
Se fue con la esperanza de volver recuperado, y antes de irse —desde la camioneta en que lo trasladaron— reunió fuerzas, alzó la voz y con dificultad le gritó a su esposa: “¡Chela, te amo!”. Albertina Navarrete, lo vió partir desde la puerta de su casa. Esa fue la última vez que se vieron en vida, después de 40 años juntos.
Los síntomas de covid-19 iniciaron en abril
Sara Ruiz, la menor de las dos hijas de Lautaro, no sabe cómo el virus llegó a su familia. Quizá “don Goyo” se contagió en la procesión de Semana Santa, o en la farmacia botánica que él y su mamá tienen, o en la iglesia o en las calles de Jinotega donde todo mundo lo conocía y lo saludaba, y en donde se vivió un brote fuerte de covid-19 en abril pasado. La única certeza es que a mediados de ese mes, todos en su familia se enfermaron.
“Mi papá tenía varias toses alérgicas al clima, por eso no nos dimos cuenta a tiempo que estaba con una tos, porque los síntomas (de la covid-19) que tuvimos fueron diferentes a los que nos pintan normalmente. Mi papá comenzó con tos con flema y no con tos seca”, cuenta Ruiz.
Para el 22 de abril, las hijas de Lautaro, Sara y Tamara Ruiz, decidieron llevarlo donde un médico particular. Este descartó que fuera covid-19 y les dijo que los síntomas indicaban una infección pulmonar. La familia sintió un poco de alivio porque Lautaro Ruiz, de 62 años, era diabético e hipertenso. Se fueron a casa con el tratamiento recomendado, pero el lunes tres de mayo el aire le comenzó a faltar.
“Mi papá desde el primer momento dijo: ‘Yo no quiero que me lleven al hospital, acuérdense de todas las amenazas que he recibido de parte del alcalde y de parte de muchos de los seguidores del orteguismo. No quiero que en el hospital se aprovechen de eso para matarme’”, le dijo a su familia.
Lautaro, quien fue guerrillero sandinista, tenía temor de no recibir una buena atención porque desde 2018 expresó públicamente su rechazo al Frente Sandinista. Hubo una ocasión en que discutió con el alcalde sandinista de Jinotega, Leonidas Centeno y le gritó: “Me robaron mi revolución”, “Dejá marchar a los chavalos”, dos frases que aún se le recuerdan.
Desde entonces, recibió varias amenazas de muerte e incluso, hubo quienes lo señalaron de organizar tranques en Jinotega. Además, por esas fechas defendió de amenazas y descalificaciones a su hija, Sara Ruiz, quien es periodista y durante varios años trabajó como corresponsal del diario La Prensa.
“Mi papá fue el primero que me defendió de las acusaciones, las difamaciones y de todas las cosas que me hicieron. Él como guerrillero sandinista que fue no le gustó nunca el trato que me dieron a mí y se resintió porque siempre me cerraron las puertas”, explica.
Las tres noches críticas de Lautaro Ruiz
La madrugada del tres mayo, la salud de Lautaro Ruiz decayó. El aire le faltaba y sus hijas temieron lo peor. Así que contactaron nuevamente a varios médicos. La primera doctora que llegó a revisarlo le dijo que necesitaba ir al hospital para ser intubado, pero él se negó.
— Te vamos a llevar al hospital, no podés estar aquí. Te vas a morir — le dijo la doctora.
—Usted puede mandar en el hospital, pero yo mando en mi casa y no me muevo de aquí — le respondió Laurato, a pesar de su ahogo.
No hubo más que decir. La decisión había sido tomada. Así que la doctora se fue, pero antes de salir le dijo a su esposa, quien también estaba enferma, “andá ve a tu marido que se está muriendo. De hoy no pasa. Si lo llevamos al hospital igual se va morir”.
Aquellas palabras fueron dolorosas para la familia, que a pesar de la enfermedad colectiva, buscaban opciones para sobrevivir. Así que ese mismo día contactaron a otro médico que junto con su equipo lo atendió en casa.
“Mi papá estuvo consumiendo nueve tanques de oxígeno, cada tanque costaba 1500 córdobas y para una familia que vive de una farmacia botánica --que para rematar estaba en cuarentena-- es difícil de asimilar. Todavía no sé cómo logramos pasar todo ese proceso”, explica Sara.
Las siguientes tres noches fueron las más críticas. Las hijas de Lautaro rezaban todo el tiempo por la salud de su papá y también de su mamá, quien estaba bastante afectada, pues aunque no padece de enfermedades de base, tiene problemas pulmonares.
“Ella tiene problemas en sus pulmones porque de pequeña trabajó con leña y tenía una tos crónica, además que tiene problemas por su peso y sus huesos”, dice su hija, quien también estaba contagiada de covid-19 y explica que su otra hermana, que estaba mejor, fue quien se encargó de hacer todas las diligencias para velar por toda la familia.
La salud de “don Goyo” mejoró más rápido de lo esperado. Tanto que el médico le dijo a sus hijas: “Su papá está haciendo en 14 días lo que un paciente normal tarda dos meses”. El alivio de que ya había pasado lo peor fue inminente. Aunque no duró mucho.
Mi papá ya estaba retomando su vida
Días antes de recaer, Lautaro Ruiz estuvo cantando y tocando la armónica en su casa. Le faltaba el aire, pero su ánimo era fuerte. Su familia estaba feliz al ver que mejoraba y aprovecharon todos esos momentos para estar con él.
“Ya estaba retomando su vida”, dice su hija, quien explica que le hacían terapia para que volviera a ponerse en pie, pues era una de las secuelas físicas que le habían quedado. Sin embargo, por dentro de su cuerpo, el daño era serio.
