1 de junio 2021
A la valiente abogada Yonarqui Martínez
A los 112, a Kevin Solís
Me propongo lo imposible
porque vivo en un mundo
para el que no hay palabras.
Debo sin embargo nombrarlo.
No tengo más letras que las del abecedario
para ensartar en el hilo tenso
de días donde las horas se mueven
sin que logre atraparlas.
Imagino jaulas de vidrio.
Jaulas que puestas en un anaquel
asustarían al niño que de noche
se atreviera a pasar por el pasillo.
Una jaula con la etiqueta “Cárcel” por ejemplo
que guarda a un joven empequeñecido.
-de la esperanza sólo queda el verde
de sus ropas de presidiario-.
No hay nadie más en la celda íngrima
donde él mastica silencio,
el olor mustio, el fragor de las cucarachas
que desfilan para torturarlo cuando los torturadores
lo tiran una vez y otra dentro de la jaula
donde está entrampado.
Recuerda el día en que se atrevió
a desplegar con cuidado la bandera de su país,
bochorno del sol sobre la calle donde los árboles
no tienen hojas, sino virutas de metal amarillas o rosa.
El desafiando los coches que asombrados lo evaden.
Más tarde brazos invisibles, reptiles,
hacen surgir drogas de la nada bajo su cama.
Diez años o doce por posesión ilegal de estupefacientes.
El tiempo incierto
arropa el cuerpo flaco del joven que
lento desenrolló la bandera y la abrió blanca y azul
en la hora del sol perpendicular
sobre la calle donde no tardó en llegar el ruido agudo
de la sirena, los hombres uniformados
que lo atraparon
lo dejaron sin libertad
lo enterraron en la jaula “cárcel”
donde ahora el joven se pregunta qué hará
para no enloquecer.