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Evo Morales, Rafael Correa y el ocaso de los dictadorzuelos

Ecuador tiene la oportunidad de reconstruir su sistema político, con partidos representativos y en el marco de la normalidad constitucional

Héctor Schamis

21 de abril 2021

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“Dictadorzuelo”, fue Luis Almagro quien introdujo el término en nuestra conversación. Denota un autócrata devaluado, una suerte de aspirante que no alcanza a ser un dictador hecho y derecho. Un tirano chaplinesco, por lo absurdo, pero no menos cruel en su arbitrariedad. Contrasta con los burócratas de Wajda, donde el poder es frío, cristalizado en el aparato del Estado-partido y su juridicidad.

La metáfora cinematográfica para ilustrar el punto. En mayo de 2016 Almagro había dicho que si Maduro impedía el referendo revocatorio, según manda la Constitución, se convertiría en “un dictadorzuelo más”. Y así ocurrió nomás, aún al precio de la legalidad establecida por su propia Constitución, la de 1999, la Bolivariana, la de Chávez.

Es un rasgo inequívoco del deterioro de estos regímenes: construyen una estructura legal a voluntad, reescriben constituciones y reorganizan el Estado a discreción, para quebrantar ese orden ellos mismos al poco tiempo. No se trata de una autocracia normada; es decir, anclada en instituciones y leyes como es en el totalitarismo y en algunos autoritarismos (Franco y Pinochet, por ejemplo). Eso los hace meros dictadorzuelos.

A la par del petróleo, fue un producto de exportación bolivariano. De ahí que surgieran imitadores reproduciendo el mismo ciclo: una fase inicial de auge basado en la bonanza de precios, la caída posterior ante el agotamiento de recursos y el consiguiente aumento del costo de mantenerse en el poder, obligándolos a recurrir a trucos y artimañas para tal efecto, cuando no directamente a la coerción.


Originalmente benévolo, el líder (populista, si es del gusto del lector, término acerca del cual soy agnóstico) ahora se transforma en dictadorzuelo. Ya no le alcanza con su carisma y el reparto demagógico. Ahora se hace necesario corromper jueces, perseguir periodistas, amañar elecciones e ignorar la legalidad—por ellos mismos diseñada, insisto—para quedarse más tiempo del estipulado; el infaltable rasgo de familia. O bien partir para recuperar oxígeno y volver más tarde, intentando recrear el mismo esquema.

En versión vernácula de “l’État, c’est moi”, patrimonialismo caribeño—o andino, si se prefiere—en lugar de absolutismo francés, es un Estado que funciona como propiedad privada en el uso de los recursos y de los símbolos y rituales por igual, como en el cuadro de un Bolívar parecido a Chávez. O como la carta de José de San Martín a Bernardo O’Higgins encontrada en la residencia de Cristina Kirchner en Calafate; en tal caso un patrimonialismo patagónico.

Inevitablemente, llega el momento en que se convierten en un pasivo para sus mismos seguidores, es la fatídica señal del ocaso. Como Evo Morales, hoy un problema insoluble para su propio partido.

La fórmula Arce-Choquehuanca venció en octubre de 2020 en primera vuelta, un resultado anómalo en el contexto de la tendencia registrada desde febrero de 2016 en el plebiscito, en octubre de 2019 en la elección dolosa, y en marzo-abril de 2021 en las subnacionales. En las tres derrotas Evo Morales fue el protagonista; en la única victoria, estaba en Argentina.

Una vez de regreso reconoció haber viajado a La Habana “a una reunión de planificación con Cuba y Venezuela”. Lo cual tuvo efectos en la derrota electoral del 7 de marzo y cuya repuesta, a su vez, fue cooptar el Poder Judicial para absolver amigos y perseguir adversarios políticos vulnerando sus derechos. El caso más notable —pero no el único—es el de la expresidente Jeanine Áñez.

De ahí el desastre electoral del MAS en la segunda vuelta de las regionales, frente a lo cual Morales convocó a una “reunión de emergencia” para tratar la crisis del partido, según informa la prensa. Curioso, en realidad la crisis del partido es él mismo, marioneta del castro-chavismo y dictadorzuelo en el ocaso. Lo mejor que puede hacer el MAS para ser viable en democracia es distanciarse de él.

Todos hechos relevantes para Ecuador, pues tuvieron impacto en la reciente contienda electoral. Al mismo tiempo que aumentaba la temperatura en las campañas de Lasso y Arauz, Delfin de Rafael Correa, se desplegaba la persecución político-judicial en Bolivia. En paralelo y como caja de resonancia boliviana los renombrados trolls de Correa posteaban tweets intimidatorios hacia sus adversarios sin diferenciación alguna entre ellos.

La posibilidad de una persecución similar en Ecuador—y la hipótesis de la exoneración y el regreso de Correa, hoy sentenciado y prófugo—comenzó a tomar visos de realidad. Las amenazas correístas empujaron el discurso de Lasso hacia el centro, acercándolo a grupos feministas, ambientalistas, artistas y la comunidad LGTB. Es improbable que Evo Morales sepa que tuvo una participación importante en la elección; la de Ecuador, esto es.

La diferencia inicial a favor de Arauz, que había comenzado a acortarse, se evaporó por completo en los últimos días. Lasso venció 52.5% a 47.5%. Se dice que el voto por él fue “útil”, para evitar el regreso del correísmo. Pues en nada desmerece su victoria, esa es precisamente la lógica centrípeta del sistema francés de doble vuelta: ser aceptable para quienes votaron por otro en la primera y ensanchar el centro. Estabiliza.

Esa misma noche el país y el mundo vieron un triunfador magnánimo y un derrotado digno. Lasso informó que Arauz lo había llamado para felicitarlo por la victoria, que conversaron amablemente y acordaron trabajar juntos para bien de los ecuatorianos. Son los exquisitos rituales de la democracia, infrecuentes en esta parte del mundo. De pronto, Correa quedó solo y tuvo que hacer lo inimaginable en él y reconocer la derrota.

Ecuador tiene la oportunidad de reconstruir su sistema político, con partidos representativos y en el marco de la normalidad constitucional, con separación de poderes, alternancia y vigencia de los derechos humanos. Lasso debe continuar el trabajo de Lenin Moreno, quien a pesar de la constante desestabilización del correísmo logró salvaguardar la democracia. La fragmentación parlamentaria surgida de la elección exige cautela y sensatez, estadistas además de políticos.

Pero claro que para que todo ello sea realidad una condición es necesaria: que Arauz deje de ser Delfín, que asuma un liderazgo opositor pro-sistema y que deje a Correa donde está, así como lo abandonó al llamar a Lasso y reconocer su victoria con elegancia. Que ese sea el testimonio del ocaso de los dictadorzuelos y la lección para toda una región.

*Este artículo se publicó originalmente en Infobae. El autor Héctor Schamis agradece a @bonilcaricatura por la ilustración que acompaña esta columna.

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Héctor Schamis

Héctor Schamis

Académico argentino. Actualmente es profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Georgetown. Es autor de varios libros y articulista de opinión en diferentes medios.

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