“Nosotros desconocíamos que sus pulmones habían quedado gravemente afectados. No sé cómo explicarlo en términos médicos, pero lo que sí sabemos es que tuvo una fibrosis, es decir, que los pulmones se dañaron mucho y al final se lo tuvieron que llevar porque se le contrajeron”, señala.
En este punto, Lautaro no tenía muchas opciones. El médico que lo atendió en su casa le recomendó internarse en el hospital.
— Si voy al hospital, ¿qué me van a hacer? — preguntó Lautaro.
El médico respondió que lo más probable era que lo iban a intubar para ayudarlo en su respiración. Él escuchó y sin más opciones dijo:
— Bueno, qué esperan, llevenme.
“Mi papá tenía muchas ganas de vivir, pero ya no se pudo. Pero yo digo que en caso de que hubiera sobrevivido y hubiera quedado mal de sus pulmones no lo habría soportado porque ¿qué es un pájaro que ya no tiene voz?”, lamenta su hija.
Dicen que yo cuento cuentos...
Subido sobre el escenario, Lautaro Ruiz encarnaba a otra persona. Lo hacía tan bien que a muchos les costaba distinguir cuando hablaban con él y cuando hablaba con “don Goyo”. Pues al final de cuentas, ambos eran dos campesinos del norte de Nicaragua, criados con las mismas costumbres, pero con la diferencia de que uno era ficción y el otro real.
“Dicen que yo cuento cuentos ...Yo no cuento cuentos, yo cuento realidades”, dice Gregorio de la Miel Castañeda, quien hoy usa un par de botas de hule negras, camisa manga larga, bufanda, sombrero y un puro en la mano derecha.
— Y aquí me ven, con mis 85 años encima porque he tomado aguas de Jinotega, de San Rafael del Norte, que me han dado la energía y la juventud—, continúa don Goyo, quien esta noche robará más de una sonrisa o carcajada a quienes han llegado para ver su presentación.
Según contó a la revista Magazine, “don Goyo” era una mezcla de dos personas jinoteganas que alguna vez conoció. “Don Lolo Sánchez, un chamán de Jinotega que hablaba con los pájaros y curaba con hierbas, y de don Adán Zeledón, un viejo que contaba historias, algunas inventadas y otras con un asomo de realidad, pero que en ambos casos tenían algo en común: la exageración”.
En sus presentaciones contaba cuentos con temáticas sociales, culturales y hasta políticas. Muchos de estos fueron transmitidos por radio, pues el verdadero Lautaro también era periodista.
“Él estudió periodismo por correo en la Universidad de Florida. Y también tiene diplomas de una licenciatura como promotor cultural que sacó en Rusia”, dice su hija.
En su vida como periodista tuvo programas radiales y también espacios en canales de televisión local. Sin embargo, por sus críticas le fueron cerrando puertas, obligándolo a reinventarse. Fue en una de esas donde nació su personaje: Benjamín.
“En los 90 pasamos por muchas dificultades, entonces él agarró su guitarra y se vistió de payaso para animar piñatas, mientras mi mamá se encargaba de grabar. Después esas grabaciones las vendían y la gente lo fue conociendo como actor, como el payaso Benjamín, que así se llamaba su personaje”, cuenta la familia.
Guerrillero y artista
El próximo 25 de agosto, Luis Lautaro Ruiz Mendoza, cumpliría 63 años. Su vida pública, difícil de resumir en unos cuantos párrafos, inició antes del triunfo de la revolución, cuando era un chavalo más que anhelaba un cambio para su país.
“Fue miembro del movimiento estudiantil universitario y después pasó a integrar la columna guerrillera Oscar Turcios. Integró el Estado Mayor de la columna Catalino Flores, del Frente Norte Carlos Fonseca, cuyo jefe era Germán Pomares Ordoñez (El Danto)”, recuerda su amigo, Henry A. Petrie, en un artículo del sitio web Nuevas Miradas.
En tiempos de la revolución su seudónimo fue “Danilo”, recuerda Petrie, pero además de un combatiente histórico, fue un artista, participó en proyectos culturales importantes como el Teatro Nixtayolero, un grupo nacido en los años 80.
Por su propia cuenta, Lautaro Ruiz aprendió a tocar más de 36 instrumentos. Entre ellos: la guitarra, la armónica, el piano, el saxofón, el clarinete, la batería, el bajo eléctrico y ya en el último año aprendió a tocar el acordeón.
“El acordeón se lo dio mi tía como herencia, era de mi abuelo, pero él falleció en julio del año pasado, entonces ella le dijo Lautaro tomá el acordeón que vos sos el músico de la casa. Él no sabía manejarlo, pero en un mes ya lo estaba tocando a la perfección”, recuerda Sara.
Ese acordeón lo tocaba junto a su lora. Ella le decía: “papa, papa”, él lo tomaba y se ponía a tocar junto a ella. Esos recuerdos quedaron en videos que sus hijas alcanzaron a grabar y hoy hacen un poco de justicia al talento de este artista, que además de actuar, escribía obras de teatro y pintaba.
La vida de Laurato Ruiz se detuvo el 22 de mayo de 2021 a las 7:20 de la noche. Justo en el momento en que la misa de Pentecostés, a la que no faltaba, acabó. A esa hora su hija recibió la llamada del hospital en la que le decían que estaba teniendo un paro. Estuvo internado durante cinco días en el Hospital Victoria Motta, de Jinotega. A pesar de su temor, la familia asegura que fue muy bien atendido, pero su cuerpo ya no resistió. Diez minutos después volvieron a llamar a la casa, confirmando que falleció.