10 de abril 2021
Darling Carvajal se llama la enfermera que gentilmente me aplicó la primera dosis de la vacuna Covidshield (Aztrazeneca hindú) este viernes en el auditorio del área de docencia del hospital Bertha Calderón. A esa hora había vacunado a más de cien personas. Estoy contento, pero también indignado porque tuve que esperar siete horas con diez minutos, porque entré a las 8:15 a.m. y salí a las 3:25 p.m.
El personal de salud fue amable y servicial y el procedimiento para la vacunación era confiable. A uno le mostraban la vacuna de etiqueta verde de Covidshield. Pero someter a personas de 60 años o más a una espera de cuatro, cinco, seis y hasta siete horas, como en mi caso, es un acto de desconsideración, de menosprecio y hasta de exposición al peligro.
La tardanza en demasía para poder vacunarse revela también una falta de organización y de capacidad del Gobierno, que no ha sabido planificar adecuadamente la vacunación anti covid-19. Esto debe ser superado cuanto antes, no por la mezquindad de que les esté arruinando su objetivo de sacarle provecho electoral a la vacunación, sino por humanismo.
Tardar casi una jornada completa de trabajo para vacunar, debe ser una marca mundial para el Ministerio de Salud de Nicaragua y el régimen, que habla muy mal de ellos porque expresa una falta de sensibilidad hacia una población altamente vulnerable que, además de su edad, generalmente padece de enfermedades crónicas.
El personal que estaba atendiendo a la gente le dio preferencia a personas con limitaciones físicas para desplazarse como las que llegaron en silla de ruedas y a una parte de quienes usaban bastón. También atendieron a quienes se sintieron mal por la larga espera, el calor y la falta de alimentos. ¿Cómo se les ocurre tener ahí a ancianos algunos de los cuales no desayunaron bien y que no tenían con qué comprar un almuerzo? Yo almorcé a las 4:00 p.m. en mi casa.
No hubo distanciamiento físico
También el Minsa cometió la grave irresponsabilidad de juntar a varios centenares de personas –quizá más de mil—, sin establecer medidas para que hubiera el distanciamiento físico mínimo de 1.5 metros. Junto a otros sesentones, estuve de pie durante una hora y diez minutos, hasta que la fila avanzó y pasamos al garaje techado con zinc de los funcionarios del Bertha Calderón.
En el parqueo norte pusieron tres filas con cinco sillas cada una, y en el sur, que se fue llenando poco a poco hasta ser abarrotado, la gente estuvo de pie varias horas, hasta que poco a poco les llevaron sillas. Al parecer no esperaban tanta afluencia. Ni cuando estábamos de pie, ni sentados, se estableció el distanciamiento físico, desatendiendo una de las recomendaciones básicas de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Después de los parqueos pasamos a unas carpas donde nos dieron una tarjeta y en ella luego anotaron los resultados de las tomas de temperatura y presión arterial que ahí nos hicieron. Tampoco aquí hubo distanciamiento físico. Luego nos pidieron firmar una página de papel y cuando alguien preguntaba, ¿qué es esto?, le respondían invariablemente. “Es el consentimiento informado”, pero nunca informaron nada, como debían hacerlo, sobre la vacuna y acerca de probables consecuencias. Nos hicieron firmar “un consentimiento no informado”. Pero muy amables las personas del Minsa.
El área de docencia del hospital, donde se realizó la vacunación, los pacientes fuimos sentados en dos hileras de sillas que estaban pegaditas, antes de llamarnos a una mini-entrevista en la que la pregunta principal fue si teníamos alguna enfermedad crónica, y quedamos registrados digitalmente.
Vacunación confiable
Después pasábamos con las enfermeras vacunadoras que en una mesita tenían jeringas, agujas, alcohol, algodón agua y no sé qué más, mientras que las vacunas las manejaba solo una persona que en una mesita similar, móvil, se desplazaba a entregar solo la vacuna que se iba a poner. Esto primero fue con cinco vacunadoras y después del mediodía aumentó a diez, con lo que se agilizó el proceso.
Después de la vacuna, te remitían a un extremo del salón a esperar durante media hora por si hubiera efectos secundarios. Desde ahí se miraba una enorme bandera rojinegra que estaba enfrente, en una esquina. No hubo otros símbolos partidarios ni nadie pidió algo de las organizaciones de control social del partido de gobierno como condición para vacunar.
A la salida del hospital Bertha Calderón una joven periodista del “Canal 12” me preguntó si recomendaría a mis familiares que se fueran a vacunar, y le dije que por supuesto que sí, que salvar la vida es más importante que tener que esperar un poco más de siete horas.